Los virus
Por José Luis Muñoz , 27 marzo, 2020
Nos encontramos ante la situación crítica más importante después de la Segunda Guerra Mundial, una pandemia que se expande exponencialmente y llega a cualquier rincón del planeta y que, sin duda, va a requerir mucho esfuerzo por parte de todos, gobernantes y gobernados, para neutralizarla. Este es un enemigo invisible que nos coloniza y nosotros, a su vez, nos convertimos, en su agente propagador. El virus vive de nuestra infección, y de nuestra muerte, y tiene su propia lógica vital que escapa a la nuestra. Un ser vivo microscópico de efectos devastadores que nadie (yo me incluyo), o muy pocos, se tomaron en serio cuando se produjo la primera víctima en China y que ha provocado una crisis mundial como antes jamás se había visto.
Seguramente el gobierno de la nación ha hecho muchas cosas mal y habrá aspectos de la gestión de esa crisis que serán muy criticables. No fue una buena idea (aunque nadie auguraba la debacle posterior) las manifestaciones del 8 de marzo cuando empezaba a haber casos y de la que previsiblemente salieron un buen número de infectados; tampoco lo fue el mitin de VOX en el que un dirigente que venía del epicentro de la pandemia y con síntomas visibles de la enfermedad estrechó manos y repartió abrazos. Eso es pasado y ya no se puede enmendar. Italia tardó demasiado en decretar el confinamiento. Francia no lo hizo sino después de unas elecciones municipales irresponsables. Reino Unido quería que su propia población se auto inmunizara con un coste letal elevadísimo y afortunadamente ha adoptado medidas más drásticas. En Estados Unidos cada estado actúa de una forma diferente ante el coronavirus en un sálvese quien pueda muy típico de la sociedad norteamericana tremendamente individualista. India ordena el confinamiento imposible de su más de un millón de habitantes, muchos de ellos sin casa. Brasil y su irresponsable Bolsonaro hablan de gripecita. A todos los países, salvo Corea del Sur, esta crisis les ha cogido con el pie cambiado.
El gobierno de coalición progresista de la nación está gestionando a partir de ahí la pandemia cómo puede y con la máxima flexibilidad porque la situación es muy cambiante día a día. Comparto la opinión del presidente de Cataluña de que debería haberse aislado Madrid desde el primer momento como principal foco de expansión, como hizo China con la ciudad de Wuhan, y que se debió haber impedido esa diáspora de unos cuantos miles de madrileños irresponsables que volaron hacia sus lugares de residencia (entre ellos el matrimonio Aznar dando ejemplo de patriotismo y civismo) propagando el virus a otros territorios. Quizá con una actuación más drástica nos hubiéramos ahorrado miles de infectados. El gobierno va a remolque de los acontecimientos, sobrepasado por ellos.
Al contrario que se hizo con la crisis financiera del 2008, gestionada por la derecha de este país, que pagaron los que nada tenían que ver con ella y se rescataron con dinero público los bancos (este es el momento en que los bancos deberían devolver todo ese dinero público a las arcas del estado y de paso el rey emérito todo lo que se llevó de comisiones del AVE y del petróleo saudí), la enorme herida económica que se espera de las drásticas medidas del gobierno con el cierre de toda clase de establecimientos y confinamiento domiciliario va a ser paliada con un paquete de medidas que se están implementando sobre la marcha y con urgencia. Créditos a la pequeña y mediana empresa para que puedan hacer frente a sus obligaciones, prohibición a las suministradoras de cortar agua, luz, gas y teléfono por impago de recibos, moratoria de hipotecas a la que seguirá la de alquileres, un abanico de medidas sociales tendente a paliar el destrozo económico que para muchos va a suponer este periodo de inactividad incierto en el tiempo. El gobierno parece decidido a que no vuelvan a pagar, como en otras ocasiones, los más vulnerables.
Por otra parte la gestión logística de la crisis sanitaria está siendo insuficiente teniendo en cuenta que el sistema sanitario, por culpa de los recortes implementados por la derecha de este país, estaba falto de musculatura (menos profesionales, menos camas, menos hospitales). Se ha desplegado el ejército que está desinfectando amplias zonas y actuando en las residencias de ancianos; la policía y la guardia civil hacen frente a los incívicos e insolidarios, que continúa habiéndolos, sancionándolos con multas; se ha habilitado un hospital de campaña en apenas 24 horas en la comunidad de Madrid; se ha activado una economía de guerra con la fabricación de mascarillas y tubos respiratorios tan necesarios; se han agilizado compras millonarias de recursos sanitarios y test; la ciudadanía se está volcando en ayudar cada uno desde su lugar; varias empresas están haciendo donaciones económicas para paliar la situación. Cabría recordar que las comunidades autónomas tienen las competencias en sanidad y que el gobierno central hace todo lo que está en su mano para ayudarlas y atajar la pandemia.
En esta crisis el personal sanitario es crucial y su conducta heroica deberá ser reconocida por la población que ya la aplaude cada día a las 8 de la noche en un acto de homenaje espontaneo. Muchos de los que les aplauden ahora, seguramente, han contribuido con su voto a esos recortes en el sistema sanitario de los que se vienen quejando ellos (recuerden las mareas blancas) y que ahora padecen en sus carnes de una forma brutal esos abnegados trabajadores públicos, y la gente de los balcones debería ser consecuente en un futuro a la hora de depositar una papeleta que se le puede volver en contra. Habrá que multiplicar las plantillas, dotarlas de todos los medios necesarios, construir nuevos hospitales públicos y firmar un compromiso para que jamás en este país se produzcan recortes en una sanidad pública que es tan necesaria y vital. Aplaudan menos y voten mejor.
La mayoría social de este país parece haber aceptado todas las medidas que está implementando el gobierno en una situación de excepcionalidad total que merman derechos y libertades de las que todos gozábamos: todo sea para atajar esta pandemia y minorar su enorme coste social. Eso es patriotismo ante una guerra que no hemos elegido, como la de Irak que eligió por nosotros el presidente de Irak, y que nos ha sobrevenido. Pero los virus también desatan la virulencia, y, como en las guerras, y ésta lo es contra un enemigo invisible, sale lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Hay una parte de este país, importante, no lo dudo porque seguimos con las dos Españas hasta en estos momentos críticos, que se cree que patriotismo es emocionarse con el flamear de una bandera. Se inflaman esos patriotas de hojalata hablando de la unidad de España olvidándose de que no hay más patria que sus ciudadanos. Descalifican, insultan, alarman y hacen alarde de la mezquindad más absoluta desde determinados medios de comunicación que son ejemplos vomitivos de amarillismo periodístico; ponen en circulación toda clase de fakes; se dedican a inundar las redes de otro virus, tan ponzoñoso como este que estamos sufriendo, que se llama odio porque no toleran que esta crisis la resuelva un gobierno de izquierda progresista que va a velar por el bienestar de los ciudadanos, especialmente de los más necesitados, como no toleraron que fuera bajo el gobierno de un presidente de izquierdas como José Luis Rodríguez Zapatero que se enterrara definitivamente el terrorismo de ETA. A los que les falta esa lealtad en un momento tan crítico y doloroso como el que se vive habría que recordarles cómo gestionaron los gobiernos de derechas la crisis del Prestige, la guerra de Irak, en la que nos metieron pese a la oposición del 90% de la población, o la del 11 M: con infames mentiras.
Ladran, luego cabalgamos.
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