Los miles de Aylan
Por José Luis Muñoz , 3 septiembre, 2015
La foto de Aylan se ha convertido en un icono de lo que sucede en la isla Europa, de la indiferencia criminal de sus dirigentes y la responsabilidad de los ciudadanos que no los remueven de sus sillones. Ese niño desmadejado, encallado en la arena de una playa Europea a la que llega muerto precediendo a su hermano y a su madre, cobra, de repente, un valor inusitado. En una tertulia de esta mañana alguien dijo una cosa atroz: Aylan nos toca porque es blanco, es de los nuestros. Me niego a aceptarlo. Aylan tiene nombre, y hasta fotografías de niño vivo que se han apresurado a reproducir los medios de comunicación. Hay miles de Aylan, de pieles claras y oscuras, enterrados en ese Mediterráneo fosa común que no tienen ni nombre ni cara, y hay miles de Aylan que se arrastran debajo de las alambradas y quieren tomar esos trenes que no les llevan al paraíso alemán sino a campos de concentración porque un dirigente húngaro quiere velar por la pureza de Europa y es más papista que el Papa.
En esta Europa desigual, de muchas velocidades, a la que llegan los Aylan de este mundo que huyen de las guerras bárbaras que hemos alentado, o no hemos sabido o querido detener, y de los fanáticos religiosos que han nacido de nuestras décadas de desprecio, hay dos países que los acogen, Italia y la depauperada Grecia, y otros que los rechazan en un ejercicio de xenofobia e insolidaridad. Hay muchos Aylan en la Franja de Gaza que el prepotente ejército israelí mata porque puede cuando le parece, recordaba esta mañana Tania Sánchez para que no reduzcamos todo el dolor humano a esa foto desoladora. Miles de Aylan murieron entre las ruinas de Irak devastado por el trío de las Azores en una guerra sustentada por mentiras de destrucción masiva. Aylans masacrados por Boko Haram, el Estado Islámico, Al Qaeda y todos los ejércitos de bárbaros que surgen como reacción a la barbarie de Occidente.
Mientras nuestro cicatero gobierno negocia una cuota a la baja, Madrid, Barcelona y Valencia abanderan la red de ciudades de acogida para esta gente a la que hemos dejado sin país y los ciudadanos ofrecen sus casas a los refugiados. Hoy Mariano Rajoy ha tenido que tragarse el sapo de esa foto de muñeco roto de Aylan llegando muerto a una playa de libertad, y ha aceptado que acogerá a los refugiados que le toquen, y Ángela Merkel, el odiado diablo europeo a quien culpamos de todo, de pronto se muestra humana y está dispuesta a abrir su país a cientos de miles de refugiados que buscan asilo político mientras Hungría, Serbia o Rumanía hablan del peligro musulmán para una Europa cristiana.
La foto de Aylan, como la foto de la matanza en el mercado de Sarajevo, o la foto de la niña quemada por el napalm en Vietnam, remueve conciencias de desayuno, hace que se nos atragante el cruasán en la garganta y el café nos queme la mano. Mueren niños, claro. Mueren niños en Siria, en Irak, en Afganistán, en Libia, y ancianos, y mujeres, y jóvenes, pero verlo nos conmueve. Ojos que no ven, corazón que no siente. Por eso Estados Unidos sustituyó las fotos espantosas de destrucción de la primera y segunda guerra de Irak por fuegos de artificio y los pilotos que asesinaban a civiles se comportaban como el héroe de Top Gun bajando de sus aviones.
La Europa que nos han vendido durante todos estos años no sirve para otra cosa que para que no cambiemos de moneda cuando traspasamos fronteras. Punto. Por eso pueden formar parte de esa Europa países que discriminan por credos religiosos, alzan barreras de alambres y encierran a los que huyen de la muerte en campos de concentración.
La izquierda europea, la ciudadanía, debe convocar una manifestación multitudinaria para exigir la solidaridad de sus gobernantes con los refugiados y, si estos no reaccionan, llevar la iniciativa. Las miles de casas vacías de la especulación bancaria deben de ser ocupadas por los que lo han perdido todo. Desde las ciudades hay que habilitar listas de viviendas dispuestas a ser compartidas con los refugiados, siguiendo el ejemplo de Islandia, un país con 400.000 habitantes que ofrece asilo y vivienda a 14.000 de ellos, pero, sobre todo, lo que hay que hacer es que esa gente no tenga que cruzar nunca más el Mediterráneo y devolverles los países que nuestros nefastos políticos, a uno y otro lado del Atlántico, les han destrozado.
Paren la guerra, ha sido el lúcido y sencillo mensaje de un adolescente sirio en la estación de tren de Budapest.
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