Michael Haneke: Cronología de la violencia
Por Redacción , 12 abril, 2014
POR MARIO BLÁZQUEZ
No vamos a hablar de los numerosos premios cinematográficos de Michael Haneke (Múnich, 1942), recientemente nombrado Premio Príncipe de Asturias, porque para eso ya están las wikipedias. Pero sí resulta interesante analizar la naturaleza humana a través de su obra, desde su turbador punto de vista, tan turbador como realista, también hay que decirlo.
Siempre he tenido una especie de extraña fascinación por relacionar a Haneke con ese profesor de filosofía que tenía cuando era estudiante, de pelo largo y blanco y barba espesa, que parecía ser el único capaz de enseñarte algo, cuando era el que menos empeño ponía en la docencia. Y precisamente, a través de ese profesor, aprendí una frase de Nietzsche que aún despierta en mí mucho temor: “Cuando miras al abismo, el abismo también te mira a ti”.
Haneke no tiene ningún interés en contar una historia compleja, ni tampoco una narración acorde al lenguaje cinematográfico, tiene especial cuidado en no atar todos los cabos para que el espectador salga del cine con la resolución de la historia. Las tramas son sencillas, lineales, pero no de fácil acceso. Podríamos decir, como hacemos de otros directores, que exige al espectador, que requiere de su interpretación de los códigos para descifrar la historia evocada, pero Haneke da un paso más y lo castiga. Los planteamientos de sus películas hacen trizas las estructuras sociales en las que vivimos plácidamente, donde la violencia está en todo momento, en cada palabra, en cada acción cotidiana que realizamos y en la que cualquier mínimo resorte puede hacerla estallar.
“El video de Benny” (1992) es directamente una fábula visionaria de la sociedad y la sobreprotección de la educación actual. ¿Hasta dónde son capaces de llegar y justificar unos padres a su hijo?: “Nadie va a joder la vida a nuestro hijo”, dice el personaje interpretado por el inolvidable Ulrich Mühe (La vida de los otros). El muchacho protagonista experimenta una enfermiza atracción por grabar todo con una cámara que sus padres le regalan, hasta que graba la muerte de un cerdo en una granja, de ahí hasta matar y grabar la muerte de una compañera de clase, simplemente “por saber cómo sería, supongo”. Sus padres acaban descubriéndolo y
deciden eludir la responsabilidad ocultando el crimen su hijo. Puede pasar en cualquier familia, es el brutal mensaje que nos envía Haneke, escena gore incluida. Todos los estudios de Ciencias de la Información se plantean ahora la necesidad de alfabetizar audiovisualmente a la población, esto es, ser capaz de comprender el aluvión de imágenes que recibimos diariamente, que nosotros mismos grabamos o vemos de los demás.
“Funny Games” (1997) es quizá su película más cruel, en la que involuntariamente y de manera sutil, el espectador acaba integrándose en la historia, pero a diferencia de la narrativa formal, no lo hace como víctima-espectador sino como protagonista-torturador. Mediante constantes guiños y conversaciones de los dos jóvenes protagonistas a la cámara, introducen al espectador como un tercer participante interactivo en el turbio juego. Te conviertes en un muchacho vestido de blanco inmaculado, educado, de elegantes formas y con un dominio del lenguaje maquiavélico superdotado. Entras acompañándoles a una casa de una familia desconocida, en nombre de otra familia que supuestamente conoces y son sus amigos, para pedirles prestados dos huevos que les faltan para cocinar. La mujer os los entrega amablemente, a tu torpe amigo se le caen al suelo. Ella, con cierta molestia pero educación, lo limpia todo y os ofrece otros dos, esta vez los envuelve bien para que a tu lerdo amigo no se le caigan. Pero se le caen, ésta vez en la entrada. También por accidente ha tirado el teléfono de la buena mujer en el fregadero. La situación ya se vuelve incómoda, pero tu amigo, con bastante descaro le solicita otros dos huevos. Ella parece reticente y violentada, desde su propia cocina os invita a marcharos, pero en ese momento, aparece vuestro otro amigo, el más listo, el cabecilla, y le exige a la mujer, primero con educación, luego con marcialidad, los dos huevos que os faltan. La incomodidad sucinta de saber que no deberías ser cómplice de este juego, es la misma sensación virtual de verlo desde la butaca, disfrutando de ello, sin saber ni importar hasta dónde va a llegar, y sobre todo, sin delimitar la línea entre el juego y la realidad. Y entendiendo, que progresivamente la violencia no va precisamente a cesar.
