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«Lady Bird»: un pájaro que vuela muy alto

Por Emilio Calle , 25 febrero, 2018


Casi a punto ya de cerrar otro año cinematográfico en Estados Unidos con la entrega de los Oscars, y con total independencia de que se acierte más o menos en los pronósticos sobre quién se los llevará, hay una película se está llevando los premios de la admiración, mucho más complicados de ganar (y a la postre, más llenos de recompensas): «Lady Bird», el debut como guionista y directora de Greta Gerwig (con un título anterior, «Noches y fines de semana», escrito, dirigido e interpretado por ella y por Joe Swanberg). Gerwig, que además cuenta con una larga trayectoria como actriz, se presenta ya con todas las credenciales para ser una cineasta excepcional. Como directora, la aparente sencillez (y la sencillez es un estilete muy afilado en manos de esta creadora) no tarda en desbordar una narrativa visual extraordinariamente rica en el detalle, la sutileza o capaz de mostrar sin miedo la más amarga incisión. Ni se aboca a un naturalismo casi a bordo de lo documental en un tono tan propio del cine «independiente», ni se desmanda en rebuscadas piruetas formales, también para remarcar lo radical de su independencia. Por momentos cuesta creer que esta mujer no lleve una vida dirigiendo. Pero donde lo sobresaliente alcanza la matrícula de honor es en su trabajo como guionista. Si por las pirotecnias publicitarias alguien piensa que va a topar con diálogos deslumbrantes, con alguna de esas películas donde cada frase parece escrita para la eternidad, donde el ingenio se agazapa detrás de cada coma, aquí no encontrará nada de eso. Gerwig se maneja en el territorio donde se han hecho grandes los mejores dramaturgos estadounidenses, allí donde las palabras, las frases mil veces usadas, el vocabulario sin salida, las cosas que decimos y pensamos sin adornos y que nos suenan a gastas, son reconvertidas hasta desvelar significados que desconocíamos, y en el diálogo más aparentemente inofensivo se puede escuchar el atronador latido de un alma herida, sin necesidad de subrayados que todo lo terminan por empantanar.
La historia, al parecer, basada en las experiencias de la propia autora, de Lady Bird (el apodo por el que la protagonista pretende que todo el mundo la llame) narra el último año de su vida en un pueblo de California (una California muy distinta a la que estamos tan acostumbrados a ver en el cine, tal y como se nos advierte justo antes de empezar la película), justo antes de irse a la universidad. Y en momento alguno se adentra en picos argumentales extremos o decisivos. Se habla de pobreza, de paro, de muerte, de amistad, de amor, de tristeza, y de esa soledad en la que todos los personajes se van moviendo en busca de un contacto que puede ser posible o no. Incluso en sus momentos más duros (y los tiene, hay mucha amargura en esta obra) como el encuentro del padre y del hijo en la entrevista de trabajo, Gerwig siempre prefiere mantenerse distante antes que ajetrear al espectador y forzarle a mirar cara a cara las tesis de la autora. Es mucho más sabia, sutil e inteligente que eso. Y cuenta con el arma adicional de ser una humorista de primera, de las que sabe romper esquemas, por lo que siempre es mucho más profunda cuando es divertida. Con ese trazado argumental, la película debería acabar con la llegada de la protagonista a su tan buscado destino. Pero Gerwig, en su calidad de guionista, aun se guarda un as en la manga, una diminuta pieza casi de autonomía propia, donde veremos solo unos pinceladas de esa nueva vida, hasta legarnos un genial plano final, que ya descoloca todas las piezas por completo en vez de dejarlas ordenadas,y que elevan la película hasta lo más alto.
Dentro de este continuo «tour de force» de todos contra todos y contra todo, se debe destacar uno de los duelos interpretativos de más alto voltaje visto en años. A un lado, Saoirse Noran (la mismísima «Lady Bird» y su rosario de desacatos). Al otro, Laurie Metcalf, su madre, baliza de flotación y a la vez peso de una joven que se ahoga. Electrizantes de principio a fin, ambas son un grandísimo acierto en una película llena de ellos.
Y es de admirar que una realidad tan brutal como la que se cuenta (esa misma realidad que ya nos afecta a tantos) acabe derrotada, al menos en la gran pantalla, por la corrosiva inteligencia de una directora y guionista fantástica.
Seguro que Greta Gerwig seguirá explorando esa veta abierta tras este celebrado debut, así que ojalá muy pronto lleguen más títulos suyos, en estos tiempos donde una mujer que escribe y dirige es casi un oasis en el desierto de lo impuesto.
Pero hay algo mucho más seguro aún: será un placer volar con ella.

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