Los thompsonianos
Por José Luis Muñoz , 11 octubre, 2016
Anda el género negro revuelto en España a raíz del último premio Dashiell Hammett que ha abierto algunas heridas de arma blanca. Andan algunos autores A navajazos, como la novela de Andreu Martín que se publicó el siglo pasado en Etiqueta Negra. Como sabrán, el Dashiell Hammett es uno de los premios más importantes que se concede a obra publicada de género negro, en castellano, sin ninguna dotación económica pero con enorme prestigio. Se falla durante la Semana Negra de Gijón y forman parte del jurado autores de novela negra. O sea, que es un premio en el que unos colegas premian a otro como autor del mejor libro negrocriminal del año, una elección peliaguda porque la falta de anonimato propicia filias y fobias.
La polémica, este año, fue doble. Por una parte se echó en falta representación femenina entre los cinco finalistas a tan prestigioso galardón. Por otra parte, Rosa Ribas, en representación del jurado, dijo que las novelas seleccionadas no eran muy buenas, salvo excepciones. El jurado quiere señalar que la selección de finalistas era muy desigual. Del mismo modo, opina que la baja calidad de algunas de las obras seleccionadas pone aún más en evidencia la falta de novelas escritas por mujeres entre los títulos finalistas. Y ahí empezó ese duelo a cuchillo de los finalistas con Rosa Ribas, que le exigieron, sin éxito, que dijera cuáles eran las novelas indignas. Subsuelo, de Marcelo Luján, no lo era, porque se llevó el galardón. A tumba muerta de mi buen amigo Raúl Argemí, tampoco, porque era magistral. En ese totum revolutum entró en escena Julián Ibáñez, autor de una de las novelas finalistas, que cargó con ironía y cierta desfachatez contra las novelas con jarrones de salón veneciano (las novelas enigma herederas de Agatha Christie) y reivindicó el hard boiled (la novela negra social, pura y dura, heredera de Dashiell Hammett) al sentirse señalado por la representante del jurado. Y hubo un pequeño rifirrafe entre los que se pusieron al lado de Rosa Ribas, y los que optaron por posicionarse por el maestro manchego.
Confieso mi estupefacción porque en los 28 años que llevo en los ambientes negrocriminales una situación como la de este año nunca se había producido, o yo no me había enterado. Si algo caracteriza a los autores de género negro de mi país, aunque las cosas pueden estar cambiando, es ese buen rollo que siempre preside sus encuentros, cosa que no sucede, y de ello soy testigo, en el género histórico en donde las espadas pueden estar en alto y se producen numerosos tajos (fui testigo de una pelea a sillazos a causa de Nerón en cierta ocasión entre dos grandes eruditos del Imperio Romano).
Tendemos, para autoclasificarnos, como si ya no nos clasificara la crítica especializada y los sesudos libros de estudio literario, a afiliarnos a banderías y suele haber tantos adjetivos como autores clásicos: chandleriano, hammettiano, son los más comunes.
No sé si soy heredero de alguien, o heredero de muchos. Si los humanos somos lo que comemos, los escritores somos lo que leemos, aunque últimamente haya una epidemia de autores que no leen, no han leído y se vanaglorian de ello. Allá ellos. Borges decía que estaba más orgulloso de los libros que había leído que de los que había escrito.
En Francia, que en eso de la novela negra nos llevan un enorme adelanto, porque la leen y la estudian con rigurosidad, me califican como thompsoniano, y a mí el adjetivo me gusta, aunque matizaría que también soy cortazariano (el argentino tiene piezas negras magistrales); me gusta mucho Chester Himes; envidio a James Cain (El cartero siempre llama dos veces) hasta en el apellido; y siento devoción absoluta por Hubert Selby (Última salida a Brooklyn, Réquiem por un sueño) y Marc Bhem (La mirada del observador). Pero sí, quizá sea con Jim Thompson, cuyas novelas devoré durante las primeras Semanas Negras de Gijón, y con sus personajes siempre turbios y torcidos, sean agentes de la ley o delincuentes, porque todos son seres humanos propensos a corromperse, robar o asesinar, con quien más me siento identificado. Y además podría citar a algunos cuantos colegas como el propio Julián Ibáñez, Carlos Zanón o Paco Gómez Escribano, sin ir más lejos, que están en su órbita, sin con eso cargar contra los cultivadores de la novela enigma, masculinos o femeninos, que pueden ser muy buenos e interesantes, e incluso negros, como algunos negros pueden introducir algo de enigma en sus novelas sin que se les caigan los anillos.
Así es que escribo en clave hard boiled, no por nada especial, sino porque me sale, y soy thompsoniano, y me apetece seguir siéndolo en una época en la que empieza a entrar en la novela negra, como en otras muchas esferas creativas, el tufo insoportable de lo políticamente correcto, algo que detesto con toda mi alma de desalmado.
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