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Mañana le abriremos

Por Oscar M. Prieto , 10 febrero, 2022

«Salió a pasear al final de la tarde, se cayó y nadie le ayudó a levantarse». Con esta precisión que aterra describe un amigo lo sucedido en una transitada calle de París. Parece un cuento de Monterroso. Al despertar el dinosaurio todavía estaba ahí. Pero es más terrible que un dinosaurio. Es un hombre en mitad de la calle. Todos pasan. Nadie lo ve. Sí, lo ven, pero pasan igual, de largo. Se cayó y nadie le ayudó a levantarse. Ya de madrugada, un sintecho dio la alarma. Hay un hombre en el suelo. Cuando llegó la ambulancia era demasiado tarde. No se pudo hacer nada. Había muerto congelado. Esto sucedió en París, el hombre tenía 85 años y era un fotógrafo reconocido. René Robert. Dio igual. Se cayó y nadie le ayudó a levantarse. Murió congelado. Una calle de París. La gente pasaba a su lado. Igual que en la parábola del buen samaritano. No necesitaron dar un rodeo para no fijarse. Pasaron de largo. Lo vieron, pero no lo vieron. Lo ignoraron.

No lo vieron porque tenemos la mirada de la hormiga que no quiso abrirle la puerta a la pobre cigarra. Convencida de su razón, no quiso compartir comida. Ella había estado trabajando todo el verano mientras que la cigarra cantaba y disfrutaba. Esa es nuestra mirada, cuando vemos a alguien caído, nos convencemos de que algo malo habrá hecho para merecerlo y no le damos la mano. Nosotros que firmamos declaraciones que exigen derechos para todos, que nos ponemos lazos, que participamos en carreras solidarias, que nos indignamos, nosotros, nuestras buenas conciencias, adormecidas, narcotizadas, pasamos de largo, no nos detenemos a levantar a ese hombre que cayó en el suelo. Murió congelado, en mitad de una calle transitada de París.

¿Qué frío sentiría más helado? ¿El del cemento de la acera, el bajo cero de la noche invernal o el de los corazones que pasaron y no se detuvieron? ¡Qué horrible! ¡Qué reflejo tan siniestro nos devuelve este espejo de una calle de París una tarde de invierno! Así somos, hemos olvidado quién es nuestro prójimo y el deber moral que tenemos. Mucho firmar cualquier proclama y poca caridad. Antes, la comunidad, siendo pequeña, era más grande, al menos en humanidad.

«¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío, si de mi ingratitud el hielo frío secó las llagas de tus plantas puras!»

Salud.

www.oscarmprieto.com

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