Lichtenberg: al sol de una cálida idea
Por José de María Romero Barea , 5 junio, 2015
Algunas novedades literarias tienen toda la sofisticación de la pornografía y ninguno de sus placeres. La mayoría no son sino un intento de captar lectores con una historia en primera persona. Alguna habrá escrita desde la honestidad; las más son un largo (y tedioso) ajuste de cuentas. No es el caso de los Cuadernos. Volumen I (Hermida editores, El Jardín de Epicuro, 2015) de Georg Christoph Lichtenberg. En ellos encontramos a un autor con el que se puede estar de acuerdo o no, pero es honesto.
Lichtenberg es bien conocido en España sin ser conocido bien. Su obra más perdurable fue pronto traducida al castellano, pero eso fue hace años. Numerosas veces ha sido caricaturizado como un intelectual parapetado tras un puñado de ocurrencias. Su obra, por suerte, es un tesoro por descubrir. La presunción de familiaridad que permea revistas y suplementos culturales ha asegurado que la obra del autor alemán permanezca enterrada de por vida. Leemos su nombre, recordamos un epigrama o dos, y asentimos. De ahí la importancia de esta reedición de Jaime Fernández y esta nueva traducción de Carlos Fortea.
Lichtenberg comenzó a escribir sus cuadernos a mediados de la década de 1760 y siguió escribiéndolos hasta unos días antes de su muerte, a los cincuenta y siete años, en 1799. Como Jaime Fernández observa en su ensayo introductorio, no son diarios, sino algo más, un depósito general, un centro de intercambio intelectual, una especie de cajón de sastre donde se acumulan apuntes, extractos, cálculos, lugares comunes, agudezas, borradores, y, por supuesto, aforismos.
Lichtenberg consideró la posibilidad de publicar al menos una selección en vida, pero nunca lo hizo. Sus sentimientos acerca del valor de sus cuadernos van de la grandilocuencia (“Pido a todos los que escuchen leer, lean o hablen de esto que escribo, que se muestren benévolos y con razón castiguen lo que no les guste”) a la humildad (“He reunido un montón de pequeños pensamientos y esbozos, pero no esperan tanto la última mano como más bien algunos rayos de sol que los hagan florecer”).
Nacido en Oberramstadt, cerca de Darmstadt, en 1742, Lichtenberg fue un niño débil y enfermizo. Sufría de una malformación de la columna vertebral, causada probablemente por la tuberculosis. No es sorprendente que este hecho físico influyera en su vida y perspectivas. Aun así, Lichtenberg no adolece de sentido del humor acerca de su condición. “En mí el corazón está al menos un pie más cerca de la cabeza que en el resto de las personas, de ahí mi gran equidad”.
Libro de cuentas escrito a vuelapluma, registro de las transacciones de un alma (recibos, pagos), esbozos para un libro definitivo que nunca llega, los Cuadernos están plagados de pensamientos, conjeturas, observaciones, citas. Balance apresurado de compras y ventas del intelecto de su autor, este libro no es tanto un sistema como una sensibilidad, una forma de acercarse al mundo.
Sus aforismos han sido escritos por alguien que no se consideraba un aforista. Pretenden traspasar modales y pretensiones, aunque lo que encuentran a su paso es rara vez edificante. La mayoría de ellos se ocupa de la escena cultural de la época: “Del gusto general de los ingleses son ahora Wilkes y Liberty, el rost beef, el plumpudding, Milton y Shakespeare, o al menos no será fácil encontrar un inglés que no pueda sufrir a uno de estos dos; la mayoría se inclinan por los seis”. Otros, por desgracia, han sido superados por los acontecimientos: “Con una multitud de trazos desordenados se forma fácilmente un paisaje, pero con sonidos desordenados no se hace música”.
Los apuntes de Lichtenberg componen una filosofía coherente hecha de dispersiones. Son todo lo contrario de la máxima moral con valor absoluto. La ausencia de doctrina se convierte en doctrina. Se dejan llevar por la fiebre del momento, el paso del tiempo, la inspiración: “Puede pasarse un día entero al sol de una cálida idea”.
Todo lo contrario que la mayoría de novedades literarias: panfletos escritos para hacer campaña; currículos de celebridades hiperactivas; catálogos de razones para seguir mintiendo. No sería posible escribir hoy en día un libro como este; no por falta de inteligencia o encanto, sino porque sufrimos una penosa tendencia a la falta de honradez.
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