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Los placeres cotidianos, la felicidad y los amigos. | Carlos Gómez B.

Por Carlos Gómez B , 30 agosto, 2019

Los placeres sencillos

son el último refugio de los hombres complicados.

Oscar Wilde

 

Los placeres cotidianos están ahí, solo hay que aprender a verlos. Si aprendes a verlos, los encuentras ¿Quién no ha pensado alguna vez “Esto sí es pura felicidad” mientras le pega un buen bocado a una deliciosa hamburguesa o, disfrutando de un helado sentado en un banco o, simplemente, leyendo un libro en la playa? “Esto sí es pura felicidad”, una frase a la que hay hacerle más hueco en nuestras vidas.

Jules Renard dijo que la única felicidad consiste en buscarla. Su ausencia es la mayor forma de «vacío», y cada cual se ocupa de amueblar ese vacío, de llenarlo, como puede. Unos con objetos, otros con experiencias y sensaciones; incluso con eso que llamamos amor. Razón no le faltaba al primer tuitero de la historia. «Llenar el vacío», me encanta esta filosofía para tomarse la vida como un juego. Las personas más felices son aquellas a las que no lo importa ir buscando la felicidad todo el tiempo. El otro día, me junté en Madrid con mis amigos Víctor M., Víctor G y Luis, en el bar La Felicidad que, por suerte, está cerca de nuestra casa. Algo habremos hecho bien para merecernos esto. Un par de jarras de cerveza muy frías, tortilla de patatas, croquetas y unas alitas adobadas fueron testigos de aquel momento de inadvertida felicidad hablando de futuro, de «cómo hemos cambiado porque lo hemos buscado», «y tú, ¿cómo te ves dentro de un año?», «el año que viene quiero estudiar un máster», «podríamos organizar un viaje a Amsterdam» mientras nos guiamos por, como nos gusta decir, “La Amistad”. Curiosa nuestra forma de ponernos al día sin olvidar a dónde queremos ir. Son momentos que me gustaría pausar, ver desde fuera. Siempre que estoy ante uno de estos momentos, me viene a la cabeza Francesco Piccolo. El italiano ha querido hacerle hueco a estos placeres en su libro Momentos de inadvertida felicidad (2010) donde explica bien claro que le gustan: las vacaciones sin vacaciones; el tiempo que no pasa nunca en el que no sabes qué hacer; la satisfacción de meter el brazo hasta el fondo en la nevera del bar o del supermercado y sacar la botella de leche con la fecha de caducidad más alejada; pasear los domingos por la mañana y no comprar ni una manzana; aparcar el coche en doble fila; o cuando le dice a alguien: «no grites, por favor, baja la voz…». Y la otra persona le dice gritando «¡¡no estoy gritando!!».

Al fin y al cabo, detalles tan importantes como imperceptibles que, por la rutina, internet o cualquier otra artimaña que nosotros mismos nos hemos buscado, dejamos pasar, los perdemos y se esfuman. Puede que, para siempre, porque no hay placeres cotidianos idénticos igual que no existe el mismo día dos veces. Por mucho que se parezca. Lo dijo Somerset Maugham: «las cosas que se nos escapan son más importantes que las que poseemos», y Richard Ford: «es una lástima que no estemos expuestos a más momentos inesperados».

Ahora que creo que he aprendido a verlos cuando paseo, mientras escucho música o algún podcast en casa o en el supermercado… intento escribirlos, para conservar su efimeridad. No quiero olvidarlos y, además, me gustaría reinterpretarlos al leerlos en el futuro. Es agradable escribir sobre la sensación que producen los placeres cotidianos, pero no hay nada como vivirla.

 

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