Lita Cabellut: del suburbio a la galería de arte
Por José Antonio Olmedo López-Amor , 31 marzo, 2016
La pintora Lita Cabellut en su estudio.
Hay vidas extraordinarias, más si cabe, tratándose de artistas, que demuestran que el ser humano es mucho más de lo que se espera de él, mucho más de lo que él mismo cree y de lo que en apariencia es. La vida de Lita Coa Cabellut (Sariñena, Huesca, 1961), es una de esas vidas. Lita, —abreviatura de Manuelita—, nació en una familia gitana, rota y pobre, nunca supo la identidad de su padre, su madre era prostituta y la abandonó cuando la pequeña tenía sólo tres meses de edad. Ante tales circunstancias, la abuela se hizo cargo de ella, una abuela que malvivía como podía, viviendo en la calle, por lo que Lita pasó su más tierna infancia en la indigencia y sin asistir a clase por orden de su abuela. La pequeña vagaba por las calles, buscaba en la basura, pedía limosna por las Ramblas, el Port Vell o el mercado de la Boquería. Aprendió antes a dibujar y pintar que a leer y escribir, y por si fuera poco, era disléxica, una preciosa niña de ojos penetrantes y cabello azabache. Tal vez, esa precoz iniciación a la pintura convirtió, lo que para muchos es una vocación artística, en su verdadero idioma, en su forma de expresarse, de ver, ser y entender la vida. Sus primeros dibujos fueron sobre proxenetas, mendigos y prostitutas, algo que veía diariamente. Cuando Lita cumplió ocho años su abuela murió y fue internada en un orfanato del que no guarda muy buen recuerdo. Para entonces, eran ya muchas las cosas que una niña de su edad no debería haber visto, fueron muchas las carencias, los malos ejemplos y el tiempo perdido.
A los trece años, una familia burguesa de Holanda y afincada en Barcelona la adoptó; aquello significó el principio del fin de sus sufrimientos. Gracias al cariño y la dedicación de sus nuevos padres, y también al poder adquisitivo de estos, la pequeña Lita comenzó a tener profesores particulares, primero para corregir y tratar su dislexia, después para formarla en la pintura, y después asistió a clase, donde sorprendentemente y en poco tiempo, alcanzó el mismo nivel de sus compañeros.
Fue tanto el entusiasmo que la joven Lita mostraba con la pintura, que sus padres la llevaron a visitar en Madrid el Museo del Prado. Allí, la joven artista, quedó fascinada por las obras de Velázquez y Rubens en un primer momento, Rembrandt, Freud, Bacon o Tàpies fueron referentes después, artistas que influirían más tarde en su forma de entender el arte pictórico. La visita a aquel museo hizo que se decidiese a consagrar su vida a la pintura, pero allí mismo ocurrió algo que la marcó para siempre; se encontró de bruces con obras de la época oscura de Goya, de hecho, se negaba a entrar a aquellas salas ya que, encontraba en aquellos cuadros un dolor que la desnudaba y le hacía recordar todo por lo que había pasado. Goya se convirtió en su pintor predilecto, su obra La romería de San Isidro la turbaba especialmente.
A los 19 años partió con sus padres hacia los Países Bajos, donde sigue residiendo desde entonces, para estudiar en la Academia Rietveld en Ámsterdam. Allí la artista se instruyó con los mejores profesores de Holanda. Pronto comenzó a encontrar su estilo personal, un lenguaje basado en remozadas técnicas de pintura al fresco, un eclecticismo apasionado que unía el fotorretrato con brochazos expresionistas. Sus obras se caracterizan, además de por su gran formato, por representar el dolor, un dolor en el que predominan los colores: blanco, rojo y negro. Una vez terminado el motivo principal de sus cuadros, la artista desgeometriza la perfección con trazos de otros colores, trazos inesperados, gruesos; estos golpes violentos y bastos de pintura rompen la delicada belleza de sus modelos, algo análogo a los golpes de la vida; el dolor, tanto en la pintura como en la vida, va dejando su huella en todos nosotros. Las pequeñas grietas que se abren en la superficie de casi todos sus lienzos simbolizan ese sufrimiento que marcó a la pintora de niña.
Frida Kahlo o Coco Chanel, mujeres con unas biografías tan desgarradoras como la suya, han sido objeto de sus pinceles y su sentimiento del color: Kafka, Chaplin, Truman Capote, Madre Teresa, Freud o personas anónimas, en todo ser humano, Cabellut encuentra esa tristeza del alma, esa parcela de dolor que todos escondemos, incluso las personas triunfadoras, y que ella sabe retratar tan bien.
En la actualidad, Lita Cabellut es madre de tres hijos y tiene fama mundial como pintora, algo anecdótico, ya que aquí, en España, es casi una perfecta desconocida. Ha expuesto en las mejores galerías del mundo: Nueva York, Ámsterdam, Miami, Singapur, Colonia, Hong Kong, Atlanta, Chicago, Londres, París, Venecia, Madrid, Barcelona, Seúl o Dubái, son sólo algunos de los lugares conquistados con su arte.
Según el último ranking de la revista Artprice, referencia en el mercado del arte, sólo hay dos pintores españoles que vendan más que ella: Miquel Barceló y Juan Muñoz. En el puesto 333 del “top 500” de artistas contemporáneos más cotizados del planeta, aparece Lita, con unas ventas totales de más de medio millón de euros en las subastas celebradas durante 2015 y un precio máximo de 140.000 euros por un lienzo. Los actores de Hollywood Hale Berry y Hugh Jackman son dos ilustres compradores de sus obras.
En palabras de Cabellut manifestadas en una entrevista: «yo soy el ejemplo de que todo puede cambiar».
Para ver una exposición suya en España, concretamente en Barcelona, habrá que esperar hasta 2017, será entonces, cuando la fundación de Antoni Vila Casas abra sus puertas a una de las mejores pintoras españolas contemporáneas, que de momento, no ha sido profeta en su tierra.
Lita refleja la violencia hacia las mujeres, la sordidez, la crueldad, representada con precisión, con textura o por la intimidación que supone la aceptación de un falso concepto de belleza basado en el glamour como su valor más alto. El color negro enfatiza la relación entre el estigma y su visión de la belleza; sus obras tiene el volumen de un relieve telúrico, la cartografía de un caos que conforma con naturalidad el atlas, terreno y celeste, de la mirada o el cuerpo.
La piel es pieza clave en las obras de Cabellut: órgano externo que revela las experiencias, que muestra las cicatrices del dolor, las marcas del paso del tiempo. En definitiva, la fuerza, el carácter y la angustia consustancial a la existencia del ser humano.
Su arte es el de contar historias, a golpe de pincelada acepta y da forma a sus incesantes preguntas. Intenta entender y halla en la belleza un bálsamo que, sin duda, consigue trasmitir. Y no sólo comparte su arte, además, esta artista guarda un espacio para la solidaridad manteniendo con sus ingresos la Fundación Arnive de ayuda a niños necesitados; hace tiempo que se propuso ayudar a niños desfavorecidos para que, tal como a ella le ocurrió, puedan disponer —al menos— de una oportunidad.
Artículo publicado en la revista cultural Sede de Torrelavega:
http://sederevista.com/del-suburbio-a-la-galeria-de-arte
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