La unidad de la izquierda
Por José Luis Muñoz , 4 septiembre, 2015
Ya es un lugar común la desunión de la izquierda frente al compactamiento de la derecha. Los ideales unen menos que los intereses, ni siquiera en momentos más dramáticos en donde la unidad era vital: verbigracia, la guerra incivil. Mi experiencia en la universidad del franquismo con grupos, grupúsculos, banderías, tendencias, me lo confirman. Se reclamaban del trotskismo, valga como ejemplo, el POUM, el PORE, la LC y la LCR, y luego cada uno de esos grupos se iban atomizando a medida que se sucedían asambleas y miembros, de una pureza absoluta, reclamaban su propio espacio político. ¿Se puede cambiar realmente así la sociedad?
La fidelidad del voto de la derecha es, además, rocoso, frente al de la izquierda, que es crítico. Las felonías en la derecha, se perdonan, incluso se asumen, como excrecencia natural de la actividad política; en la izquierda cualquier mínimo detalle se magnifica y tiene que explicarse. El que un partido, como el PP, con un rosario de altos dirigentes imputados en sus filas y una corrupción sistémica, que arranca de varios decenios atrás, siga manteniendo, a pesar de su decrecimiento progresivo, una intención de voto considerable que le daría la victoria, aunque no la gobernabilidad, en las próximas elecciones generales, es un ejemplo meridiano de la permisividad de sus votantes. El votante derechista asume la corrupción de la formación política a la que da su voto vergonzante (luego, quizá, por esa vergüenza, en las encuestas mienta sobre el sentido de su voto, lo que todavía complica más el entendimiento ético del proceder: ¿cómo se puede votar a un partido y avergonzarse de ello?) porque considera la alternativa de izquierdas un riesgo gravísimo, la debacle de todo el sistema, y que la corrupción forma parte intrínseca del ser humano. El peligro del partido hegemónico de la derecha, desactivada UPyD y vista la testimonialidad de Vox, su escisión por la derecha, se reduce a la marca blanca de Ciudadanos y a su capacidad de persuasión para arañar votos al PP con sus dirigentes telegénicos y su bagaje inmaculado.
Y, mientras, la izquierda, considerando a ésta como la izquierda del centroizquierdista PSOE, sigue con sus luchas intestinas, heredera de procederes del pasado, y pecha con la debacle de la Syriza griega con la que se identificó sin fisuras y de la que ahora, tras el viraje inexplicable de Tsipras, no acaba de distanciarse. Lo de Izquierda Unida, nucleada por el PCE y que lleva acumulando un sinfín de resultados electorales muy modestos, por la ley de Hondt, injusta y antidemocrática, que debería ser arrumbada si hay un vuelco electoral, y por su forma de vender el mensaje de forma equivocada (la formación liderada por Cayo Lara, y ahora por Alberto Garzón, siempre me ha parecido caduca en sus formas y escasamente combativa), desde que Julio Anguita consiguiera el mejor resultado, es más un deseo que una realidad: la izquierda nunca estuvo unida.
La irrupción de Podemos en el panorama político ha sacudido los cimientos de la izquierda, y también de la derecha (la revitalización del fenómenos Ciudadanos, el Podemos de la derecha, no se entendería sin ellos; como el rejuvenecimiento del PSOE, la renovación de la monarquía, o, incluso, la nueva forma de comunicar del PP, utilizando a sus cachorros); pero, sobre todo, de Izquierda Unida, desmantelada en parte (Madrid) y también del PSOE que, con nuevo cabeza visible, quiere transmitir un viraje a la izquierda. Mientras las bases de los partidos de izquierda que integran la formación clásica heredera del PCE, y la que surgió de ella y encontró buena tierra de cultivo en el 15M y en toda la serie de movimientos sociales que se encadenaron sucesivamente desde las plazas, reclaman, urgentemente, la unión de la izquierda, la cabeza visible de la nueva formación, Pablo Iglesias, en un ejercicio de prepotencia desmedida, abogó por rechazar la mano tendida de Alberto Garzón y su ofrecimiento de confluencia sin más explicaciones que su fobia personal al partido en el que creció. Menos se entendió ese rechazo cuando en Catalunya, de cara a las autonómicas, y a las generales, Podemos irá de la mano con otras formaciones políticas afines a Izquierda Unida en la comunidad como Iniciativa per Catalunya y Esquerra Unida. ¿Ahí sí y en el resto, no? Nadie lo entiende y las explicaciones de Pablo Iglesias fueron peregrinas.
El verano parece haber hecho recapacitar al hiperlíder Pablo Iglesias y apearse de su negativa, fuera de toda razón, a sumar esfuerzos. Con la boca pequeña, y tragándose su aversión a la organización que abandonó, desplantado, para integrarse en Podemos, acepta, ahora, negociar comunidad a comunidad con otras fuerzas sociales (mareas atlánticas; Compromís valenciano) y políticas entre las que tiene que estar, por fuerza, Izquierda Unida. Imagino que líderes de su propia formación, menos dogmáticos que el joven y ceñudo profesor, como Teresa Rodríguez y Pablo Echenique, le deben de haber convencido de su histórico error y le han hecho recapacitar. Si el hiperliderazgo fue, al principio, muy positivo para la recién creada formación (España estaba huérfana de ello desde Felipe González y muchos creímos ver en él la reencarnación del que había sido joven dirigente socialista que luego fue perdiendo las siglas por el camino), los resultados de las últimas encuestas del CIS, con toda la desconfianza hacia esos sistemas de medir opinión perfectamente manipulables, dan por sentado que ahora está perjudicando a la formación indignada. O Pablo Iglesias deja su engreimiento y soberbia a buen recaudo (lo que dijo de Izquierda Unida fue intolerable; lo que dice de que el PSOE apuntalaría un gobierno bipartidista con la derecha, es electoralista a la vista de la política de vasos comunicantes PSOE/Podemos en las autonómicas y municipales que ha desbancado al PP de un sinfín de ayuntamientos y parlamentos autonómicos) o será su propia formación la que prescinda de él como lastre: los partidos deben devorar a sus hijos cuando estos ya no son necesarios. El personalismo en Podemos debe dejar paso a la política, la concreción ideológica y programática, para que ese frente de izquierdas que reclama la España de progreso sea una realidad en las próximas elecciones generales y la izquierda haga, por fin, el sorpasso al PSOE.
Lo del asalto al palacio de invierno, o el cielo, queda para otra vida.
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