Las fronteras
Por José Luis Muñoz , 29 marzo, 2023
Al hilo de la reedición en Estados Unidos de mi novela “La frontera sur” (Sed, 2022) para los ciudadanos hispanoparlantes, un libro cuyo eje argumental es esa frontera artificial, aleatoria y caprichosa, como lo vienen a ser casi todas, que hay entre Estados Unidos y México, me viene a la cabeza una serie de reflexiones sobre esas barreras naturales (el mar Mediterráneo, que tantísimas vidas se cobra) o artificiales (ese muro que separa los dos países norteamericanos y que promete ampliar Donald Trump si vuelve a gobernar, pero que ni Barack Obama ni Joe Biden han echado abajo sino todo lo contrario, lo han alargado, o el de Cisjordania elevado por Israel), que se levantaron en el mundo cuando el muro por antonomasia, el de Berlín, cayó bajo los mazazos entusiastas de los alemanes que se reunificaban después de la derrota de la Segunda Guerra Mundial, entusiasmo que en mí se tradujo en escepticismo.
El escritor español Manuel Vázquez Montalbán, novelista de género negro y uno de los intelectuales más lúcidos y mordaces que tuvo mi país, predijo que el XXI sería el siglo de las grandes migraciones, un proceso natural, fruto de la necesidad, que los gobiernos europeos y el norteamericano, entre otros, intentan ponerle freno como esos cocodrilos que acechan a los rebaños de ñus que se disponen a cruzar el río Mara y lo consiguen a pesar de sus muchas bajas.
Cuando estuve hace muchos años en México D.F., el taxista locuaz que me conducía al centro de la ciudad me comentaba de lo absurdo de ese gran muro que entonces ya se estaba construyendo: “Por muy alto que lo hagan, lo saltamos. Y, además, la mitad de Estados Unidos era de México y los gringos nos lo robaron”. Pues sí, era de México, y antes de España, y parece ser que una masa imparable de latinoamericanos (hondureños, salvadoreños, guatemaltecos, nicaragüenses, venezolanos) que huye de la miseria y la violencia que reina en sus países, va a la conquista de ese Nuevo Mundo tal como hicieron los pioneros en la conquista del Oeste doscientos años atrás, pero ya no son nativos pobremente armados los que tienen enfrente sino policías, militares y civiles los que les dan caza.
Las fronteras son flexibles según quiénes deban cruzarlas. Hungría, y Polonia, cerraron las suyas con alambradas de espino cuando una riada de emigrantes que venía de países de Oriente Medio en guerra, sirios, iraquíes, también afganos, trataba de pasar por su territorio para buscarse un futuro mejor para ellos y sus descendientes; esa misma Polonia que rechazaba a unos con porras y gases lacrimógenos, como también hacía la Hungría de Orban, ahora, con los refugiados de la guerra de Ucrania, se muestra generosa y acogedora: son cristianos, son europeos, son rubios. No muy diferente es Rishi Sunak, el primer ministro del Reino Unido que puede hacer bueno a su antecesor Boris Johnson y se olvida del origen migrante de sus padres, que quiere enviar nada menos que a Ruanda (¿por qué no al espacio?) a todos los emigrantes que intenten llegar a Gran Bretaña ilegalmente cruzando el canal de La Mancha. ¿No sería más fácil y práctico por su parte acogerlos y emplearlos en su país en donde están teniendo graves problemas de abastecimiento por, entre otras cosas, falta de conductores de camiones y reponedores en supermercados, además de las consecuencias nefastas del Brexit?
España fue corresponsable no hace mucho de una tragedia en la frontera de Melilla en la que murió un número indeterminado de subsaharianos machacados sin piedad por la policía marroquí y expulsados por la Guardia Civil los que conseguían pisar territorio español en aplicación de la política de expulsión en caliente. Muertos sin nombre que fueron a parar a una fosa común. Años antes, unos guardias civiles, en la playa de Tarajal, no solo no ayudaron a salir del agua a unos subsaharianos que trataban de llegar a la costa nadando sino que les dispararon pelotas de goma que provocaron el ahogamiento de una parte de ellos sin que los causantes de esas muertes recibieran ningún tipo de castigo por ello. En mi país también existe la impunidad policial, aunque no llegue a los niveles de Estados Unidos.
Los países desarrollados de Europa y América temen una invasión de los desheredados de unas tierras que ellos mismos han esquilmado a través de todo tipo de compañías que han explotado sus recursos naturales o han provocado guerras para redondear sus negocios o ayudaron a que se establecieran gobiernos títeres y corruptos con los que negociar con ventaja el saqueo. Una África sumida en la anarquía más absoluta desde que fue descolonizada y sus fronteras fueron trazadas con tiralíneas por los colonizadores sobre mapas en despachos alejados, vertedero del Primer Mundo, sigue siendo el terreno abonado para el saqueo sistemático, últimamente de chinos y rusos que han tomado el relevo a ingleses, holandeses y franceses. Los piratas siguen existiendo, aunque ya no lleven parches en el ojo ni patas de palo.
Las tragedias se suceden a diario en esa fosa común en que se ha convertido el Mediterráneo, el mar de las grandes civilizaciones de la época clásica. Las muertes de los que huyen del hambre, la sequía, las guerras y las persecuciones religiosas y políticas son consecuencia de políticas criminales de algunos de los estadistas europeos. La primera ministra italiana Giorgia Meloni, la admiradora de Benito Mussolini, cantaba en un karaoke con su ministro Matteo Salvini mientras seguían llegando cadáveres a las costas de Calabria. Las pateras naufragan y ni las ONG ni los buques mercantes que se cruzan con ellas pueden rescatar a sus náufragos por expresa prohibición del gobierno xenófobo de extrema derecha de Italia que, recordemos, ha sido votado por una inmensa mayoría de la población, y eso es lo más grave. No solo Giorgia Meloni se muestra indiferente, y beligerante, contra el drama de la migración, sino que tiene la complicidad activa de los que votaron esas políticas de endurecimiento contra los migrantes ilegales y Europa mira hacia otro lado. No solo Hitler fue el responsable del Holocausto, también los alemanes que lo auparon y lo estuvieron aclamando mientras iba ganando la guerra a cualquier precio.
Tenemos muy poca memoria o somos como el perro de Pavlov que solo reaccionamos antes imágenes que nos golpeen. Parece que nos hemos olvidado la de ese niño, Aylan, ahogado en las costas de Grecia hace ya muchos años. Hay Aylanes a miles mientras crece nuestra indiferencia y se votan políticas que directamente asesinan sin que tengan que asomar las bocachas de las armas.
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