“Código desconocido” (2000) es una película coral, en la que varias historias entrelazadas nos hablan de la incomunicación existente, de que quizá nuestro lenguaje no es capaz de transmitir las emociones o no sabemos cómo hacerlo. Mezcla temas como el racismo, la amistad, la familia, todos encallados en su incomprensión. No es casual que el plano que cierra y abre la película es una tamborrada ejecutada por personas interraciales.
De “La Pianista” (2001) hay poco que se pueda añadir, es una de las películas que más ríos de tinta han derramado en todos los foros del cine contemporáneo, una obra de una violencia inclasificable y a la que cuesta enfrentarse. Retrata las consecuencias de la represión, de como la cárcel maternal y la sobreprotección activan los más oscuros recovecos de la naturaleza humana. La rebelión contra los corsés impuestos puede crear una especie de animal salvaje, herido y sin control, como la protagonista encarnada espectacularmente por Isabelle Huppert.
“El tiempo del lobo” (2003) recrea un apocalipsis en el que la sociedad queda aislada y dependiente de sí misma para sobrevivir. Nuevamente pone de manifiesto el enfrentamiento entre el hombre contra el propio hombre. Pero acaba resultando una de sus películas más flojas, o quizá incomprendidas.
También es bastante turbia “Caché” (2005), película laberíntica, que juega al limite entre la culpabilidad, la obsesión por el deseo de redención y la realidad que uno quiere entender para su tranquilidad, por encima incluso de lo que ve. En ningún momento desvela, es más, confunde al espectador sobre si las sospechas del protagonista por quien le envía unas misteriosas cintas de video, grabando la puerta de su casa, son realmente infundadas. Haneke se ríe de todos en ese largo plano final en el colegio, donde uno busca desesperadamente todas las respuestas que no ha encontrado a lo largo de la película, mientras aparecen los títulos de crédito. Porque siempre es mucho más aterrador no saber la verdad ni el por qué y pensar si las percepciones y sus consecuencias serán justas o erróneas.
En el año 2007 rueda un remake americano de “Funny Games” que nada aporta al original. La inquietante “La cinta blanca” (2009) es probablemente una de sus películas menos accesibles y sin embargo le reportó diversos premios y unanimidad en la crítica. La acción parece situarse justo antes de la Primera Guerra Mundial, e intenta acercarse al origen de lo que posteriormente tendría un peso relevante en el nacimiento del nazismo. Haneke sugiere, mediante una contaminada atmósfera, que la rígida educación alemana derivó en una generación mentalmente destinada a ejercer una deshumanizada superioridad. Su siguiente película, “Amor” (2012), encadenó la estela de premios de la “La cinta blanca”, relatando un extraño funeral. Porque “Amor” habla realmente de la muerte más que del amor. Nacemos solos y morimos solos, pero nos resistimos a ello, y el amor es todo lo que hay entre medias de ese ciclo. Es por ello que Haneke da un vuelco contando la historia desde la perspectiva de una pareja octogenaria. Puede pensarse que el amor es indestructible, pero somos materia y llegada la vejez, la enfermedad y la muerte es lo único que puede acabar con la pureza del amor, es ahí donde lo onírico se topa con una severa realidad. El protagonista parece encontrar una forma de enterrarse con su amada, ante el horror a quedarse solo. Su amor es incombustible, pero que la despiadada naturaleza física que nos sostiene es inclemente.
El cine de Haneke te conduce al abismo y te deja sólo ante él. Una vez allí, te reformulas preguntas que estaban ante ti pero que nadie te había incitado a hacerte. Es donde te das cuenta de que te has hecho mayor, y que las clases de ese profesor de filosofía terminaron hace tiempo, desapareció de tu vida y ya es tarde para preguntarle.
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