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Las tradiciones: al rojo vivo

Por José Antonio Olmedo López-Amor , 6 septiembre, 2015

cartel tomatina

 

“De la tradición, según esto es hija la historia, y la escrita que primero fue vocal, y lo son todas, pues tradición es narración, opinión y doctrina derivada vocalmente, sin haber escrito, con el uso de padres a hijos, y de los que vieron las cosas, a los que no las vieron”.

Luis Cabrera de Córdoba, 1611.

Es bien sabido que las protestas contra la celebración de corridas de toros en España se han multiplicado en los últimos tiempos, de hecho, en algunos puntos de nuestra geografía se ha suprimido. La lucha por la defensa de los animales es más rotunda por parte de los antitaurinos, algo que apoya un amplio sector de la sociedad, más si cabe, al enterarse de que tal fiesta está en buena parte subvencionada por el Estado. Aunque no voy a tratar en este artículo el tema de la tortura animal o tauromaquia, me sirve como introducción a lo absurdo, injusto o cruel de algunas tradiciones (convertidas en negocio), y es que, en España, aunque duela escucharlo, somos muy paracrónicos.

En lo que a tradiciones se refiere, vivimos en el medievo; no sólo no nos importa no crecer ni adaptarnos a nuestra realidad actual, sino que lo celebramos. La visión conservadora o fanática de cualquier tradición, ve en la misma, algo que preservar de manera fiel, acrítica e inalterable a toda opinión o prejuicio, por encima de todo y de todos. Mientras que desde una perspectiva más abierta al cambio se aprecia, por el contrario, que la vitalidad de una tradición depende de su capacidad para renovarse, pudiendo modificar su forma para adaptarse a nuevas circunstancias, sin perder por ello su sentido. El problema, es que algunas tradiciones no pueden conservar su sentido, sencillamente porque nunca lo han tenido. El gran poeta sevillano Vicente Aleixandre, con referencia a esta capacidad creadora de la tradición, pronunció en su discurso tras recibir el Premio Nobel: «tradición y revolución. He ahí dos palabras idénticas».

El pasado miércoles 26 de agosto tuvo lugar en Buñol, una localidad de la Comunidad Valenciana, una fiesta tradicional conocida por «tomatina». Dicha celebración, de periodicidad anual, consiste en una batalla campal entre las personas que quieran participar, utilizando como proyectil el tomate. Sí, esa “fruta” de nombre científico solanum lycopersicum, originaria de América y que hoy es tan común en nuestra huerta, es literalmente DESPERDICIADA, en plena crisis, como diversión. Hasta 150 toneladas de tomates fueron arrojados en esta fiesta que ha celebrado ya su 70 aniversario y en la que participaron hasta 22.000 personas. Hemos escuchado tantas veces en los medios de comunicación eso de «cada minuto, diez niños mueren de hambre en el mundo» que nos hemos insensibilizado. Desgraciadamente, el hambre ya no es algo tan alejado de nuestros familiares, de nuestros amigos, de nuestros vecinos; a día de hoy, es fácil observar en pleno siglo veintiuno y en grandes ciudades de países que se hacen llamar «desarrollados», cómo un mismo contenedor de basuras es inspeccionado por personas necesitadas hasta veinte veces al día.

No olvidemos que el tomate no es un juguete, no es basura, es un “alimento”, y nosotros, no somos pobladores de un barrio o de una ciudad, ni siquiera de un país, somos pobladores del mundo y hasta que no tengamos esa percepción del lugar que ocupamos, esa actitud y dimensión ante el dolor ajeno, seguiremos considerándonos inocentes.

 

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Más que frívolo, es bastante cruel que mientras cientos, miles de personas mueren por inanición, nosotros arrojemos a la basura el alimento para satisfacer nuestra diversión. No encuentro argumentos suficientes para defender este tipo de festejos, y lo dice un valenciano que vivió esta particular fiesta en sus carnes cuando era adolescente. Lo mire como lo mire, me resulta inmoral. El tomate posee: calorías, sodio, potasio, calcio, hierro, magnesio, vitaminas, es algo valioso que la naturaleza nos brinda, ¿no estaría mejor utilizado en manos de quien lo necesita? ¿Acaso no sería igual de divertido arrojarse bolas de gomaespuma?

Ya sé que los habitantes de Buñol —defensores de la fiesta por sus connotaciones económico-socio-culturales— o los participantes de la tomatina, no son los culpables del hambre que padece el mundo, pero sí podrían paliar —en la medida de sus posibilidades— los efectos de esa lacra tan terrible, podrían lavar su imagen y no contribuir a lo que considero una de las pandemias del capitalismo imperialista, el hambre.

No es necesario malgastar los recursos naturales para prosperar económicamente, no es necesario tampoco para conseguir que una pequeña localidad sea conocida en el mundo entero, existen otros caminos, otras vías más dignas y sostenibles. Los defensores de la fiesta aseguran que los tomates que utilizan son comprados en Xilxes, una localidad de Castellón, a bajo precio ya que por su sabor no son aconsejables para el consumo humano. Tras lo que me pregunto ¿y qué sabor es apto o no apto, saludable o no, cuando hablamos de personas que beben agua estancada en los charcos y se reparten un puñado de arroz por familia para sobrevivir durante una semana?

Otro argumento que esgrimo para denostar estas prácticas filisteas es la vulneración de los derechos de la mujer y su humillación en público como parte de la fiesta. Es bien sabido que grupos de mozos a merced de sus instintos se ponen de acuerdo para abalanzarse en grupo sobre alguna mujer que esté participando en la fiesta y arrancarle y destrozarle su ropa. Para algunos, esto puede resultar gracioso, pero he visto con mis propios ojos cómo este hecho ha terminado en lágrimas.

Para algunas mentes enfermizas, las fiestas patronales son salvoconductos para liberar esa atávica parte animal que busca la catarsis como válvula de escape, digamos que reducen la cultura a lo que comúnmente se denomina «hacer el gamba».

Y por si fuera poco, una vez terminada la fiesta, el panorama urbano es desolador, 150 toneladas de fruta esparcidas por las calles, de lo que resulta que hay que limpiarlo todo. Para ello se emplean litros y litros de agua que también se desperdicia y es dirigida con mangueras. Lo que me lleva a recordar la precaria situación de los embalses de la Comunidad Valenciana, hoy al cincuenta por ciento, añadiendo a ello la controvertida situación del trasvase Tajo-Segura, uno de los mayores proyectos de ingeniería en España que pretende desviar agua desde Guadalajara hasta la región de Murcia, pasando por Cuenca y Albacete. En la actualidad, los embalses de Castilla-La Mancha rondan el 15% de su capacidad, por lo que los manchegos ya no encuentran mucho sentido a la pretensión de dicho proyecto faraónico.

En mera anécdota queda que este año un vehículo de la empresa Google haya quedado destrozado como consecuencia de pretender grabar imágenes de la fiesta desde su interior, o que una adolescente haya tenido que ser hospitalizada tras caer por un barranco desde una altura de ocho metros.

Vivimos en la sociedad del eufemismo, en arcadias donde la devaluación de la conciencia está llegando a límites paroxísticos. Si en la tradición teatral era costumbre arrojar tomates al escenario para manifestar el descontento del público ante la función representada, desde aquí envío mi tomatazo a tradiciones como la tomatina de Buñol.

 

 

 

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