Los caballeros de las sombras. Juan Tazón nos lleva a la vieja España
Por Javier Pérez , 27 agosto, 2014
Los caballeros de las sombras.
Arranca la historia con el asesinato de personajes sin nombre, aún. Poco a poco se irán desvelando las claves que permiten entender la razón de esas muertes. Pero va más allá, se irán descifrando las claves de un juego, una especie de juego cuyo tablero será una Europa convulsa y asolada por las guerras o, lo que es peor, por esos períodos de entreguerras que mantienen una tensa calma y una diplomacia hipócrita e interesada entre los países.
Es una historia de espías, de los sacrificados espías de esa Europa que vive inmersa en sus propias luchas; donde rige el principio, universal y vigente, que dice que la información es poder. Y es, precisamente, la información el arma más valiosa de los países enfrentados. Ni el más bárbaro de sus habitantes renuncia a la posibilidad de derrotar al enemigo aún sin salir al campo de batalla.
Cobos, Alonso Cobos (como Bond, James Bond) es el personaje principal y el conductor de la trama. Un personaje bien plantado, y bien planteado. A él, desde la Corte española, o más bien, desde las profundidades de la Corte española, se le encargará descubrir la identidad de los muertos, la relación que une a los mismos, quién o quiénes fueron sus ejecutores y, lo que es más importa para los intereses de la Corte, la razón de sus muertes.
La historia se desarrolla en varios escenarios; España, Inglaterra e Irlanda serán los bailarines principales de esta danza orquestada por manos oscuras, casi siniestras que se mueven en las sombras. Pero la acción se disemina y abarca Francia e, incluso, Italia. La dificultad de seguir el hilo de la historia, a pesar de la disparidad de escenarios, es superada por el autor con solvencia, sin fisuras.
En esas profundidades habitan Idiáquez y Mendoza, personajes también oscuros aunque, a veces y sólo a veces, casi entrañables. El catálogo de personajes es amplio y variado, hay rufianes, hombres de honor y caballeros sin reino, al servicio del poder. Todos ellos, son personajes sólidos, bien estructurados. Confieso, sin embargo, que mi debilidad es la Reina Elisabeth, una mujer en un mundo de hombres, siempre un paso por delante de sus consejeros; una fina inteligencia acompañada de la sabiduría que dan los años que se vale, también, de la alcoba para mantener el orden en la sala del trono.
Mientras se va leyendo, el lector se envuelve en un ambiente oscuro y húmedo, es el estado ideal para continuar. Y tal estado es provocado por los escenarios y el tiempo de la acción: en las profundidades de los palacios en España, en la lúgubre Torre inglesa a la que se llega en barca, o en los bosques irlandeses, empapado de sangre y nieblas. Siempre es de noche, aunque no lo sea, es la propia noche que vive la vieja Europa y los personajes se mueven al abrigo de la oscuridad o en tabernas poco iluminadas, donde llevan a cabo su labor: ser sombras en las sombras.
Es un libro de invierno, para leer al calor de una chimenea. Es un libro de verano, para refrescar los calurosos días de verano.
Cuando se finaliza su lectura, queda el regusto de algo bien hecho. Esa sensación de que, a pesar de que en ocasiones parece denso y excesivo, tenía que ser así. No hay nada superfluo, ningún detalle es baladí.
El propio autor, entre sus páginas, resume como nadie la esencia de esta novela: guerras libradas por soldados al mando de generales sin librea.
Y eso, que parece tan complicado, es lo que se va a encontrar el lector.
Es, para leerlo.
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