Me gustan «las flequis»
Por José Luis Muñoz , 9 enero, 2016
Con las incertezas políticas, aquí y allá (bienvenidas sean todas para los que creemos que la política es el arte de dialogar y llegar a consensos), algunos están perdiendo las formas. Hay quien ya las había perdido mucho tiempo antes. Hay quien nunca las tuvo.
Catalunya, solemos decir ingenuamente los catalanes, es diferente. Aquí, queremos creer, no anida el político casposo, carpetovetónico que corre por Madrid, el del barrio de Salamanca con abrigo con solapas a lo Bárcenas y señora con abrigo de visón y plumita en el sombrero. La cercanía al país vecino del norte nos hizo afrancesados. En el pasado reciente fuimos tan exquisitos como para tener una divine gauche que se sentaba en las terrazas de la mítica Tuset Street mientras los estudiantes indignados por el franquismo rompían a adoquinazos los escaparates de las exclusivas tiendas reeditando el Mayo Francés a pequeña escala. Mientras en Madrid los Saura, Camús, Regueiro y compañía hacían cine mesetario, en Barcelona un puñado de cineastas iluminados por la nouvelle vague, los Nunes, Camino, Aranda, Suárez, Bofill, Esteva Greve y compañía facturaban películas crípticas realizadas con sofisticación y tan vanguardistas como vacías. En esos tiempos de esplendor, pasados, aterrizaron en la ciudad de los prodigios tipos como Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez que la convirtieron en la capital del realismo mágico; un aprendiz de joyero llamado Juan Marsé demostraba que no había que ir a la universidad para ser el mejor escritor de España y Carlos Barral dirigía una de las mejores editoriales del país que sigue siéndolo. Mientras en el resto de España Ismael Merlo, José María Prada, Alfredo Mayo y Emilio Gutiérrez Caba se quemaban bajo el sol de La caza, aquí nos tragábamos títulos como Dante no es únicamente severo y los monstruos de la cançó, la mejor aportación de Catalunya a la cultura de la piel de toro, cantaban canciones emblemáticas que ya forman parte de nuestra memoria sentimental.
Pues bien, todo ese país idílico de nunca jamás, que era el terruño catalán, parece que se va yendo al traste y más desde que ha empezado ese largo e interminable (y aburridísimo) procés hacia no se sabe dónde que ha aparcado asuntos vitales que atañen al día a día de los catalanes. En Catalunya nos llevábamos las manos a la cabeza cuando cierto impresentable alcalde vallisoletano, representante del ala más casposa del Partido Popular, hizo una alusión a los morritos de Leire Pajín; el ministro de agricultura Arias Cañete alardeaba de su superioridad intelectual como macho que es y arreciaba el coro de chirigoteros contra la ministra de igualdad Bibiana Aído. La derecha española es impresentable. Los catalanes no somos así.
Craso error. Un personaje, tan poco respetable entre los de su profesión, como Antonio Burgos, ha escrito un artículo hablando de Las flequis, en alusión a la estética que llevan determinados miembros de la CUP. “¿Tú has visto el uniformado flequillo de las tías que han mandado a por tabaco a Arturo Mas, a las dirigentes de la CUP separatista catalana? ¡Esos sí que son flequillos, y que se quiten El Cordobés y Oneto! Al igual que a las pelorratas proetarras de Bildu les dicen genéricamente «Las Nekanes», estoy por sacar de pila como «Las Flequis» a estas horrrosas nekanes de la CUP, que aunque ronean de separatistas han prestado a España el impagable servicio de mandar a Mas a tomar por saco y de parar de momento «el procés», No sólo no le gusta ese corte de pelo, sino que extiende su crítica a su vestuario informal (a mí me dan mucho miedo las chaquetas y las corbatas desde que detuvieron a Rodrigo Rato) y afirma que esa gente no se lava, como si hubiera compartido mesa con ellos. Lo malo del caso es que esos comentarios machistas por parte de un escritor profundamente reaccionario, que se autoproclama monárquico por estética, adscrito a la caverna mediática más casposa, han encontrado su eco en la civilizada Catalunya con motivo de la investidura, o no, de ese desnortado personaje llamado Artur Mas que pasará a la historia por ser el president que más elecciones anticipadas ha convocado, cuatro en cinco años, y menos ha gobernado.
Fiel a sus principios asamblearios, y en una reñida votación, pues la CUP tiene dos almas, una independentista, pero la otra anticapitalista y de izquierdas, los cupairas han dicho no a la investidura de un personaje como Artur Mas perteneciente a un partido en descomposición por la corrupción sistémica de su familia fundadora, los Pujol. Y le han dicho no aplicando la lógica, porque la CUP no puede votar a un president que ha recortado servicios sociales y ha llevado una política de privatizaciones, porque Artur Mas, y lo que representa, está en sus antípodas ideológicas aunque el voluble candidato se haya sacado la corbata capitalista y amenace con ponerse un anillo en la oreja y un piercing en la nariz. Y ha estallado la tormenta, y contra las mujeres, claro, no contra los hombres. Y así han abundado, en las redes, esa taberna global en la que cada uno escupe lo que quiere y puede, pero que queda por escrito, los comentarios machistas y deleznables contra Anna Gabriel, cogiendo el testigo del graciosillo Antonio Burgos. Que si el flequillo. Que si los aros. Que si es fea. Que si no se lava. Y, de paso, cargando contra todas las mujeres que están empezando a tener responsabilidades de gobierno en este rincón peninsular, como Ada Colau, que nada tiene que ver con la vituperada CUP.
Cuando el debate ideológico empieza a derivar hacia la forma de vestir del contrincante, su peinado y su cara (nadie habla de las barrigas cerveceras, las calvas casposas, los alientos mefíticos o los sobacos pestilentes de los políticos machos), cuando lo que se esgrime contra el contrario se queda en la superficialidad, muy mal vamos. De todos esos comentarios odiosos e insidiosos de los cegados por el procés que tachan a la CUP de traidores y estafadores, cuando son los más consecuentes con su ideario (¿qué hace Esquerra Republicana de Catalunya arropando a un partido corrupto hasta el tuétano que se ha despertado al independentismo por el cerco judicial?), hay alguno preocupante. La CUP son els porcs; els porcs al escorxador. La CUP son los cerdos; los cerdos, al matadero. Así es que en medio del procés, sin culminarlo, con un horizonte de nuevas elecciones y un futuro movedizo (el miedo de los independentistas sobrevenidos es que la izquierda obtenga un muy buen resultado), el bon rotllo que presidía la política catalana parece haber saltado por los aires, y no será culpa de Madrid, digo yo.
No quiero terminar sin decir que a mí sí me gusta el peinado de Anna Gabriel, su vituperado flequillo que le favorece; que a mí sí me gusta cómo va vestida; que a mí sí me gusta su aspecto físico; que a mí sí me gusta cómo está afrontando ese aluvión de insultos, que la tildan de puta para arriba, y que la animo a que no cambie ni estética ni éticamente.
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