Las armas del terror
Por José Luis Muñoz , 9 noviembre, 2018
En Estados Unidos no hace falta que vengan yihadistas del Estado Islámico a perpetrar masacres; los autóctonos, generalmente WASP, se encargan de cometer matanzas masivas periódicamente, de modo que dejarán de aparecer como noticias novedosas en los medios de comunicación cansados de repetir siempre las mismas imágenes de policías que llegan tarde a la escena del crimen, gente llorando y ambulancias retirando cadáveres. Sí sería novedoso publicar que en tres meses no ha habido ninguna matanza, ni en un bar, ni en una universidad, ni en una escuela. Sería Hombre muerde a perro, más o menos.
El último descerebrado de un país descerebrado que tiene un presidente descerebrado ha sido un ex marine con shock postraumático, un tipo que se ha puesto hasta las cejas matando afganos y no se ha enterado que eso está mal visto en California. La policía ya le había hecho varias visitas, porque el tipo daba señales de no estar muy cuerdo, y, claro, no se le ocurrió decomisar el arsenal de armas de guerra que tenía en su casa, las que empleó para asesinar a doce personas y luego acabar con su vida.
La sociedad norteamericana está quejada por un sinfín de traumas y siempre vivió atemorizada ante amenazas externas, por eso son tan aficionados al cine de casquería y al de extraterrestres que los invaden. Allí los psiquiatras, junto con los brókeres y los abogados, son los que mejor se lo montan. Puedes demandar a un establecimiento de café (es un decir, lo del café) porque tú te lo tiras encima y te quemas (en realidad los cafés americanos abrasan; yo doy dos vueltas a la manzana antes de dar el primer sorbo o dejo el vaso de parafina enterrado en la nieve que hay en la Quinta Avenida neoyorquina), pero no a la Asociación Nacional del Rifle si te quedas parapléjico a causa de un tiroteo o te han arrebatado a tu esposa e hijos. El iluminado que ocupa el Despacho Oval receta contra las matanzas más armas, como si le dices a un tipo que para acabar con su alcoholismo debe pimplarse una botella de bourbon al día. Acabará con su alcoholismo, y con su vida. De nada vale decir que los homicidios por arma de fuego en Estados Unidos son 24 veces más frecuentes que en España y 100 veces más que en Japón.
La lógica racionalista que suele imperar, cada vez menos, en el ámbito europeo, no sirve de nada allí. Estados Unidos te rompe los esquemas y compruebas que algo grave le pasa a esa sociedad cuando cuentas las iglesias que hay por metro cuadrado, tantas como bares en España. En su simplificación de la libertad, los que detentan los trescientos millones de armas de fuego que hay en la sociedad norteamericana, más que habitantes, apelan a la famosa Segunda Enmienda, que ningún presidente pone en tela de juicio, para tener un kalashnikov en su sala de estar por si alguien entra sin llamar o una bazuca para pulverizar a quien pise el césped de su jardín. Puedes reventarle la cabeza a un tipo que encuentres dentro de tu coche, pero no puedes beber una lata de cerveza en una terraza porque te puede ver un niño. Las armas de fuego no son en sí malas, lo pernicioso es el mal uso que se hace de ellas, suelen decir los de la ANR. Es como decir que la bomba atómica es como la mascletá valenciana. Pero hay que reconocer que esos argumentos me descolocan tanto como los de una mexicana que me comparó los sacrificios de los aztecas con el ritual de comer y beber la sangre de Cristo de la misa católica, y de ahí no la sacaba.
En Estados Unidos puedes morir en una simple infracción de tráfico, si no colocas bien las manos sobre el salpicadero del coche, o por sacar el teléfono móvil ante un policía, y si eres negro tienes diez veces más posibilidades que si eres WASP de morir por los disparos de un policía racista, entrar en presidio o hacer cola en el corredor de la muerte. Los policías tienen el gatillo fácil porque no saben si el que tienen delante va armado y disparan primero para curarse en salud. Lo hay que se curan tanto que acribillan al pobre que cae en sus manos. Y no les pasa nada.
Las paradojas de esa sociedad, que llevo años intentado comprender sin avanzar mucho, darían para un libro o más. Mientras, el inquilino de la Casablanca está tan volcado en que no lo invada un puñado de hondureños (sin blanca, como dijo Barack Obama) y en que las actrices porno que frecuenta no hablen del tamaño de su pene, que se está olvidando de la promesa que hizo al lobby armamentístico de buscar su guerra. Tiraba más bombas su predecesor, que era Premio Nobel de la Paz, que él.
Las sangrías locales son migajas al lado de esas orgías de destrucción masiva con fuegos artificiales que de vez en cuando se marca el imperio para enseñar músculo y hacer negocio cuando invade y arrasa un país. Creo que Irán puede tener armas de destrucción masiva. Me lo dijo un taxista el otro día, yendo hacia el aeropuerto de Barcelona.
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