Los odios exacerbados en Venezuela
Por Amir Valle , 13 febrero, 2014
El joven estudiante de 24 años Basil Alejandro Dacosta, una de las víctimas de la violencia.
Venezuela es hoy un terreno anegado de odios y sangre. Como ha sucedido en otros momentos de la historia latinoamericana, lo que pudo ser un proyecto encaminado a disminuir la pobreza y la desigualdad en un país que, pese a sus graves problemas, mostraba prosperidad y avances en otros muchos aspectos, ha terminado siendo el más tenebroso de los escenarios posibles, debido a la mala gestión del chavismo, al ansia de poder total del presidente Maduro y a la copia absurda de modelos foráneos fracasados. Ahora, para mayor desgracia, a la violencia social y la criminalidad que ha venido en ascenso ante la debacle económica, se le suma la violencia política.
A estas alturas, y viendo lo que sucede ahora mismo en las calles venezolanas, no existen argumentos para defender una depauperación social, económica y hasta moral que cae por su propio peso. ¿O es que acaso tenemos que creer que la mitad de la población venezolana que votó contra el chavismo fue pagada por el imperialismo, como han dicho repetidamente los ideólogos cubanos y venezolanos del Socialismo del Siglo XXI? ¿Esos miles de estudiantes que comenzaron las actuales protestas en Venezuela, por el simple hecho de manifestarse contra un gobierno de izquierda, no merecen el mismo respeto de los estudiantes chilenos que, encabezados por Camila Vallejo, se manifestaron el año pasado contra un gobierno de derecha? ¿Hasta cuándo nuestros gobernantes van a querer tapar su inoperancia y sus errores con el gastado discurso de que todo lo que va en su contra es gestado en las “oficinas del Imperio” en Washington y que toda oposición nacional a sus proyectos es un engendro creado por los enemigos externos en contubernio con mercenarios internos?
Amanecí leyendo a dos respetados colegas venezolanos, los escritores Juan Carlos Méndez Guédez y Juan Carlos Chirinos, preocupados por la escalada de violencia que vive su país y avergonzados por el respaldo que algunos intelectuales de prestigio están dando a los desmanes cometidos en Venezuela por quienes defienden el chavismo mediante esas prácticas claramente dictatoriales que están circulando ahora mismo en todas las televisoras del mundo y que han acabado con la vida de dos jóvenes estudiantes, casualmente opositores y de un partidario de Maduro. También muchas fuentes aseguran que la prensa afín al gobierno no le ha dado la cobertura necesaria a las manifestaciones, ni a los crímenes cometidos por sus fuerzas policiales, que curiosamente no pueden desmentir porque el avance de las tecnologías ha permitido que varios testigos filmaran los terribles momentos de esos asesinatos; escenas en las que se observa claramente a los culpables. La prensa oficial se ha concentrado en verter ataques, amenazas y anunciar represalias legales contra quienes participan en estas oleadas de descontento popular.
Hace unos meses, en un encuentro literario, conversé con uno de esos renombrados escritores que apoyan ciegamente a ciertos gobiernos de América Latina, aunque estén aplicando en aquellas tierras las mismas recetas criticadas por ellos cuando quienes las aplican son sus gobiernos europeos. No logro entender ese doble rasero. Que un joven se suicide en España por la falta de perspectiva y futuro provocada por el gobierno de derecha de Mariano Rajoy es igual de preocupante que la muerte de un joven que sale a la calle en Venezuela a manifestarse en defensa de sus ideas. Que miles de jóvenes españoles se marchen a otros países buscando el trabajo que no encuentran en la gubernamentalmente “derechista” España es igual de importante que esos cientos de miles de venezolanos, cubanos, ecuatorianos, bolivianos, argentinos y nicaraguenses (países con gobiernos de clara tendencia izquierdista) que se han ido y se van cada día a buscar un mejor futuro en otras regiones del mundo. Y si respetables son las exigencias del movimiento mundial conocido como “Los Indignados” en sus manifestaciones contra los males del capitalismo, también son respetables las exigencias de miles de latinoamericanos que en estos momentos se lanzan a las calles a protestar contra los males de ese llamado “Socialismo del Siglo XXI” que varios gobiernos, unos con más cautela que otros, intentan imponer en sus países.
Lo preocupante es el atrincheramiento de los gobiernos en posiciones totalitarias. En Venezuela, todos los analistas coinciden en ello, se está creando el caldo de cultivo perfecto para el estallido de una guerra civil: Maduro y el chavismo, alentados por el gobierno de La Habana, siguen promulgando medidas que dividen y enfrentan irreconciliablemente a la población; siguen enardeciendo la idea de que los que se manifiestan contra el chavismo son enemigos a eliminar y no, como debiera ser, opositores ideológicos con ideas distintas de cómo conducir el país. A la violencia, ya se sabe, se responde con violencia. Y nuestras tierras de América tienen una vasta experiencia en esas lides de dar a quien nos da. La voluntad de diálogo, la prioridad del bienestar y la tranquilidad de nuestros pueblos por encima de cualquier proyecto político, sea del signo que sea, debiera imponerse. La cordura debiera imponerse. Pero a los latinoamericanos esa palabra nos suena cada vez más arcaica.
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