Las canicas de Sofía, o cómo `deshacer el mundo’
Por David Acebes , 1 febrero, 2015
A priori, todas las partículas que conforman el Universo se pueden distinguir. Pongamos un ejemplo. Imaginen a mi hija Sofía, tres años de edad, con una bolsa de canicas en la mano. Si se cayeran al suelo, es obvio que Sofía podría seguir con detalle la trayectoria de cada una de ellas, distinguiendo cada canica por su color. De esta forma, si preguntáramos: -Cariño, ¿de qué color es esa ‘partícula’ que se ha caído junto a tu cama? Ella, sin dudarlo, contestaría: -Verde, papá, verde.
Esto, más que nos pese, no es posible en el ámbito de la mecánica cuántica. Como sabemos, las partículas cuánticas se definen por sus estados cuánticos, de forma que es imposible distinguirlas y seguir su trayectoria. Volviendo a nuestro ejemplo, diría que las canicas de Sofía se mueven tan rápido en el espacio-tiempo de su habitación que a mi pobre hija se le pondrían los ojos como chiribitas en cuanto intentara seguir por dónde van. Metafóricamente hablando, la trayectoria de las canicas se parecen al garabato de un niño. Se concluye, pues, que, a diferencia de lo que postulaba la física clásica, sí existen partículas indistinguibles.
Entonces, si aceptamos la existencia en el Universo de partículas indistinguibles, de partículas idénticas, cabe preguntarse: -¿Qué sucedería si cogiéramos dos partículas indistinguibles y las intercambiamos entre sí? Una de La Tierra y otra, por ejemplo, a 13.300 millones de años de aquí. ¿Qué ocurriría con el Universo? ¿Notaríamos el cambio? ¿Se desharía el mundo? ¿O, entendiendo que los estados cuánticos se superponen, nos quedaríamos igual?
Según el estado actual de la física, no percibiríamos el cambio. Cuando empezó a desarrollarse la física cuántica, al manejar tantas partículas, se empezó a emplear la estadística, desarrollándose una para partículas indistinguibles (v. gr., los fotones de la luz) y otra para partículas distinguibles (v. gr., los electrones). Y se hizo, precisamente, porque se comprobó que, si cambiábamos entre sí dos partículas, en un caso el sistema se alteraba (partículas distinguibles) y en otro no (partículas indistinguibles).
Como poeta, no puedo compartir esta teoría. Desde mi punto de vista, no es posible cambiar dos partículas entre sí sin variar el resultado, pues estas dos partículas están rodeadas a su vez de otras partículas, que no tienen que ser necesariamente las mismas ni estar en la misma situación. Pongamos un ejemplo poético que nos ayude a comprenderlo. Si tomamos en consideración que cada verso es una partícula y los intercambiamos entre sí, el resultado de esta combinación variará en función de los versos / partículas que los rodean. De esta forma, podemos coger un verso de Gabriel Celaya (‘Repito otras voces que siento como mías’) y probar a intercambiarlo en una estrofa de un poema de Antonio Machado, viendo cómo el efecto producido resulta de lo más descabellado.
Y es del hogar manchego la musa ordenadora;
alinea los vasares, los lienzos alcanfora;
Repito otras voces que siento como mías.
cuenta garbanzos, cuenta las cuentas del rosario.
Por el contrario, si este mismo verso lo intercalamos en una estrofa de García Lorca, ocurre lo siguiente:
El hombre pisa fuerte las calles enlosadas.
Los cristales esquivan la magia del reflejo.
Repito otras voces que siento como mías.
La máquina eterniza sus compases binarios.
Nótese cómo solamente un entendido en la materia podría decir que el resultado es extraño y se percataría de la ‘intertextualidad’. A modo de muestra y para confirmar mi teoría, podemos ver cómo este verso, esta partícula de Celaya, ya fue utilizada por los Héroes del Silencio en una canción (`Deshacer el mundo’) de su disco Avalancha:
Los astros no están más lejos
que los hombres que trato.
Repito otras voces
que siento como mías
y se encierran en mi cuerpo
con rumor de mar gruesa.
Está claro que este método de combinación de partículas guarda muchas semejanzas con los archiconocidos ‘cadáveres exquisitos’. Se entiende que esta técnica, usada por los surrealistas a partir de 1925, se basaba en un juego de mesa francés, llamado ‘Consecuencias’ (como el título de un disco de Enrique Bunbury), en el cual los jugadores escribían por turno en una hoja de papel, la doblaban para cubrir parte de la escritura y, después, la pasaban al siguiente jugador…
Mas he aquí que –rebuscando en nuestra poesía áurea- he encontrado el siguiente soneto, que para mí es un claro antecedente de estos cadáveres exquisitos. Se trata del soneto nº 112 de Lope de Vega, compuesto por versos diferentes, tomados de Horacio, Ariosto, Petrarca, Camoes, Tasso, el Serafino, Boscán y Garcilaso. Leamos:
Le donne, i cavalier, le arme, gli amori, 1
en dolces jogos, en pracer contino, 2
fuggo per più no esser pellegrino, 3
ma su nel cielo infra i beati chori; 4
dulce et decorum est pro patria mori: 5
sforçame amor, fortuna, el mio destino; 6
ni es mucho en tanto mal ser adivino, 7
seguendo le ire e giovenil furori. 8
Satis beatus unicis Sabinis, 9
parlo in rime aspre, e di dolceza ignude, 10
deste passado ben que nunca fora. 11
No ay bien que en mal no se convierta y mude, 12
nec prata canis albicant pruinis, 13
la vita fugge, e non se arresta un ora. 14
¿Quién puede dudar que estamos ante un nuevo método de creación poética iniciado por Lope de Vega y perpetuado por los surrealistas? ¿Quién puede negar que Lope de Vega –como Bunbury hoy en día- ya jugaba en pleno Siglo de Oro a coger versos de aquí y de allá e intercambiarlos entre sí, deshaciendo de esta forma su particular Universo poético?
En ‘consecuencia’, les propongo que sigan el ejemplo de Lope de Vega, de los surrealistas, del propio Bunbury y jueguen también a ser poetas. Cojan un verso de aquí, otro de allá y jueguen, jueguen… hasta ‘deshacer el mundo’.
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1 «Las damas, los caballeros, las armas, los amores», de Ariosto.
2 «en dulces juegos, en placer continuo», de Camoes.
3 «huyo para no ser ya más peregrino», de Petrarca.
4 «sino en el cielo entre los beatos coros», de Tasso.
5 «dulce y honroso es morir por la patria:», de Horacio.
6 «esfuérzame Amor, Fortuna, mi destino;», de Serafino.
7 «…», de Boscán.
8 «siguiendo las iras y los ímpetus juveniles», de Ariosto.
9 «Harto feliz con mis propiedades sabinas», de Horacio.
10 «hablo en rimas ásperas, y de dulzura desnudas,», de Petrarca.
11 «de ese pasado bien que nunca fuera», de Camoes.
12 «…», de Garcilaso de la Vega.
13 «los prados no están blancos con las canas escarchas,», de Horacio.
14 «la vida huye y no se detiene ni una hora», de Petrarca.
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