Meditaciones
Por Oscar M. Prieto , 24 diciembre, 2015
“Apenas amanezca hazte en tu interior estas consideraciones”. Es noche cerrada cuando me levanto. Me gusta madrugar cuando nadie me lo impone, cuando es mi elección. Ni un ruido, ninguna distracción. Hasta los ratones duermen y las últimas moscas que insistían en vivir no superaron la semana pasada. Es el momento perfecto para releer estas meditaciones, antes del amanecer.
“Tropezaré con algún entrometido, con algún ingrato, con algún insolente, con un doloso, un envidioso, un egoísta”. Así comenzaba Marco Aurelio el día, haciéndose la cuenta de lo que se iba a encontrar, pero sabiendo que, todos estos males -la ingratitud, la envidia, la insolencia, el egoísmo- les sobrevenían a los seres humanos por ignorancia.
Marco Aurelio, emperador de Roma, escribía cada noche en su tienda de campaña, en el campamento de Carnuto, durante la larga y sangrienta guerra que libraba contra los germanos, a orillas del Rin, sabía que no podía enfadarse con ninguno de ellos pues él mismo participaba de su misma naturaleza, que con los hombres más deleznables compartía la misma inteligencia y chispa, pariente de todos ellos, de sus semejantes, no podía recibir afrenta de ninguno, ni ninguno mancharle con su infamia.
Era el hombre más poderoso del mundo, señor de vida y muerte sobre millones de súbditos, pero sabía que nada en su naturaleza humana le diferenciaba del más mísero de sus siervos. Los dos últimos representantes de la escuela estoica fueron él, emperador, y Epicteto, esclavo. Ambos sabían que el ser humano no puede enojarse contra su pariente “ni aborrecerle, puesto que hemos sido creados para ayudarnos mutuamente, como lo hacen los pies, las manos, los párpados, los dos órdenes de dientes, el superior y el inferior”.
Va saliendo el día, aunque la helada permanecerá durante la mañana. Oigo ruidos humanos por la casa, alguno ya se ha levantado. Cierro el libro, retengo en la lengua la conclusión a la que llega Marco Aurelio, pero preferiría conservarla en la memoria y grabarla en el ánimo: Obrar, pues, como adversarios los unos de los otros es ir contra la naturaleza. Y es tratar a alguien de adversario el hecho de indignarse o apartarse de él.
Les deseo una feliz Navidad, de corazón.
Salud
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