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Las llagas del santo

Por Víctor F Correas , 14 septiembre, 2015

Al fin, en la madrugada, el llanto de un recién nacido estalla en la habitación. La madre, de nombre María, tras varias horas de sufrimiento, también llora. Son las suyas lágrimas de felicidad tras un intenso martes de dolores.

Francisco de QuevedoEl miércoles amanece distinto, bañado por la claridad de la luna que penetra, suave, en la habitación donde acaba de dar a luz. A su lado, Pedro, el marido, coge la mano de la esposa y la besa con delicadeza. Acaban de ser padres; un niño que viene a colmar su felicidad. Porque lo son: tanto uno como otro gozan del favor de la familia real. Ella es dama de la reina; él, secretario de la hermana de su majestad, el segundo Felipe. María acaricia el rostro de su hijo, cuyo cuerpo está envuelto con un lienzo tras limpiarlo de sangre e inmundicias del parto. Acaricia el rostro sin dejar de mirarlo. El parto ha sido doloroso, pero ha merecido la pena. El niño está sano. Marido y mujer se dedican miradas de ternura, que después ambos posan en el retoño. Pedro es quien rompe el silencio que se adueñó de la habitación después de que cesara el llanto del recién nacido:

―Me gustaría que se llamara Francisco.
La madre cierra los ojos por un momento y los vuelve a abrir. Conoce a su marido y sabe del porqué de la elección:
―Porque hoy es el día de sus llagas…
―Una buena manera de recordarlo, ¿no?
La madre se deja acariciar por la mano de su marido. Le gusta el nombre y su significado.
―Pues que así sea.
No tienen más que decirse. El niño se llamará Francisco, como el tipo que vivió ese mismo día la impresión de las llagas de Cristo en su cuerpo. El tipo en cuestión era San Francisco de Asís, y el que nació tal que hoy hace cuatrocientos treinta y cinco años y recibió por nombre el mismo del santo fue bautizado días más tarde en la Parroquia de San Ginés con los de Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos, gloria de las letras españolas y universales.
Es una de las efemérides a remarcar de este catorce de octubre que dejó muchas más cosas. Como la impresión del primer tomo de una obra, El Capital, hoy hace ciento cuarenta y ocho años, que revolucionaría la teoría económica y social. Quizás su autor, Karl Marx, intuyera que dicha obra abriría una nueva etapa de discusión y análisis de las relaciones económicas y sociales entre los hombres. Lo que, posiblemente, no tuviera tan claro es que iba a liarla parda con ese primer tomo y los siguientes. Que la lió.
También el día fue importante para Jean-François Champollion, que llevaba semanas trabajando en una piedra encontrada en Egipto. Días y días intentando descifrar su significado, qué diantres querían decir los signos y símbolos esculpidos en ella, cuando hoy hace cuento treinta y nueve años logró descifrar en ella un nombre: Ramsés. Exultante, corrió a decírselo a su hermano, entró en su despachó del Instituto de París y gritó emocionado: “¡Lo tengo!”. Acto seguido, se desmayó. Lógico tras conseguir leer algo de lo que encerraba aquella extraña piedra con caracteres a la que ambos habían llamado Rosetta.
Y el día también conoció la llegada de las tropas napoleónicas a Moscú, tal que hoy hace doscientos tres años, después de tres meses de marcha, de tomar las ciudades que encontraron a su paso y de librar varias batallas. Y de Moscú no pasaron. Los moscovitas, más listos que el hambre, se refugiaron en los bosques cercanos y prendieron fuego a la ciudad. Sin alimentos y con un frío que iría a más conforme avanzaron las semanas, el ejército francés se vio obligado a retirarse sin lograr su propósito de derrotar al zar Alejandro I. Sólo el 20% del ejército de Napoleón –algo menos de 60.000 soldados- sobrevivió a la campaña rusa.
En cuanto a nacimientos, aparte del reseñado de Quevedo, hoy hace noventa y cinco años que nació Mario Benedetti y doscientos cuarenta y seis que lo hizo Alexander von Humbolt, padre de la física marina y de la vulcanología. De los que la palmaron hoy, reseñar a Grace Kelly, hace treinta y tres; a Arthur Wellesley, primer Duque de Wellington, que derrotó a Napoleón en la batalla de Waterloo y expulsó a sus tropas de la Península Ibérica; y a Dante Alighieri, hace seiscientos noventa y cuatro, cuya Divina Comedia está considerada obra maestra de la literatura universal.


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