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Muerto el perro, de Carlos Salem

Por José Luis Muñoz , 27 marzo, 2014

muerto-el-perroNavona Negra, 2014, 324 páginas

Carlos Salem (Buenos Aires, 1959), novelista, periodista, poeta y agitador cultural (durante muchos años estuvo vinculado al Bukowski Club), es uno de los nuevos valores de la novela negra española, país en el que reside desde 1988, junto a otros autores emergentes como Carlos Zanón, Empar Fernández o Paco Gómez Escribano (al que, por cierto, Salem regala un cameo paródico en Muerto el perro como portero yonqui, por Yonqui, última novela de éste), con un puñado de novelas—Camino de ida, Matar y guardar la ropa, Pero sigo siendo el rey, Cracovia sin ti y Un jamón del calibre 45—más un buen número de poemarios y una obra de teatro, El torturador arrepentido, que se ha representado en Madrid y Barcelona, un corpus literario en el que destaca la enorme originalidad de Salem a la hora de escribir sus novelas y su mirada heterodoxa a conciencia dentro del género negro, cuyas convenciones rompe, y que se distingue por su desfachatez.

            …y ahora comprendo la expresión que tenía Santa Teresa, ella sí que sabía, y siento que subo y subo, que en lugar de ir al Infierno mi ángel rubio me está llevando al Cielo, y ni siquiera siento estar faltando al Sexto Mandamiento, porque este acto maravilloso no puede ser impuro, y en todo caso, mientras me derramo me digo que tampoco estoy faltando al Segundo sino todo lo contrario, porque aunque grito, “¡Dios, Dios, Dios, Dios, Dios!” no estoy pronunciando su Nombre en vano, sino todo lo contrario.

La trama de esta novela, cuyo hilo narrativo no es lineal y se pierde a través de numerosas digresiones, marca de la casa de Salem, gira alrededor de un personaje femenino, Piedad de la Viuda, la voz narrativa, y la extraña muerte en accidente de coche de su marido Benito. Lo que a continuación sucede es una rocambolesca historia, cantada a ritmo de bolero, en la que se entrecruzan un sinfín de personajes estrambóticos como el policía Bermúdez, la rusa Svetlana, o Vladimir Varisnov, y con semejantes nombres el lector sabrá desde el minuto uno que lo que Salem le está contando es una parodia negra sembrada, eso sí, de abundantes cadáveres, casi todos los que se cruzan con el singular protagonista femenino.

Enciendo las luces y la cara de Paco es un guiñapo ensangrentado en el suelo, aunque por suerte no se ha manchado la alfombra.

Temía lo peor y estaba en lo cierto.

La botella con la que me defendí, la que está rota junto al cuerpo, era mi última botella de Southern Comfort.

Con estructura de diario—la novela empieza un lunes y termina el de la semana siguiente—Muerto el perro es una gamberrada con pespuntes poéticos—¿Cuántos besos caben en mi sexo? ¿Cuántos sexos en mi boca? ¿Cuántas manos serían necesarias para cobrar/cubrir los años de intemperie que le adeudo a este cuerpo?—en donde lo de menos es la delgada trama policial, absolutamente prescindible, y lo de más el original dibujo de personajes—ese diálogo que ante cualquier tesitura, mortal o sexual, establece Piedad de la Viuda con La Otra, su otro yo, por ejemplo—y algunos momentos delirantes como el descacharrante episodio con el hermano Vladimir Varisnov de la iglesia de Los Querubines de Petrogrado. Con todo ello Salem parece haberse subido a la cuadriga que conduce el auriga Juan Bas, maestro absoluto del género negro paródico en España y director de La Risa de Bilbao.

Intenta un abrazo consolador, pero vuelve a calcular mal y caigo de espaldas en el sofá, con él encima, que se bebe mis lágrimas una a una y luego a sorbos, y las sigue bebiendo en mi cuello y las persigue bajo el vestido y ni siquiera pienso en la Otra, porque es a mí a quien besa y seca para mojarme por dentro.

Lástima de ese final explicativo, que suena a que si no ha entendido lo que ha pasado y se ha perdido, lea esto con detenimiento, por favor, absolutamente prescindible porque no hay que entender nada en Muerto el perro sino dejarse llevar o abandonar, y en cuanto al personaje femenino, protagonista absoluto de la novela, tiene uno la sensación, muy personal, eso sí, de que Piedad de la Viuda es Carlos Salem con tacón de aguja y minifalda.


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