El buen lector sabe extractar substancia de cualquier bagatela, fárragos poéticos de cualquier párrafo, inspiración de vulgares versos y nociones de cegueras; sabe, como decía Neruda, que el mal gusto, lo cursi, se esgrime para engatusar a las masas lectoras, únicas autorizadas para darle gloria y perennidad a los autores. Pero también existe el fenómeno contrario, el que causa el mal lector, que en los mejores tomos de las bellas letras observa fruslerías, nimiedades, bagatelas, frioleras indignas de ser citadas y comentadas. Del `Quijote´, que tan humanamente hecho está, puede sacarse doctrina comunista, capitalista, racista o nacionalista, pero también gozo, valor y piedad. Los comunistas verán en Sancho una víctima, y los capitalistas en Quijano un esforzado y sudoroso trabajador; los racistas querrán convertir a los moros de la trama en ejemplos moralistas, y los nacionalistas denostarán la expresión “cristiano viejo” que tanto se repite en las páginas de la supradicha obra. En fin, que los grandes libros no garantizan el bien de sus lectores.
Hago todo este tejemaneje para justipreciar un libro latinoamericano intitulado `Facundo´, del autor Sarmiento, que fue uno de los fundadores del espíritu argentino. Mal es que el retratista mienta, pero es peor que el retratado acepte las mentiras del retratista, que ha puesto en él virtudes, vicios, gracias y desgracias que no tiene; mal es, recordemos, que el colorado tono represente a la cólera y que la cólera sea blasón, es decir, que vituperable resulta que una imagen sirva de vórtice moral a un pueblo. Las imágenes pueden interpretarse de muchos modos, y por eso se parecen a los mitos. Los filólogos, un Gadamer, un Dilthey, buscan interpretar los textos soslayando toda imagen, o sea, todo “prejuicio”. Pero no se crea que “prejuicio” siempre es “perjuicio”, no: “prejuicio”, “praejudicium”, en nuestro caso es mero “mythos”, predecesor del “logos”.
Sarmiento, como todo héroe, con su `Facundo´ trató de instaurar “mitos”, leyendas, ejemplos, o por mejor decir, imágenes prestas a dejarse interpretar por politicastros, por sabios, por niños y por doncellas de jaeces diversos, ya románticos, ya ilustrados. El romántico verá en el `Facundo´ la celebración de una raza, del hombre argentino, pero el ilustrado verá en él un plan para argentar al hombre. El primero escaldará toda vicisitud contradictoria en el libro de Sarmiento, en tanto que el otro cotejará día y página.
Aclaremos que los libros no son intérpretes, sino principios y fines, yunques o brazos, no martillos. Un libro o funda o culmina, pero no intercede; la `Ilíada´ y la `Eneida´ trazaron orígenes y metas, mas no fueron oráculos en la edad griega, aunque sí en la Edad Media, harto agorera. ¿Para qué todo este hilvanar razones a favor y en contra de un libro que ha sido escrutado hasta los hilos? Para que no muera. Henos aquí, creyendo que el `Sarmiento´ todavía puede tenerse por libro fundacional, por libro ejemplar y capaz de darnos rumbo. “Sequere me. Qui sequitur me, non ambulat in tenebris”, solía decir Jesucristo, que antes mejoró el Antiguo Testamento que lo rechazó y que es buen ejemplo de filología.
Seguidme, lector. ¿Qué es un “mito”? ¿Qué el “logos”? Siguiendo los dictados de Gadamer, sensible filólogo forjado a la antigua, sostengamos que “mito” es “cultura”, “tradición”, “prejuicio”, y que “logos” es “intelecto”, “crítica”; o en lógica mítica, declaremos que con el “intelecto” se conocen las leyes que permiten la supervivencia de los “mitos”, que con su ilación hacen posible el “logos”, el pensar el “mundus”. El `Facundo´ es un libro lleno de “mitos”, de pinturas que todavía piden ser explicadas, sazonadas con exégesis útiles en el ámbito de lo psicológico y no sólo en el estético.
Sarmiento, exaltado, en tono elegíaco hizo su libro. ¿Y quién ignora que la elegía es el canto nostálgico de los viejos que afanan retroceder y revivir el pasado? Una imagen, decía Wittgenstein, pierde sus colores, y más cuando habita en la galería abandonada que es la memoria; en contraste, las letras jamás envejecen, pues ellas son curador y pintura simultáneamente, esto es, poesía. Recuerdan los viejos imágenes, mas no tonos, voces; luego, es menester escamotear toda imagen del `Facundo´ para hacerlo revivir, para rescatarlo del “mito”.
Sarmiento escribe que el argentino, merced a la pampa, a la soledad de la pampa, “es” músico”, “es poeta por carácter, por naturaleza”. Antonio Muñoz Molina adviértenos en su bello artículo `Los misterios del ser´ que la palabra “ser” es engañifa, embeleco que hace que soslayemos todo esfuerzo, “hacernos”, pues nos invita a imaginar que ya somos; él dice: “Lo bueno del Ser es que permite disfrutar de toda clase de privilegios y orgullos sin el menor esfuerzo. Hacerse a uno mismo, llegar a ser algo, son tareas difíciles que con frecuencia pueden terminar en decepción y fracaso”. ¡He ahí trazado el mayor pecado del `Facundo´, la idea del “ser” que promueve! En acabando de leer el `Facundo´ uno siente que no hay nada nuevo que hacer, que todo está arreglado, enderezado hacia algún destino ineludible.
Aristóteles, nuestro mayor crítico literario, aducía que sólo hay “carácter” o personalidad en el personaje capaz de discernir, de elegir, de “hacer”. ¿Cree el argentino que es poeta, músico, actor del mundo o artista genial a causa de las pinturas que heredó del `Martín Fierro´, de Hernández, y del `Facundo´? Dice Borges en un prólogo que para el `Facundo´ hizo que la historia argentina sería “otra” y “mejor” si los argentinos tuviesen en más el `Facundo´ y en menos el `Martín Fierro´. ¿Por qué lo decía? El gaucho `Fierro´ es achacoso, quejón, dolorido, músico que “con el cantar se consuela”, con su “ser”, que no haciendo; mas el `Facundo´ de Sarmiento es menos fementido y más violento, peleón, tribal, salvaje. ¡El eterno martirio kantiano del argentino, que no quiere ser “cajetilla” ni “gaucho”, ha sido el no poder elegir entre la hipotética civilización europea, el “ser” griego, y el categórico salvajismo americano, el “hacer” o “estar ahí” propuesto por Heidegger!
La obra de Sarmiento puede servirnos hoy para lucubrar lo imposible, para vislumbrar lo quimérico, mas no para abrir posibilidades ni para hacer de utopías metas nacionalistas. Sello este ligerísimo artículo contando a mi paciente lector que he fatigado el `Facundo´ tres veces, y que siempre me ha dejado el sabor de la derrota heroica, mientras que el `Fierro´ me ha impregnado sentires líricos. Ambos libros, apuntemos, como los de Shakespeare manejan lo grotesco y lo exagerado de manera magistral, atributo útil para que el lector de los tales llegue a la catarsis y se cure de no exaltar nacionalismos bárbaros, siempre cerriles y provincianos.
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