Los cuernos del terror
Por Galo Abrain Navarro , 8 diciembre, 2018
En Hamlet, Shakespeare decía que algo apestaba en Dinamarca, y parece que los vientos del norte han traído esa epidemia hasta nuestras costas. Por supuesto, ha germinado con nuestras particularidades, con nuestras idiosincrasias, floreciendo como un duro cardo que había vivido a la sombra de una margarita de plástico. En la Peste de Camus, los habitantes de la soleada Orán no aceptan el mal que les acecha hasta que las ratas muertas inundan sus bañeras y ya es tarde para salvar a los cadáveres vivientes que desfilan iracundos y pálidos por las aceras. Ingenuos, pensamos al leerlo. Pero nosotros también gastamos algo parecido, nuestra epidemia, nuestra peste, que siempre ha pululado por las alcantarillas de este país. Se ha ido deslizando moribunda, pero jamás derrotada, entre aquellos nostálgicos de tiempos más represivos y castizos, de pura cepa ibera, honrando a Dios y a la sangre limpia de blanquecina epidermis y religiosa devoción por la pureza de la bandera. Un trapo viejo fabricado al por mayor en China con el que se empalman aquellos qué, como decía Schopenhauer, son imbéciles execrables que al no tener nada en el mundo de lo que enorgullecerse, se refugian en el último recurso de vanagloriarse de la nación a la que pertenecen por casualidad. Una nación de la que curiosamente solo se enorgullecen hasta el tuétano aquellos a los que no les brinda ninguna oportunidad, o a aquellos a los que el orgullo ciego y devoto de los otros se las brindan todas. Una de las cartas magnas de este sistema capitalista que crea enfermedades periódicamente para lucrarse con una medicina que sabe muy bien que no funciona. Se viste con el traje del defensor del obrero y merece la pena recordar lo que declaraba Bertolucci en Novecento «Los fascistas no son como los hongos, que nacen así en una noche, no. Han sido los patronos los que han plantado los fascistas, los han querido, les han pagado. Y con los fascistas, los patronos han ganado cada vez más, hasta no saber dónde meter el dinero. Y así inventaron la guerra, y nos mandaron a África, a Rusia, a Grecia, a Albania, a España,… Pero siempre pagamos nosotros. ¿Quién paga? El proletariado, los campesinos, los obreros, los pobres.» Ahora el desenfreno neoliberal invoca el miedo social provocando que la extrema derecha emerja con nuevas pieles, con el fin de enriquecer todavía más al capital. Bauman ya sacó a relucir en Modernidad y Holocausto como fue la extrema racionalización de un complejo hegemónico cultural la que empujó a una de las mayores atrocidades de la historia de la humanidad. Una racionalización del odio y el reaccionarismo que hoy empieza a infectar las mentes de cientos de miles de españoles.
Pero por fin hemos podido oler con claridad algunos de esos cadáveres enfermizos supurando odio entre las venas de este país, doce concretamente, y no es algo tan terrible si al menos despertamos del ingenuo coma inducido que nos ha hecho creer que éramos inmunes a esas epidemias. Ya hemos visto como esa peste ha demacrado ya millones de cerebros en Brasil, Italia, Hungría y tantos otros cachos de tierra que sus habitantes quieren defender como si fuesen la tribu de la isla de Sentinel y la cordura el pánfilo evangelista que cree que puede llevar la palabra de Dios a una tierra proscrita. Sin embargo, al igual que dicho ingenuo evangelista creía que el demonio poblaba las almas de aquellos parias y buscaba salvarlas, no debemos creer que aquellos que se han visto arrastrados por estas nuevas olas de reaccionarismo han de ser tratados como tales. Eso, sin lugar a duda, no haría más que convertir la chispa en un incendio pompeyo. La alarma no debe sonar en los tímpanos de los que, a la desesperada, se han dejado agasajar por la puntiaguda lengua de la intolerancia, sino en aquellos que son sus paladines y en la propia ideología en sí.
