Momento histórico
Por José Luis Muñoz , 23 junio, 2016
Según todas las encuestas, hasta las de los medios más conservadores del país, los votos de izquierda estarán a un paso de conseguir la mayoría absoluta en el próximo parlamento español que se constituya tras el 26J, lo que abre la puerta a una cómoda gobernabilidad en torno a programas progresistas de salvación ciudadana. No es sorprendente la estimación teniendo en cuenta que el votante español es, mayoritariamente, de izquierdas o de centro izquierda, aunque se abstiene cuando los suyos le decepcionan y de ahí las mayorías absolutas que tienen los partidos de derechas. Un gobierno progresista que encare los gravísimos problemas que tiene la nación (entre ellos Cataluña) es factible y deseable por la mayoría de la población. En estos últimos días de campaña las formaciones políticas van a intentar atraer a esa bolsa de indecisos del 30% para mejorar los resultados que les otorgan las encuestas, y unos aciertan en el método, y otros desbarran y consiguen exactamente el efecto contrario (y al PSOE me refiero).
El votante de derecha del PP, rocoso e irreductible, asume la corrupción endémica que corroe hasta las entrañas al partido al que vota (el caso de Valencia no se ha podido extrapolar al resto del estado, al menos no con la misma rotundidad) pero prefiere seguir votándolo ante el espantapájaros de que vienen los malos, una simplificación que el propio Mariano Rajoy alimenta en su fin de campaña en un intento de atraerse al votante de Ciudadanos a su redil (la derecha unida jamás será vencida). Ese maniqueísmo pueril no le va a restar votos, sino todo lo contrario: el sistema binario de valores funciona. El votante del PP asume que su candidato está tocado, muy escorado, tiene escaso brillo intelectual (no le he oído hablar nunca de literatura ni he sabido nunca si está leyendo algún libro; eso sí, practica la marcha atlética) pero Mariano Rajoy mantiene esa imagen de persona afable y moderada, (falsa, sólo aparente, porque sus políticas regresivas no son moderadas sino extremas en el dolor que causan a la ciudadanía) que tanto gusta a la gente de orden. El votante del PP asume que la situación es pésima, eso es pura objetividad, fría estadística, pero que si ganan los malos será peor, y descuenta los recortes sociales, la pobreza, la desigualdad, el trabajo precario, la falta de oportunidades, como propias de la sociedad que nos ha tocado vivir. Así son las cosas y no se pueden cambiar, suele ser el mantra del que le aterra cualquier cambio y se ancla en el conformismo, la peor rémora contra el progreso. Bueno sería para el PP, al que las encuestas no le otorgan ni un mínimo de posibilidades de seguir gobernando el país por su imposibilidad de conseguir consensos con otros partidos (erre que erre, le sigue tendiendo la mano, que es una zarpa, al PSOE para hundirlo definitivamente), pasara a la oposición, hiciera su travesía del desierto durante unos cuantos años, jubilara a su vieja guardia, diera paso a savia renovada (hay gente del PP del País Vasco muy válida, aparte de heroica, que parece que no milita en el mismo partido) y hasta se renovara y cambiara de nombre dando lugar a un partido de derechas de corte europeo.
Curiosamente Ciudadanos es el partido, a día de hoy, más beligerante con Mariano Rajoy, y así lo vimos en las invectivas que le lanzó sistemáticamente Albert Rivera en el debate a cuatro televisivo para noquearlo en el plató. Ningún dirigente (Pablo Iglesias utilizó el guante de seda y manejó el susurro hacia Pedro Sánchez, un recurso muy novedoso) se mostró tan duro con el todavía presidente en funciones. El líder de la formación naranja le lanzó a la cara, no sólo el famoso SMS a Bárcenas sino, y ahí una novedad importante, los varios cientos de miles de euros cobrados por el presidente según esa contabilidad B del extesorero cuyos apuntes ya nadie pone en duda salvo el propio afectado por ellos, Mariano Rajoy. Con los estándares europeos, un mandatario bajo sospecha habría tenido que dimitir, pero España es diferente. Los ataques al dirigente del PP, los más duros vertidos en un plató televisivo, y la tajante exigencia a su cabeza ante un previsible pacto de derechas (pero los números no le avalan) no tienen otro fin que Ciudadanos intente crecer a la desesperada con el votante del PP que vota al partido con una pinza en la nariz, pero la formación de Albert Rivera se estanca en ese 14% (lo que ha perdido el PP) que le otorgan las encuestas y de ahí no va a salir. La fórmula PP/Ciudadanos va a quedar muy lejos de la mayoría absoluta y Albert Rivera es un globo que se desinfla y que sólo conseguirá su objetivo, partido de derechas homologable a la europea, si el PP se cuartea en su travesía del desierto y se pasa a sus filas.
