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Madrid. 2285

Por Javier Divisa , 3 abril, 2014

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Año 2285. Cuenta la leyenda que hubo un tiempo fatídico en aquel lugar que llamaron España, (ocupado por algunos monstruos del Oscurantismo), y ahora es República de Madrid y los Estados Adhesionados, en el que la apariencia venía a ser la esencia, el quid de la gloria y la fama, un tiempo, queridos, en el que las tetas y los labios siliconados estaban à la mode (sabido es que a día de hoy la estética es la mínima expresión física de senos y la boca), una época con un equipo de la vecina Catalunya, F.C. Barcelona entrenado por un tal Pep Guardiola que meaba colonia, era filósofo, entrenador y murió en Nueva York del virus de la autodeterminación patológica a la edad de ciento quince años, se paseaba con gloria a lo largo y ancho del mundo; y un tiempo en el que los políticos fueron contagiados de la terrible epidemia de la corrupción (ahora llamada descomposición psicosocial).

En aquella época, la primera etapa del Siglo Impúdico, los políticos (hoy denominados Tecnócratas de Carrera) tenían grandes carencias culturales y educativas, e incluso contaban con unos tipos denominados asesores de imagen que les aconsejaban la estética facial y capilar. Los dentistas blanqueaban mañana, tarde y noche (es sabido que hoy en día las dentaduras más in y atractivas son de color gris cobalto) y los cirujanos eliminaban los tejidos adiposos de las papadas para crear cuellos bien delineados e inyectaban botox en los párpados, patas de gallo y frente (a estas alturas de 2.285 es bien notorio que un papo lustroso está relacionado con el reconocimiento social, que la piel tersa pasó a mejor vida y los cirujanos crean patas de gallo artificiales porque se relaciona mucho con la experiencia vital en este siglo XXIII de la Inversión y el Bienestar Universal y Verídico).

Hubo una época en la que no importaba ser analfabeto para hablar en las tertulias del RDTO (Receptor Dactilar de Transmisiones Optativas; antaño llamado televisión), y tampoco era de mucho interés que el pueblo no conociera cosas tan básicas hoy como las Leyes de Kepler, la Ley de la Gravitación Universal, y la rotación y la geología de Venus donde ya hay algunos de nuestros contemporáneos viviendo. Ellos lo llamaban el Estado de Bienestar, y todos querían entrar en la trilogía de ser ricos, guapos y famosos, pero el sistema se les fue directamente a Júpiter (antes se decía al carajo) básicamente porque eran muchos para tan poco pastel, y aún no vivía nadie en lugares como Neptuno o Mercurio, planetas famosos por la asistencia integral sanitaria, la prostitución reglamentada de las alienigenas, el LSD prescrito en receta farmaceútica, las mejores universidades siderales y la carencia absoluta de desocupación activa (antes, el paro), por la fertilidad de la tierra y el gran negocio montado en torno a las famosas sondas, las naves Mariner 10 y Messenger que orbitan entre la Tierra y ambos planetas.

Ya ven ustedes que mundo verdadero hemos conseguido crear, tenemos un salario mínimo interprofesional de 180.000 merkeles al mes, hemos eliminado absolutamente el déficit rajoyano, la deuda pública del zapaterismo terminamos de pagarla gracias a la colaboración de Neptuno en 2.269, tenemos tres médicos por habitante, un ingeniero de telecomunicaciones por cada cinco de nuestros sincrónicos paisanos, los Tecnócratas de Carrera se doctoran en Cambridge, pasa el filtro del jurado erudito (antes popular) en Madrid, y Mercurio subvenciona el 80 por ciento, nuestras prostitutas (fíjense, antes las llamaban putas) han recibido el honorable Premio Salubre de Houston y las tres últimas guerras terminaron con la Erradicación Talibán, la muerte del último de los chavistas y el asesinato por la polcía sideral norteamericana (antes FBI) del último gilipollas cósmico de la saga de Bashar al-Assad.

Tengo noventa años, buena papada y los dientes de un brillante gris cobalto, y estoy posiblemente en el ecuador de mi vida. El tema es que estoy pensando en clonarme en una clínica especializada de Saturno, porque he vivido de puta madre (antes también se decía de puta madre) y lo único que nos angustia en cierta manera es el post mortem. Y en fin, como decía Nietzsche, precisamente juzgamos el pasado porque hemos construido el futuro. Saludos desde la Estación Orbital del Buen Retiro.

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