Las inteligencias creativas. Parte I
Por Irene Zoe Alameda , 15 marzo, 2015
El creador siempre rompe moldes. MARCOS BALFAGÓN
Nada hay que despierte más interés, y más morbo, que el proceso creativo de una autora o de un autor, y a la vez nada más desconocido. El hecho por el que un ser humano imagina algo que no existe, y lo hace real, habita el terreno del tabú y todas las narrativas de todas las culturas concebibles están plagadas de historias en las que alguien lleva a cabo el “milagro”, la “magia” de despertar vida en la materia inanimada, ya sea en el lenguaje, en la piedra, en el color, en las ondas sonoras… El arte y la ciencia nos inquietan y se nos escapan, y a menudo los creadores son aupados a un pedestal o son recluidos a una caverna –cuando no lo uno y después lo otro, o viceversa-.
Así pues, desde tiempos remotos la relación de los hombres con esa minoría de creadores es conflictiva y apasionante. Inmemorial es el lamento de los desarrolladores de las formas y el pensamiento ante la incomprensión de que son víctimas en su momento histórico. Casi siempre considerados transgresores, puesto que mediante su inteligencia rebasan los límites del universo conocido, las biografías de Sócrates, Petronio, Averroes, Dante, Sor Juana Inés de la Cruz, Miguel Servet, Melville, Camille Claudel, Fitzgerald, Lorca, Céline… esconden historias de estrepitosos fracasos vitales, rebosantes de marginalidad y humillación.
Es triste constatar que un mayor conocimiento sobre el funcionamiento del cerebro, y la divulgación de tantas biografías de personajes célebres no hayan logrado que la mayoría de quienes se cruzan en su vida con alguien con una inteligencia creativa le brinde su comprensión y su respeto. Al contrario, la realidad es que la reacción hacia los niños creativos desde dentro de sus mismas familias, y posteriormente en los centros educativos y más tarde en el entorno social y profesional de este tipo de personas, es la de reprimir, reeducar, aplastar en ellas cualquier conato de diferencia.
Es cierto que lo diferente molesta a quienes no lo comprenden, tal vez porque quien carece de algo no es capaz de detectar su propia insuficiencia. Aunque desde fuera se puede considerar algo fascinante tratar con un creador, la realidad es que a la hora de la verdad la convivencia suele resultar insoportable.
Recuerdo una entrevista televisiva al escritor António Lobo Antunes, en la que éste reflexionaba:
“Tuve la suerte de que mis padres no me querían…”
El entrevistador se turbó e intentó silenciar a su invitado:
“Bueno… eso es imposible. ¿Cómo qué…? Es una broma, claro. Je, je”, concluyó el periodista su exabrupto mal silenciado, tranquilo de haber “re-etiquetado” a Lobo Antunes como un mal bromista –jamás como alguien a quien sus padres no habían dado amor-. El autor lo miró con lástima y aclaró:
“No, no, no bromeaba: tuve la suerte de ser un niño no querido, porque gracias a eso me convertí en escritor. Me he pasado la vida intentando demostrar a mis padres que estaban equivocados, que yo sí soy digno de ser amado.”
¿Cómo funciona una mente creadora? Las inteligencias normales realizan operaciones lineales, como las operaciones matemáticas de adición o sustracción, que se corresponden con las lingüísticas de deducción o inducción. (A + B = C, «luego…» y su inversa). Sin embargo, la creatividad se realiza mediante operaciones más complejas. Así, el cerebro creativo rastrea los conocimientos en busca de patrones análogos con los que crear nuevas entidades.
No hay, por consiguiente inteligencia posible sin una labor previa de categorización múltiple de conceptos. La mente creativa puede extrapolar por encima de una mente normal, ya que es capaz de aproximarse a las ideas desde diversos ángulos, de ahí que las personas creativas puedan resolver problemas con facilidad y originalidad.
Hasta aquí, todo parece positivo y cuando el entorno observa en los niños este tipo de razonamientos originales, audaces, se llena de admiración.
La materia de la inteligencia se fragua en la infancia y adolescencia, cuando el sujeto acostumbra a su cerebro a someter sus conocimientos a constante revisión y actualización. Un ejemplo: la palabra «galleta» se puede almacenar bajo categorías alimenticias, científicas, sociales, históricas… Una persona normal se puede quedar, por ejemplo, con el concepto de la galleta “X” de sus desayunos. Pero la inteligencia creativa, en un paso más, la irá almacenando (en innumerables copias), bajo los “cajones” de “harina”, “desayuno”, “alimento básico en periodo de guerra”, «hidrato de carbono», “golpe en la cabeza en el slang macarra”… lo que a la hora de pensar le permitirá rastrear patrones y trazar analogías.
¿No le suena esto a lo que hacen los poetas al iluminar el lenguaje con su poesía? De pronto usted cae en la cuenta de algo que sospecha que ya sabía…
(Continuará)
www.irenezoealameda.com
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