“Locke”. Casi, pero no.
Por Mario Blázquez , 29 agosto, 2014
En el cine, como en cualquier tipo de expresión artística en general, es de admirar el riesgo y la innovación, incluso para contar la historia de siempre pero desde un ángulo distinto para que no lo parezca. “Locke” viene precedida de una intensa campaña de marketing viral, que se basa en ensalzar solemnes alabanzas de prestigiosos críticos cinematográficos y, sobre todo, del dudoso aura de ser esa película del año “original, inteligente, visualmente potente, con un guion brillante y una gran actuación”. Pero la realidad, una vez vista, es que muy poco de todo eso tiene “Locke”. Aceptamos que entre toda la blockbustera cartelera de verano podamos tener una alternativa menos ortodoxa, pero tanto visual como formalmente, “Locke” es mucho más convencional de lo que promete.
La película transcurre íntegramente en el interior de un coche, con un único personaje visible (Tom Hardy) que debe resolver un dilema a través de diversas llamadas de teléfono. El transcurso de la película (85 minutos) es el tiempo real del trayecto nocturno del protagonista. La idea sería original si no hubiesen existido “Última llamada” (2002), Buried (2010) o 127 horas (2010) por nombrar algunas de las muchas películas con el planteamiento “un único escenario, un personaje, una situación”, que hoy ya no es ninguna novedad. Para darle al espectador un respiro, dadas las dificultades visuales que implican el reducido escenario, se incluyen planos recurso de luces de neón, semáforos borrosos, carreteras superpuestas y parabrisas llorosos, algo que me recordó mucho a la fotografía de Michael Chapman en Taxi Driver (1976).
El guion es consistente, hay una buena estructura en el esquema “problema, solución y consecuencia” y una coherente articulación de las acciones que se desarrollan en paralelo: la premisa principal a resolver, que desencadena dos problemas derivados como el cisma laboral y la crisis familiar. Lo que aleja las pretensiones de “Locke” de su resultado es que no hay ninguna tensión ni emoción, la incógnita se desvela a los quince minutos de metraje y, aunque se hace de manera premeditada, provoca que toda expectativa se desinfle. No ayuda el exceso de tópicos y de recursos demasiado simplistas y evidentes para generar una emoción por la vía rápida: la familia entera espera al protagonista en casa para ver un partido, la maravillosa esposa le ha comprado sus cervezas preferidas y ha hecho salchichas, incluso se ha puesto la camiseta de su equipo favorito. La idea de hablar con su padre a través del retrovisor podría haber sido un recurso estimable, si no hubiera estado salpicado de ese recalcitrante mensaje tan americano de “limpiar el apellido”. Tampoco podemos evitar sentirnos distanciados del problema laboral hasta perder por completo el interés, porque está abordado desde una óptica muy concreta y profesional, en la que pocos espectadores se involucrarán en detalles de si el cemento debe ser del tipo C6 o C5. La premisa principal, por tanto, va cediendo demasiado terreno en cuanto a importancia hacia esas dos tramas desencadenadas y periféricas, haciéndola perder fuerza.
Da la sensación de que “Locke” quiso ser una pieza sofisticada, aspiró a ser algo más que entretenida, pero tuvo miedo de no ser comprendida y optó por ser más accesible antes que ser arriesgada, y eso es algo que cualquier avezado espectador descubre demasiado pronto. No es una película aburrida, pero tampoco es hipnótica. No es académicamente comercial, pero tampoco es un ensayo. Tenía ambiciones de haber sido una película trascendente, pero la realidad es que, sin ser una mala película, es perfectamente olvidable. “Casi, pero no”.
Una respuesta para “Locke”. Casi, pero no.