Maestros
Por Oscar M. Prieto , 19 febrero, 2016
Lo vi estas últimas navidades. Íbamos Tomi y yo caminando hasta el río y él regresaba de paseo. Como siempre, me alegró saludarle: Qué alegría verle, Don Luis. ¿Cómo está?
El Don no le pega a todo el mundo, igual que hay personas que siempre lo portan con donaire y naturalidad y a las que nunca me puedo dirigir sin este tratamiento, porque forma ya parte de su nombre. He tenido muchos profesores a lo largo de mi vida estudiantil, pero el Don sólo se me ha quedado en la lengua, en el respeto y en el cariño para los profesores que tuve en la escuela de mi pueblo (Benavides, Fulgencio, no lo olvides) en EGB, quizás, porque a aquellos todavía se les llamaba maestros. Doña Celia, Doña Marinilda, Doña Eva, Doña Pacita, Don Félix, Don Ángel, Don Eladio, Doña Carmina, Don Calazanz, Doña Obdulia, la madre Rosa y Don Luis. A todos ellos los recuerdo con agradecimiento pues sin duda una parte de las cosas buenas que me han pasado en mi vida se la debo a ellos, a estos maestros que me enseñaron a desentrañar los misterios del mundo, de la lengua, de los números, de los movimientos y también del pasado.
Pero un agradecimiento especial le tengo a Don Luis, como especiales eran sus clases. Don Luis nos daba clase de pretecnología. Así se llamaba y ya en el propio nombre había algo de palabra mágica, algo así como un abracadabra que abría aquel aula, cueva de tesoros y de maravillas. Qué tardes más felices allí, qué emocionantes. Don Luis, sin necesidad de apuntes ni de lecciones, nos enseñaba a actuar sobre el mundo, a manipularlo, a transformarlo. Gracias a él aprendimos la relación entre la cabeza y la mano, entre el pensamiento y la acción y cómo una idea podía realizarse. Veo ahora una de aquellas tardes: las mesas en círculo, unos con la serreta y el ocumen, haciendo relojes o torres Eifel, otros subidos a sillas, para atar bien los nudos de macramé para los maceteros, otros desvelando dibujos en espejos, algunos junto al fregadero llenando de escayola moldes de rinocerontes, y al lado varios con el taladro haciendo agujeros. Y todo esto en un ambiente de anarquía que era libertad, en el que no hacía falta ninguna tiranía para respetarnos todos.
El sábado asistí al entierro de Don Luís. Descanse en paz.
Salud
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