Los juegos de tronos de la izquierda española
Por José Luis Muñoz , 28 febrero, 2016
Imagino que no soy el único de los muchos votantes que depositamos la papeleta en la urna, para que un gobierno de izquierdas y progreso diera paso a la asfixiante dictadura democrática del PP que nos ha empobrecido económica, cultural y socialmente en sus cuatro últimos años de reinado, que está estupefacto ante el lamentable espectáculo que están dando las llamadas fuerzas de progreso de este país.
La división de la izquierda española es un mal endémico e histórico, y, a veces, hasta de consecuencias trágicas (a la guerra incivil me remito). Frente a la rocosidad de las derechas, unidas por unos comunes intereses, las izquierdas pierden su oportunidad hablando del sexo de los ángeles.
Lo que ha pasado desde las últimas elecciones democráticas, que uno ya no sabe cuándo se produjeron, hasta el día de hoy, se puede equiparar a ciertos ritos de apareamiento muy comunes en el reino animal y que bordean lo ridículo. El gurú de la nueva izquierda, Pablo Iglesias, imbuido de una soberbia alarmante y enfermo de un egocentrismo preocupante, se postuló como vicepresidente de un hipotético gobierno progresista vía televisión (toda una novedad estratégica), sin cruzar una sola palabra con el hipotético presidente al que iba a echarle una mano, generosamente, para meterlo en la Moncloa. Como Pablo Iglesias no es tonto, sino todo lo contrario, sabía que su inaudita propuesta (sin haber hablado antes con el PSOE) lo único que iba a hacer, y así lo consiguió, era que saliera toda la caverna (y hayla, y mucha: Corcuera, González, Guerra…) del partido del otro Pablo Iglesias a arremeter contra él por sus modos deliberadamente humillantes. Ni la modestia, ni la diplomacia, figuran entre las virtudes del estratega Pablo Iglesias. El líder de Podemos consiguió lo que se proponía, descolocar al PSOE, visualizar su fractura interna y poco menos que imposibilitar ese pacto de progreso que con la boca grande dice querer.
El segundo acto del cortejo fue ese encuentro amoroso (e infiel, dos puertas más allá y al mismo tiempo, un ejemplo de promiscuidad política pocas veces visto: un marido saltando de una cama a otra simultaneamente) entre Albert Rivera, el líder de la, hasta ese momento, marca blanca del PP, y Pedro Sánchez, que acabó con un documento rubricado por ambos, absolutamente inútil, y dejaba en entredicho esa mesa en donde estaban hablando de programas y de un hipotético gobierno de colación PSOE, Podemos y sus marcas autonómicas e Izquierda Unida, cuyo dirigente Alberto Garzón es el único personaje cabal en todo este sainete de encuentros y desencuentros.
La ópera bufa tendrá su tercer acto en esa investidura, a todas luces fallida, del candidato Sánchez que echará las culpas de su fracaso a esas fuerzas progresistas a las que plantó con su pacto a Ciudadanos. Frente a la torpeza de Sánchez, que se suicida políticamente y puede ser descabalgado del PSOE como candidato a unas próximas elecciones por la candidata Díaz, tan querida en Andalucía como odiada en el resto de España, la soberbia de Iglesias creyéndose el rey del mambo y más atento a crear un conflicto interno dentro del socialismo histórico que de dejarse la piel, como dijo él, en unas negociaciones que hubieran acabado en un gobierno de progreso que habría puesto fin a tanto desvarío amputador del PP. Pensando ambos en la ciudadanía, como se ve.
Dos escenarios posibles. O vamos a nuevas elecciones, lo más probable, con lo que vamos a perder unos cuantos meses preciosos para revertir todos los despropósitos del PP de su última legislatura, o, tras esos dos intentos fallidos, se vuelven a sentar las fuerzas progresistas en esa mesa que los de Podemos y sus marcas abandonaron precipitadamente. Confía entonces el maquiavélico Pablo Iglesias toparse con un Pedro Sánchez debilitado que se rinda a sus exigencias, porque no le quede otra, pero corre el peligro de que eso no suceda (la contestación interna del partido, harto del juego humillante del líder de Podemos, se lo impedirá) y dentro de unos meses se vuelvan a ver las caras en las urnas.
No sabe Pablo Iglesias, o no ha hecho el cálculo, que, aunque se produzca ese soñado sorpasso del PSOE, tan ansiado por Julio Anguita, en unos próximos comicios, lo que está por ver (muchos de sus electores se están dando cuenta de a qué juega el líder soberbio), su futurible como presidente de la nación pendería de llegar a un acuerdo con el PSOE y que entonces, éste, con toda la razón del mundo, le daría a probar su propia medicina. Es la aritmética, querido Pablo.
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