No creo que merezca la pena profundizar en lo que ya está más que dicho sobre el mesías de la libertad, vividor hedonista del beneficio político que dice buscar regenerar, o de las promesas y afirmaciones de su partido que son, cuanto menos, mentiras despóticas y perversas con el fin de emponzoñar las mentes de los desesperados y los fanáticos. Escotoma, la mente ve lo quiere ver, cegándose frente a una financiación opaca, una hipocresía política manifiesta y una masturbación crónica con ese juego de moda de la posverdad. Tal vez por eso sea el momento de abandonar la paranoilla esquizoide de esta sociedad adulterada por el juego político y el poder para arrastrar fuera de la cueva platónica a las mentes más susceptibles, e iluminarlas con la verdad sobre esas grotescas sombras que en realidad no son más que animalillos asustados correteando de un lado a otro por salvar su pescuezo. Lo bueno de los reaccionarios es que no les preocupa convertirse en sofistas profesionales, en oradores bien pagados de la falacia si con ello culminan sus objetivos de degollar las libertades ajenas obteniendo así su ansiado beneficio. Como esos adalides de la anti-socialdemocracia como Sánchez Dragó que parecen olvidar que ahora, con la piel llena de arrugas, están apoyando a aquellos que querían encarcelarlos de jóvenes. Y es que parece que no hay como haber sido firme militante comunista de joven, para permitirse el lujo de criticar con unilateral cinismo cualquier pensamiento ajeno al propio. Sobre todo para aquellos que declaran con frivolidad que se involucraron a la lucha socialista porque querían vivir aventuras, no por convicción política, como le escuché decir a Dragó en la presentación de un libro.
La guerra siempre maltrata la verdad y debemos tener cuidado con quien la compra. Como decía Orwell, la historia la escriben los vencedores. En España la historia la grabaron con sangre aquellos que dilataron su victoria durante más de cuarenta años y esos tatuajes, esos estigmas, no han desaparecido. Tan solo estaban pacientes, esperando el momento para volver a supurar el odio que hoy empieza a alimentar las mentes de esos cientos de miles de personas que se alzarán en armas contra la libertad femenina, contra el respeto extranjero, sus costumbres, y el sabroso placer de poder meter la lengua en el culo del genero que a uno le plazca. Todo ello con el objetivo de engordar sus egos, alimentar sus intereses y dejar en la cuneta a todos aquellos que no se vean reflejados en sus agrietadas pieles de rancio tufo fascista. Cuando la peste acecha ninguno se siente parte del problema hasta que lo padece en sus carnes o en las de los que le rodean. Si estas avalanchas caen sobre nuestras cabezas será porque hemos educado mal la empatía y la comunicación en nuestra sociedad, será porque aquellos que deberían haber gestionado el devenir de nuestros días lo han hecho sin pensar en que era lo mejor para aquellos a los que representan, preocupándose antes por cómo conseguir dirigirlos. Ahora resta la conciencia. Ahora salva el musculo de la ciudadanía que todavía puede morder la opinión pública organizándose en eso que llamamos la sociedad civil. Acudiendo a la asamblea del barrio, al sindicato, a las aulas, movilizando los medios a los que tengan acceso para que el mensaje como siempre no se quede en agua de borrajas y en los paladares de los escasos politizados comprometidos. Yo, en mi humilde capacidad, he elegido este. No se debe subestimar al enemigo, sobre todo si este se ha convertido en una viscosa sustancia envenenada que navega por el aire y puede infectar a aquellos que jamás habrías imaginado alzando el brazo en posición diagonal, o besando la bandera como si se tratase de una madre cariñosa. Nuestros vecinos del norte cercano acaban de demostrar que la gente, la masa organizada, posee el poder de volcar el tablero del poder, de presionarlo hasta la ahogada extenuación. Y en un raro afán mío por la esperanza, deshaciéndome de mi compulsivo derrotismo, recuerdo los versos de Miguel Hernández que ya se las tuvo que ver con terrores similares a los que nos acechan.
Soy una ventana abierta que escucha
por donde va tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.
Esperemos que ese rayo no se apague, que no cese. Esperemos que, al igual que han germinado todas las fobias reaccionarias y las mentiras para el beneplácito de los mismos acaudalados dueños de todo, germine igualmente el espíritu de luchar contra ellas. Esperemos ver relucir la fortaleza sin palabras rotas, como dijo José Díaz en 1935 “Todos los oradores que han hablado antes que yo, han dicho ‘El fascismo no pasará’. Y yo os digo que esta frase solo tiene sentido cuando se toman todas las medidas necesarias para luchar contra el fascismo.”
¿Las tomaremos?
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