La teología es sossiego ordenado
Por Eduardo Zeind Palafox , 10 septiembre, 2014
Jaime Balmes solía decir que la filosofía era un elixir que por todos lados se regaba, que abarcaba las matemáticas, la historia, el arte y hasta las aulas. La filosofía sirve para dar sentido y para, como decía San Agustín, lograr un «orden sossegado» o un «sossiego ordenado» en toda cosa. Pero tengo para mí que la teología es más útil que la filosofía a la hora de razonar las fuentes de lo bello.
Lo bello no es algo que pueda conocerse como conocemos la verdad. La verdad, a través de métodos y hasta de silogismos bien vigilados, controlados, es una, universal, irrefutable; la belleza, muy de otro modo, sólo la pueden conocer algunos, digamos que ciertos selectos espíritus, agraciados. Fray Luis de León, al que leo nuevamente, con más viveza, ya sosegado, afirma que sólo Dios es capaz de dar la gracia. ¿Qué es la gracia? Es el alma del alma, dice Fray Luis. Por la gracia el alma queda suspendida, en el viejo término de la palabra, es decir, sublimaba, y por el alma sublimaba el cuerpo cambia su substancia y se une en buena voluntad con el universo.
¿Es posible filosofar el universo? Tan posible es como abarcar con un solo golpe de vista el cielo. El cielo, y esta meditación me ha recordado algunas tesis de San Buenaventura, si bien no es lo más grande que se puede pensar sí es lo más grande que se puede observar. Cuando el pensamiento no puede englobar lo que ve viene la imaginación a hacer su trabajo, que es completar lo que los sentidos sólo captan fragmentariamente. La imaginación, para completar la imagen del cielo, crea la luz e ilumina ignotos espacios… mentales. Debo tan bella noción a Aldous Huxley.
Decía San Buenaventura que la luz es una forma y que es incoherencia crasa creer que la materia, sea la que sea, recibe la forma directamente. Entre la forma y la materia hay un puente y es la luz, también conocida por el nombre de «logos». La substancia floral, diría San Buenaventura, recibe de algún modo la forma de la flor, lo hace gracias a la luz. Dispongamos de dos ejemplos, de unas bellas líneas de Fray Luis y de un pasaje del «Quijote».
Fray Luis, para explicar cómo la gracia se infunde en el hombre, en su «De los nombres de Cristo» ha escrito: «Y como en el hierro encendido no se vee sino fuego, assí lo que es hombre casi no será sino Dios, que con su Christo reinará enseñoreando perfectamente a todos»; y Cervantes, para engañar a Sancho, falsario que con mentiras encantó a Dulcinea, nos traza una villana que dio «un brinco sobre la pollina» que es simultáneamente la afición del Quijote, Dulcinea, y mujer pueril y vulgar. Hemos hablado de simultaneidad. ¿Qué es? Es la conjunción de dos entes que pueden o no contradecirse, o por mejor decir, el «logos» operando y autorizando.
¿Cómo sabemos que bajo el fuego hay hierro y cómo que bajo una «villana» está Dulcinea del Toboso? Bertrand Russell, en un texto llamado «¿Es la matemática puramente lingüística?», despacha la respuesta, pues afirma: «Las definiciones que no son de hecho definiciones son una forma corriente del humor. Se nos dice, por ejemplo, que un «optimista» es un «hombre que espera lucrarse comprando a un escocés y vendiendo a un judío». Esta definición no tendría sentido si no supiéramos ya lo que es un optimista. Las definiciones genuinas, a diferencia de la anterior, suponen que la palabra o expresión definidas no tienen un significado previamente conocido. Lo que anuncian es una decisión respecto al uso de la lengua». ¿La luz es fenómeno matemático, físico, o lingüístico, psíquico? Alfonso Reyes lo explica en su erudita biografía sobre Goethe.
Decía Ortega y Gasset que hoy ya no creemos los argumentos que usaron escritores como Shakespeare o Cervantes para tramar historias, que descreemos de ellos porque los hemos leído muchísimas veces. En buen romance lo dicho significa que ya no confiamos en la lengua y que la hemos sustituido por el guarismo y el álgebra. ¿Qué anuncia el fuego sobre el hierro? ¿Qué el brinco sobre la pollina? Dulcinea, si bien criada, no daría brincos; el hierro, sea cual sea su calidad, puede arder. ¿Qué concluimos? Que la imagen fraguada por Fray Luis es verosímil, parecida a lo veraz, logocéntrica, física, y que la de Cervantes es artificiosa, psíquica. Con todo, la de Cervantes, sin exigir la gracia en el lector, es harto persuasiva.
Para sentir la imagen de Fray Luis es menester que el lector aplique a la lectura su alma, su cuerpo y su gracia, como tenemos dicho, en tanto que para vivir la de Cervantes basta leer, creer. Lo de Fray, pensaría Russell, es una «forma corriente del humor», vulgar recurso para dirigirse a iletrados, y lo de Cervantes, aunque con visos de comiquería, háblanos de achaques serios, graves, que nadie querría sufrir.
Finalmente, creemos que la imagen de Fray provoca, a palabras de Kant, meras «anticipaciones de la percepción», un «orden sossegado», y que la del soldado de Lepanto un «sossiego ordenado». ¿Qué diferencia hay entre las dos expresiones? La primera, materialista, filosófica, se refiere a un estado de cosas que lleva a un sentimiento, y la segunda, idealista, teológica, a un sentimiento que dispone de las cosas. ¡Grande contraste hay entre el vivir entre cosas bien dispuestas y por tal verse cómodo entre ellas y el vivir cómodamente a pesar de las cosas, tanta como la que veríamos entre un judío que bien viviese sólo por la ley de Moisés y un escocés que lo hiciese por la gracia de Jesucristo!
Profesor Edvard Zeind Palafox
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