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«Mariconez», en Operación Triunfo

Por Jesús Cotta , 17 octubre, 2018

A propósito del revuelo que se ha producido porque una cantante de Operación Triunfo propuso cambiar una palabra de una canción de Mecano, «Quédate en Madrid», donde se decía «Siempre los cariñitos me han parecido una mariconez, y ahora hablo contigo en diminutivos, con nombres de pastel», ha surgido entre amigos y alumnos un debate que los ha posicionado a unos a favor de censurar la canción y a otros a favor de dejarla como está (me encuentro, por supuesto, entre estos últimos), porque el arte y la libertad siempre se han llevado bien.

Veo con preocupación que entre muchos jóvenes comienza a cundir la idea de que lo que ofende no se puede decir y que la tolerancia consiste, pues, en no decir lo que puede ofender.

Pero aquí hay que hacer un par de aclaraciones.

En primer lugar, como dice mi amigo Antonio Montes, no es lo mismo molestar que ofender. Hay opiniones que nos molestan porque son contrarias a las nuestras, pero no son ofensivas. Decir que Mahoma es un falso profeta no es una ofensa para un musulmán , como tampoco lo es opinar que las niñas no tienen pilila, porque ¿de qué otro modo podrían manifestar esa opinión quienes así opinan? Quien tome eso por ofensivo, lo que quiere es que esa opinión, sencillamente, no se manifieste de ningún modo.

Si yo pienso que un abortista hace con el feto lo mismo que hacía un esclavista con un esclavo, es decir, arrebatarle la dignidad para poder usarlo o eliminarlo, ¿cómo puedo manifestar esa opinión para que un abortista tiquismiquis no me obligue a retirarla porque se siente ofendido y comparado con un esclavista? No hay otra manera de manifestar esa opinión que esa: diciendo que abortistas y esclavistas coinciden en arrebatar valor al débil.

Y, en segundo lugar, tolerar no es no decir lo que no ofende, sino precisamente tolerar que se diga: si tuviéramos que callar todo lo que pudiera ser ofensivo habría que callarlo todo, porque siempre hay alguien que se ofenda.

Si quieres tener tu propia opinión, tienes que arriesgarte a que haya otros que se molesten y se ofendan. No hay otra alternativa: o sacrificas tu libertad de opinión para que nadie se ofenda o la salvas arriesgándote a ofender y, por tanto, ser tachado de todo lo que a uno lo puedan tachar «los ofendiditos», como dice mi amigo el poeta Jesús Beades.

Por supuesto, que las opiniones se pueden decir del modo menos ofensivo posible, pero, ante todo, se tienen que decir: no hay delitos de opinión, salvo si son una incitación clara a la violencia o un escarnio público más que una opinión. Para casos dudosos, ya están los jueces.

Desde luego, hay que reconocer que entre unos grupos cunden más los «ofendiditos» que en otros. Por ejemplo, que yo sepa ningún cristiano ha pedido que se retire por anticristiana, porque lo es, la magnífica canción «Take me to church», de Hozier. Pero si alguien hiciera una canción alabando la caza o el toreo, tendría que salir de su casa con escolta.

Lo más terrible es que los partidarios de no decir o hacer lo que ofenda se creen que son unos adalides de la libertad, cuando en realidad están instaurando la peor de las censuras previas: la autocensura.

Que no cuenten conmigo.

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