Los niños-grillo
Por Eley Grey , 28 septiembre, 2014
He escuchado en algún sitio que estamos sufriendo una plaga. Dicen que esta vez son unos grillos diferentes. Aprovechan el final del verano para reproducirse y ocupar los jardines, los parques y los huecos que dejan los electrodomésticos en los hogares, junto a las paredes.
Se pasan la noche emitiendo un sonoro gemido. Algunos estudios aseguran que dicho comportamiento se debe a la necesidad de atraer a las hembras cuando creen haber encontrado el lugar apropiado para fabricar el nido.
Hace unas noches uno se metió en mi cocina, tras la nevera, y siguió cantando a pesar de que el sol ya brillaba en lo más alto del cielo. No dejó de hacerlo durante tres días con sus tres noches. Ayer por la tarde se calló, desde entonces el silencio ha ocupado la casa.
Me pregunto si habrá encontrado a su pareja, si ya tendrán su nido entre los cables y el polvo. En el peor de los casos me planteo si se electrocutó por un mal roce. Es cierto que podía llegar a ser molesto. El agudo crepitar se clavaba en el cerebro y no me dejaba dormir. He pasado sueño, incluso tuve que usar tapones para no oírlo. Sin embargo, ahora me asaltan tantas dudas que un vacío desolador se extiende por mi pecho.
Este tipo de grillo se ha dado a conocer con el nombre de niño-grillo. Es una plaga que se hace fuerte en esta época pero va disminuyendo a medida que se acerca el invierno. El niño-grillo es una especie que necesita captar la atención o pedir ayuda. A veces no controla la intensidad de su llamada y puede resultar molesto. Otras veces los adultos usamos tapones para amortiguar el intenso chirrido. Lo cierto es que su longitud de onda no siempre se percibe por el oído humano y muchos niños-grillo terminan desapareciendo. Cuando eso ocurre, un malestar imposible de describir, parecido a la angustia, invade al adulto, que lo cree desaparecido, indefenso y sin recursos. La mayoría de las veces sigue ahí, entre la nevera y la pared, aguardando el momento óptimo para volver a gritar.
Cada día me encuentro con niños-grillo por doquier. Unos se han ejercitado y pueden alzar la voz. Otros, por el contrario, no han aprendido aún y se comunican sin hablar, sin gritar, sólo con la mirada, con un gesto. A veces el comentario inocente de un adulto salva a uno de ellos. Por desgracia, las críticas, la ignorancia y los reproches se están cebando con los más débiles, que no resisten mucho tiempo fuera del nido y terminan desapareciendo.
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