Metáforas, metáforas, metáforas
Por Javier Moreno , 18 marzo, 2014
Uno sabe el momento histórico que le ha tocado vivir atendiendo a las metáforas que imperan en el discurso público. Las metáforas son una cosa demasiado importante como para dejarlas solo en manos de los poetas. Creo que era Dumarsais quien afirmaba que pueden escucharse más metáforas en un día de mercado que en una sesión de la Academia, una expresión que tal vez constituya más un sarcasmo contra la Academia que un alegato a favor del habla de los verduleros parisinos. Sin embargo hay que reconocer que la frase, aparte de ingenio, tiene su poso de verdad.
Encontramos metáforas no solo en los mercados (los financieros, digo), sino en los telediarios y en los consejos de ministros (que son secretos, pero para eso está la portavoz que nos instila su sabiduría). Así escuchamos a la ministra de trabajo hablar del círculo virtuoso de la economía, como si la economía se revistiese de hábito en olor de santidad; a los traders repetir una vez tras otra términos como apalancamiento o especulación (hermoso préstamo de la filosofía a cambio del cual la filosofía no cobra un solo céntimo); y a periodistas hablando de activos tóxicos y del fluir del crédito, como si la economía y –por extensión- la sociedad constituyese un organismo envenenado que requiere reanimación (continuando la metáfora, los rescates bancarios deben de ser una mezcla de transfusión y boca a boca).
Proliferan las metáforas futbolísticas, las favoritas de políticos que gustan de dirigirse al pueblo (porque lo imaginan tan campechano y lenguaraz como ellos) tales como Vicente Martínez Pujalte. Aunque mi metáfora favorita, lo reconozco, es la de parados. Sí, parados. Cuatro millones de parados. Cinco millones de parados… Creo que hay metáforas malignas, y esa (la de los parados) me parece de las peores. Conozco a mucha gente parada, rentistas que se dice, gente que no busca trabajo ni lo ha buscado nunca y que por tanto no figura en la estadística del paro. No hay cinco millones de parados sino de personas que necesitan trabajar para vivir y que no encuentran trabajo. Si descontamos a los menores de edad y a los jubilados, hay más millones de españoles que no buscan trabajo (porque no lo necesitan) que buscándolo. Nunca he oído hablar de ello en ningún medio de comunicación. No sea que vaya a retornar ese fantasma peligroso que alguna vez recorrió Europa que es la conciencia de clase.
Dejemos las cosas claras, los mercados están constituidos por fondos de inversión extranjeros, es cierto, pero los mercados también son esos millones de patriotas que tienen el dinero suficiente como para vivir holgadamente sin dar un palo al agua, que no salen en ninguna estadística (no salir en las estadísticas es un lujo que muy pocos pueden permitirse) y que buscan sacar rédito a sus ahorros. Las metáforas sirven a los poetas, pero también sirven al poder, para embellecerse, para ocultarse. Si uno quiere examinar a fondo el discurso público habrá de hacer como el gramático Dumarsais y atender, armado de un manual de retórica, a las voces de los políticos y de los presentadores de televisión. Para lo bueno y para lo malo vemos el mundo a través de las metáforas. El mundo, bien mirado, está lleno de poesía.
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