Macarrones o república
Por Fran Vega , 13 abril, 2016
La proximidad del 14 de abril es un pretexto adecuado para dar otra vuelta argumental a la necesidad de establecer un sistema republicano en nuestro país, tan asolado históricamente por dinastías deificadas que jamás han logrado el respeto de la sociedad sobre la que reinaron, seguramente porque no llegaron para ser respetadas, sino para ser temidas.
A finales de 1975, tras la muerte del dictador que en 1936 acabó con la Segunda República, los partidos políticos que entonces actuaban en la clandestinidad tuvieron que plantearse la aceptación de la monarquía como un mecanismo de transición o la reclamación del sistema republicano. Eligieron la primera opción, cuyos resultados son sobradamente conocidos, pero siempre nos quedará la duda de qué hubiera ocurrido si hubieran acudido a la segunda. No lo hicieron. Y su decisión supuso que la sociedad aceptara el trono borbónico como un mal menor frente a la situación apocalíptica que entonces nos dibujaban: desde una nueva guerra hasta la invasión amarilla.
Poco más ha hecho después este presunto país indignado por alcanzar otra forma de estado, aparte de pintorescas manifestaciones de cacerola y cuchufleta y de dejar pasar las décadas en un limbo político del que solo la crisis económica fue capaz de despertarlo. Mientras la despensa estuvo llena, poco nos importó el trono; cuando empezaron a faltar los macarrones, comenzamos también a ser republicanos.
Sin embargo, alguna vez tendremos que afrontar algo en serio de forma colectiva y debatir también en serio si queremos seguir siendo una reserva monárquica o si vamos a tener la valentía de darle la vuelta a lo que los vencedores de la guerra civil dejaron establecido. Cuarenta años debería ser un plazo lo suficientemente amplio como para haberlo pensado en calma.
Acabar legalmente con la monarquía es probablemente más sencillo de lo que parece, pero no basta con eso, pues se trata de prever qué vendrá después y quiénes gestionarán la situación resultante de esta abolición. Más allá de las proclamas y los eslóganes, va siendo hora de que asumamos que no bastan las pancartas para establecer un nuevo régimen. No son suficientes las banderas en primavera.
Cuando el republicanismo deje de ser una postura para ser una actitud estaremos en condiciones de aspirar a otro sistema diferente del que tenemos. Y será entonces cuando encontraremos entre nosotros los cráneos adecuados para gestionarlo, pues las banderolas y las insignias son tan solo viejos recuerdos de lo que nunca tuvimos. De modo que si de verdad deseamos la instauración de una nueva república no hemos de comenzar por la abolición de la monarquía, sino por la renovación profunda de nuestras estructuras y mentalidades en medio de una crisis que inventaron para que no inventáramos nada.
Y no olviden este 14 de abril poner la banderita republicana en las redes sociales: todos los monárquicos continuarán estando agradecidos.
© Fran Vega, 2016
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