El papel del PSOE va a ser determinante en esta tesitura política. El partido del genuino Pablo Iglesias atraviesa uno de sus momentos más complicados de su historia por la pérdida de confianza de sus votantes y está a un paso de ser bisagra, en vez de actor principal, de la nueva situación política que se avecina. Las afirmaciones rotundas de Pedro Sánchez de que no hará presidente a Pablo Iglesias (personaliza en el líder de Podemos, pero quizá esté echando un globo sonda a Íñigo Errejón) le van a pasar factura y provocarán una sangría de votos del PSOE, cuyos votantes dudan de que su partido no vaya a terminar haciendo presidente a Mariano Rajoy, hacia Unidos Podemos, al que ven como única garantía creíble de que el PP no siga gobernando. Pedro Sánchez es esclavo de la vieja guardia del partido, de la que se habría de alejar si pudiera (Felipe González, Alfonso Guerra, Corcuera, Rodríguez Ibarra), que aboga porque el PSOE pase a la oposición antes que pactar con la formación morada (poco les importa a los dinosaurios políticos los ciudadanos sometidos de nuevo a la política de genocidio social y cultural que perpetra el PP y esos socialistas de pacotilla son los principales culpables de la situación de su partido), y de los barones, capitaneados por Susana Diez, que esperan al día siguiente de las elecciones para devorar el cadáver político de su candidato. Pedro Sánchez selló su muerte política, y la del PSOE, en el momento en que se levantó de la mesa de negociaciones con Podemos para su acuerdo suicida con Ciudadanos (éste ataca al PSOE en campaña, pero el PSOE no le devuelve los golpes). Todo el mundo sabe, y más los votantes desconcertados del PSOE, que fue Pedro Sánchez el que dinamitó la posibilidad de un gobierno de progreso, por mucho que repita que no, que fue Podemos. La arrogancia y prepotencia de Pablo Iglesias hizo el resto, por supuesto. Pedir ministerios por televisión y lanzar mensajitos amorosos al líder socialista desde la tribuna de las Cortes es algo de lo que debe de estar arrepintiéndose el líder de la formación morada.
Y llegamos a Unidos Podemos, la formación que, según las encuestas (con lo poco fiables que suelen ser éstas y el riesgo de manipulación que sobre ellas planea, precisamente, para atraer el voto conservador hacia el PP), puede liderar un gobierno de izquierdas en este país si el PSOE deja su orgullo a un lado y se sube al caballo ganador y no se confunde de adversario político. El líder de Podemos Pablo Iglesias ha demostrado ser el más inteligente y hábil de los cuatro en disputa. Primero ha sellado un pacto con Izquierda Unida (debería haber puesto a Alberto Garzón en la segunda posición en Madrid, no en la quinta), la formación genuinamente de izquierdas de la que surgió Podemos, y se ha atraído la simpatía (un Pablo Iglesias llorando) de Julio Anguita, el histórico y honesto luchador de la izquierda histórica. El discurso de la coalición es claro y contundente, porque Pablo Iglesias es un maestro en el arte de la comunicación: los de abajo y los de arriba. Los de abajo somos los que hemos soportado una crisis que los de arriba han orquestado para enriquecerse exponencialmente con nuestro sufrimiento. Eso ha sido así y Unidos Podemos pesca votos en la desaparecida clase media española que se ha proletarizado y ve en ellos a sus legítimos representantes. La capacidad política de Pablo Iglesias para sumar formaciones (Izquierda Unida, Compromís, las Mareas) a su proyecto regeneracionista ha rubricado su habilidad negociadora; del sorpasso al PSOE quiere pasar al sorpasso al PP y muy cerca le va a rondar. La formación morada tiene al PSOE contra las cuerdas y su potencial aliado se lo ha puesto muy fácil. Del mismo PSOE depende su relevancia como partido político de izquierdas, marginando a las rémoras que tiene en sus propias filas y sumando escaños a esa gobierno de progreso, o pasar a ser una formación irrelevante que siga el camino del PASOK griego, el de la desaparición.
Las espadas están en alto y el 26 J hay dos contendientes entre los que toca elegir, la derecha con su política de asfixia social y cultural que ya conocemos, hacernos cómplices de la corrupción votando a los que han esquilmado sistemáticamente lo público para sus negocios privados (les hemos pagado sus tarjetas black, sus sobrecostes en obras públicas, sus mordidas del 3 al 10%, sus sobresueldos, sus cacerías, sus volquetes de putas, sus lingotazos de whisky y sus rayas de coca), los tipos de las amnistías fiscales y los papeles de Panamá, los de arriba, o un gobierno de salvación ciudadana con las políticas sociales de las que se olvidó un PSOE también enfangado en asuntos de corrupción y que toma a Podemos por su adversario en vez de por su aliado. Yo me mojo por la segunda opción, aunque va a ser muy complicada y quizá exija el sacrificio de unos cuantos egos que sobran en la política española. Mientras haya ilusión hay vida.
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