Max Aub: nombres eternamente vivos
Por José de María Romero Barea , 31 enero, 2017
Lo queda de una sólida obra poética es, si caso, un puñado de fragmentos anónimos, de composiciones apócrifas, que hablan a los insomnes. “El tiempo en cambio tiene una sola dirección y cae de su propio peso y es incapaz de rebelarse contra el sol como lo hace el viento que puede oscurecerlo. ¡Ojalá el tiempo fuera como el viento y yo pudiera ser joven, otra vez, como tú!”, sostiene Fu-Po, poeta del que “no se sabe dónde ni cuándo murió”, y no fue apreciado “ni de la dinastía Tang ni de Mao Tse-Tung. Es de sentir”. Porque nunca existió.
Y así con todos y cada uno de los poetas que pueblan la colección Versiones y subversiones (Cuadernos del Vigía, 2016. Introducción de Xelo Candel) del escritor Max Aub (París, 1903 – Ciudad de México, 1972), donde su autor no sólo es el nombre que aparece en la portada, sino uno más de los muchos heterónimos que pueblan las páginas de este poemario, donde Aub nos conmina, a través de sus alter ego, a ser nosotros mismos: entre otros, Simón Gómez (1550-1595), “judaizante, sin saberlo”, que “volvióse a vivir lo ya vivido / sin olvidar lo pasado”; o Jaime García Terrés, que fabula “en torno a la real existencia de Max Aub: “¿Homenajes a Max? ¡Oh, paradoja!”.
Asume el autor de la novela Juego de Cartas (1964), al instante, su máscara. Presupone que lo interior es lo inasible, lo inalcanzable, lo ilógico de una conclusión lógica. De un poema, quedan los restos del naufragio, parece decir. Este pensamiento absurdo. Esta reflexión desarraigada. Esta celebración henchida de melancolía indulgente. Las “Subversiones”, por otra parte, tienen que ver con lo cotidiano: las traducciones del hispano-mexicano son las reacciones de una sensibilidad que camina a través de la historia de la literatura, mirando a los paseantes ociosos (“La cara humana / es una fuerza vacía, un / campo de muerte”, como en el célebre poema de Artaud), las fachadas de los edificios, (“Fuego del hogar, te llamo para la expiación”, se lee en su versión del poema “Au feu”), oyendo las conversaciones al paso (“lengua humana, sonido o voz de un mortal, los nombres eternamente vivos y gloriosos” del poema “Roma”). Una especie de insomnio existencial informa estas versiones, sin saber si el poeta está, si estamos, soñando o no, si lo que ve o lo que vemos, existe o no.
Pound y Eliot se cuestionaron la naturaleza precaria de la identidad (una de las colecciones de Pound se llamó Personae; Eliot sostuvo en «Prufrock» que “no habrá tiempo / para componer un rostro con el que cumplir con los rostros a los que nos enfrentamos”), mientras el memorialista de La gallina ciega (1971) convierte su alienación implacable en algo asombrado y asombroso, casi infantil. Su frenética polifonía no es una muestra de la arrogancia de su sensibilidad artística. Es el tono lo que importa, sostiene Pessoa. Más que nada. Versiones y subversiones puede leerse, si se desea, como una serie de proyectos de poemas no escritos.
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