Los estragos del Kitsch
Por Eduardo Zeind Palafox , 11 mayo, 2016
Por Eduardo Zeind Palafox
Semiólogo, planner y articulista
Definir el gusto, colgarle adjetivos, decir que es bueno o malo, provoca disputas clasistas que acaban relativizándolo todo. Preferimos afirmar que hay arte elevado, que exige ir hacia él, y arte bajo, que viene a nosotros. El alto pide que contemos con un espíritu cultivado (uso la palabra “espíritu” en sentido pedagógico, gadameriano), al menos, histórica y filosóficamente, y el bajo que seamos simples esnobistas que se complacen creyéndose magnos conocedores y críticos de lo bello.
Complacer a quien nada sabe de arte pictórico o literario nos obliga a crear elKitsch, palabra que según autor citado por Umberto Eco viene de sketch, “bosquejo”. El Kitsch, para engañar al público haragán, para hacerlo creer que puede interpretar pinturas, es capaz de poner encima de obras de Sorolla o de Gauguin, pintores que me placen, los logotipos de Alpura o de NatGeo.
Todo bosquejo es algo inacabado, algo que con pocos elementos comunica nociones o ideas. Tales ideas, por cierto, no son profundas o críticas, sino sensibleras por ser muy líricas, atolondradas y groseras. Son groseras, gruesas, pues cualquiera las entiende, y sensibleras por subjetivas, irrelevantes para el repertorio de los grandes sentimientos humanos. El Kitsch, remedo malogrado del arte, verso sin símbolo, rostro sin perspectiva, sonido inarmónico, en fin, objeto con “valor de uso”, ya no sólo vulgariza, sino también se divide para vehicularse por distintos medios de comunicación, fenómeno al que llaman “omnichannel”.
Hace poco los públicos veían fragmentos del mundo, pero hoy ven fragmentos de fragmentos. Ya no se sabe, digamos, dónde está Irak, pero sí que sus habitantes son barbados, malos y locos. Colocar árabes cerca de bellos paisajes y paisajes cerca de pasteles, cachorros, mutilados y fotografías del papa Francisco, como acaece en millones de muros de Facebook, provoca lo siguiente: que la gente se acostumbre al desorden semántico, que la moral sea mero sentimentalismo, que todo ideal parezca terrible dogma, que los objetos se transformen en amuletos y que la cultura a la que pertenecemos se divinice.
No sorprende, luego, que los políticos se caricaturicen para obtener votos de adultos con magín de niño, necios que no perciben diferencias entre Bach y la música cristiana más irrespetuosa, ni que los estudiantes universitarios aplaudan al orador que nada útil les enseña, pero que los atiborra con cursilerías heroicas.
La televisión ha ocupado el lugar de la caldera, de la cocina. Ésta, dice Ortega y Gasset, representaba la parte más sólida y calurosa del hogar. La televisión, en cambio, no ofrece calor, sino confirmaciones para las creencias que las familias adquieren en la Masscult.
En una revista de alta sociedad llamada GB Magazine leemos las palabras de una dama shakespiriana que alecciona a los lectores diciendo: “Si no sueñas, nunca encontrarás lo que hay más allá de tus sueños”. Las palabras son de estiloKitsch, pues nada dicen pero producen emociones mediante un bosquejo onírico.
Un político, por su parte, para allegar votos nos dice: “Soy un joven veracruzano comprometido a recuperar la seguridad”. La palabra “joven” es dogmática, un amuleto en la Masscult, donde la gente de escasa edad es tenida por deidad. La palabra “comprometido” es sentimental, y más por estar cerca de “recuperar”, que mueve a la nostalgia. Y el término “veracruzano” escamotea los medios que usará el joven para cumplir sus promesas. Es de Veracruz, nos comenta, por lo que conoce muy bien las cuitas que derruyen a la ciudad.
Quien alimenta su espíritu con el Kitsch, que muestra fines y no medios, sentimientos y no códigos morales, dogmas y no ideales, amuletos y no cosas, deseos oníricos y no proyectos realistas, carece de postura política, de epistemología, ya que no puede acercarse a objetos problemáticos, que no existen (ens rationis).
Para el amante de la Masscult, que todo lo vuelve Kitsch, cosa manipulable, comestible, las cosas no tienen sentido si no poseen una marca que explique para qué sirven. Todo se le vuelve instrumento para crear entelequias, carcajadas, mitos, recetas mágicas y almas que nada son cuando no comercian con otras, de las que toman sonrisa, discurso, conceptos y más. La dama citada bien dijo: “La amistad es estar incondicionalmente con las personas a quienes amas”.–
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