Misiles en el jardín del vecino
Por Víctor F Correas , 22 octubre, 2015
La castaña de día que fue este veintidós de octubre –no nos vamos a engañar: lo fue, y además con ansia- tiene algo de vidilla gracias a que hace cincuenta y tres años un presidente de los Estados Unidos anunció al mundo entero por televisión el descubrimiento de bases de misiles nucleares soviéticos en Cuba.
Bases que no pasaron desapercibidas para los aviones U2, tan silenciosos como eficaces. El presidente fue John F. Kennedy, las bases estaban a unos ciento cincuenta kilómetros de Miami, y los misiles eran rusos. El cóctel perfecto para salir con esas ante su nación y poner los pelos de punta a la población americana, en particular, y a del resto del orbe, en general. Misiles nucleares, nada menos. Y rusos. Y en Cuba; lo que se dice en el jardín del vecino. De inmediato, Kennedy ordenó el bloqueo naval de la isla y el desmantelamiento de las bases. Así comenzaban seis días en los que el mundo contuvo la respiración; seis días de amenazas y palabras más altas que otras; seis días con un horizonte teñido de fuego nuclear, de un apocalipsis que podía hacerse realidad en cualquier momento. Seis días del copón, en definitiva. Los iremos desgranando poco a poco porque tienen tela.
Por lo demás, de chicha, la justa. A saber: una declaración de guerra –la de España a Marruecos hace ciento cincuenta y seis años por un quítame esas humillaciones al escudo nacional en Ceuta, entre otras escaramuzas-, la promulgación de la primera Constitución mexicana –hace doscientos un años-, y el salto del primer paracaidista de la historia. La gloria se la llevó André-Jacques Garnerin, un inspector del ejército francés, que ascendió en un globo de hidrógeno de su propia construcción hasta mil metros de altura, y desde allí saltó al vacío. Miles de personas vitorearon el salto. Normal.
De los que se fueron a criar malvas y vinieron a este valle de lágrimas, dos a destacar: Franz Liszt, que nació tal que hoy hace doscientos cuatro años y llegó a componer cerca de trescientas cincuenta obras en su vida -a destacar las veinte Rapsodias húngaras-, y Paul Cézanne, que se puso a criar malvas hace ciento nueve. Malvas de unos colores hasta entonces nunca vistos. Bellas, sorprendentes, únicas. Materia prima buena tenían, de eso no hay duda.
Sed buenos y felices si podéis… U os dejan.
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