Manadas, jaurías y lobos sanguinarios
Por José Luis Muñoz , 10 enero, 2018
El género masculino anda algo desquiciado últimamente y se aprecia en muchos aspectos un retorno a la caverna, y no a la de Platón precisamente. De un tiempo a esta parte parece que se haya abierto la veda de caza de los violadores y que todos anden sueltos, o que el delito de unos estimule al de otros.
En los sanfermines, fiesta tradicional que es una apoteosis de la barbarie (la sangre de los toros se mezcla con la de las cornadas, y ésta con el vino peleón y las vomiteras, así que confieso que no me esperen por allí hasta una nueva reencarnación por mucho que Orson Welles, Errol Flynn o Ernest Hemingway fueran devotos de la fiesta), se venían produciendo una serie de abusos sexuales contra mujeres (manoseos), hasta que este año ha salido a la palestra la hazaña de esa manada de chicos del sur que, presuntamente, violaron a una joven en un portal y están pendientes de sentencia judicial. Esos tipos, que lo hacen todo juntos, quizá porque de uno en uno no son nada, grabaron, además su hazaña y han pasado el testigo a unos jóvenes de un equipo de fútbol que, también supuestamente, violaron a una menor en el piso de uno de ellos.
En el delito de violación, y ese es un tic machista de nuestra sociedad del que no está exento ni la mismísima judicatura, se tiende a condenar a la víctima, la mujer, que siempre es sometida a un riguroso escrutinio sobre si opuso o no firme resistencia ante el atacante: se le exige ser una heroína. Otro de los lugares comunes que se lanzan con frecuencia es que la víctima vestía de forma provocativa, como si la forma de vestir exonerara al delincuente que le echa las zarpas encima. O que ellas dicen NO cuando quieren decir SÍ.
Más peligrosos incluso que esos delincuentes grupales son esos lobos solitarios que acechan en los caminos a sus presas. El caso de la desafortunada peregrina norteamericana Denise Pikka Thien que fue a parar a las fauces de uno de ellos cuando hacía en solitario el Camino de Santiago (cambiaba las señalizaciones del camino para que fueran a caer a su territorio trampa) y el de Diana Quer, la muchacha desaparecida en un núcleo urbano y cuyo cadáver acaba de encontrarse tras una agónica búsqueda para sus padres, habla de los modus operandi de esa fieras despiadadas que habitan entre nosotros y que suelen sumar al delito de violación el de asesinato.
Depredadores sexuales siempre hubo (yo traté durante muchos años con uno de ellos, un amable camarero que me servía cada mañana el café con leche y luego, fuera del bar, se transformaba en psicópata y atacaba a niñas en los portales de sus casas) y me temo que seguirá habiéndolos mientras los colegios, las familias y la sociedad hagan dejación de su obligación de educar a los jóvenes con valores morales, que parecen haber pasado a mejor vida, y en el respeto a los demás. Lo novedoso es que los de ahora, jaurías, manadas o lobos sanguinarios, no sólo no parecen tener conciencia del daño causado sino que encima se vanaglorian de sus hazañas, y, si pueden, las graban para alardear de ellas.
La violencia machista es una lacra que no se detiene sino que sigue en alza entre manadas y sanguinarios lobos solitarios que ven en las mujeres simples piezas a cazar. A pesar de los siglos, muchos hombres siguen en la caverna y algunas mujeres tienen la trágica suerte de cruzarse en su camino.
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