Mujeres
Por Oscar M. Prieto , 16 noviembre, 2016
¿Quién no ha dicho alguna vez que las mujeres son malas? Hasta las mismas mujeres lo dicen. Como toda generalización, es una estupidez. Hace años escuché a Gustavo Bueno echarle rapapolvo a Mayor Zaragoza: «Está usted hablando con generalidades y yo he estudiado mucho como para que me hablen con generalidades». Ojo con ellas, que las carga el diablo. En este caso, además de ser un lugar común, no se adecúa a la verdad.
Si echo la mirada atrás y repaso mi biografía, resulta patente la evidencia de que mucho de lo bueno que ha habido y que hay en mi vida tiene su origen en las mujeres, que me han hecho crecer y me han hecho mejor. Me crié en un entorno cariñoso, en el que mujeres como mi abuela y mis tías, me contaban cuentos, me daban la merienda, medían si tenía fiebre sin necesidad de termómetros, con un beso, y me hacían los disfraces para las funciones de la escuela.
Hasta los diez años, primero las monjas y luego las maestras, fueron mujeres quienes me enseñaron las letras, a leerlas en las cartillas y a escribirlas en los cuadernos de caligrafía. Ellas me enseñaron la magia de los números y a cantar la tabla de multiplicar, además de otras canciones.
También, he sido afortunado, tengo buenas amigas. Izaskún me enseñó a cocinar, un reto nada fácil. Casi tan complicado como que yo aprendiera a bailar sin provocar lesiones, para ello fueron necesario cuatro: Marta y Ana, mis primas, Tere y Rebeca.
Y así podría seguir contando que aprendí a nadar el año en que los cursos de natación los impartieron tres chicas, que gracias a otra aprendí italiano y que a escribir me llevaron ellas. Suerte de contar con todas ellas en mi vida. Sobre todo, con mi madre, mi ejemplo de entrega y generosidad, mi modelo tenaz y, ahora, con Helena que me hace tan feliz.
Sólo puedo decir que siempre he creído que las mujeres son la única chispa de divinidad que quedó olvidada en este planeta. Por todo esto y más, no puedo comprender que, sí ellas nos dan la luz, ¡cómo es posible que nosotros, hombres semejantes, cometamos el crimen más aborrecible de apagarles la suya! No más mujeres asesinadas, no más palizas. Démosles mejor las gracias, por tanto.
Salud.
www.oscarmprieto.com
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