Las plumas de mujeres que viven al filo
Por Marisa Cuyás , 9 septiembre, 2014
En un año aciago en el que la violencia machista ha seguido aumentando mientras la sociedad sigue sin despertarse para luchar contra esta lacra, acaba de conocerse el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia que por primera vez recae en una mujer, la periodista congoleña Caddy Azzuba. Conocida por su activismo en favor de la libertad de prensa y su lucha contra la violencia sexual que sufren mujeres y niñas en la República del Congo, ha llegado a realizar diferentes alegaciones no sólo en la Corte Penal Internacional sino también en el Senado de los Estados Unidos. Su contaste lucha por la reconstrucción de la paz en un país que lleva en guerra desde 1996 y los derechos humanos, fundamentalmente en los eslabones más débiles de cualquier sociedad en manos de la crueldad de unos y la ceguera de otros la ha llevado a estar amenazada de muerte teniendo actualmente protección de la ONU.
Pero como en muchas ocasiones la mente suele mostrarse caprichosa enlazando recuerdos, conocimientos, vivencias y amistades es justo decir que afortunadamente existen más periodistas en diferentes rincones de este maltratado planeta empeñadas en despertar existencias planas y silentes que permanecen cómodamente ciegas al dolor que ocurre a su alrededor por considerarlo ajeno. Una de esas otras periodistas además de ser una grandísima profesional es una buena amiga a la que admiro desde el momento en el que tuve la oportunidad de conocerla no sólo a ella sino también a sus comprometidos artículos, hace ya unos cuantos años. La mexicana Sanjuana Martínez se caracteriza por ser una de esas personas en las que su pequeña complexión física es inversamente proporcional a su gran valentía, viviendo y trabajando en uno de los territorios de ese país norteamericano afectado por el narcotráfico y la violencia que este genera.
Sus columnas en uno de los periódicos más importantes de tirada nacional y los libros que hasta ahora ha publicado sobre los casos de pederastia en México, las dolorosas muertes de tantas mujeres inocentes en Ciudad Juárez así como el narcotráfico y sus ocultas ramificaciones la han llevado a vivir en el filo de un peligro demasiado cercano al que nunca le ha permitido silenciar ni su voz ni su afilada pluma, en un país que aún dista mucho de tener igualdad y en el que la ley navega por aguas demasiado turbulentas.
Este Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, obtenido por primera vez por una mujer, permítame que lo haga extensible a todas aquellas que cada día deciden abrir las ventanas de un mundo que pese a considerarlo avanzado y globalizado sigue siendo cruel cada vez más ajeno al miedo de los que nos rodean y el dolor.
No hace falta gritar, tan sólo denunciar lo que cada día sucede a nuestro alrededor.
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