“Múltiple”. Shyamalan desde sus cenizas
Por Emilio Calle , 4 febrero, 2017
Si con “La visita”, M. Night Shyamalan parecía reinventarse con un ejercicio divertido, conciso y muy eficaz (muy consciente de su intrascendencia), con su nueva película, “Múltiple”, el director regresa con algo más de excelencia al cine que le llevó a convertirse en un autor de culto, tan celebrado como denostado, y que se extravió en su propia leyenda para filmar dos disparates (“Airbender, el último guerrero” y “After Earth”) que además de ser tremendos fracasos, lograron que hasta sus más fieles seguidores ya sólo le dedicaran un bostezo detrás de otro.
“Múltiple” es un claro intento por parte del director de retomar lo mejor de su cine, aunque todavía esté algo lejos de lograr hacerse de nuevo con ese estilo que le hizo único. La historia es tan simple como intratable si no se quiere desmadejar. Tres jóvenes son secuestradas por un esquizofrénico que puede adoptar hasta 23 identidades distintas (siempre a la espera de una anunciada número 24). Y con todas ellas tendrán que vérselas las protagonistas (con Ana Taylor al frente, tan inquietante por momentos como lo estuvo en todo momento en “La bruja” de Robert Eggers) para lograr salir tanto del laberíntico lugar donde permanecen encerradas, como del laberinto mental en el que vive su secuestrador. Está claro que en manos de otro director menos arrojado (o con otro guionista, y aquí Shyamalan ocupa ambos puestos) la película hubiera tenido serios problemas en avanzar sin perderse en su propio galimatías. Pero, y es ahí donde todo apunta a que Shyamalan resurge de sus cenizas, las soluciones visuales enganchan, los giros argumentales funcionan, la opresión de todo cuanto no vemos por momentos es brutal e inquietante, hasta encuentra sensibilidad en el horror y a veces sus hallazgos son fulminantes (la historia de la ventana, por ejemplo), y no te dejan ni el aliento. La parte final de la película es quizás la peor (y anula en parte sus mejores momentos), cuando trata de aunar todo lo desplegado y al hacerlo se resiente al adentrarse en lagunas de dispersión o de una recelosa extrañeza, aunque la habilidad de Shyamalan rápidamente encuentra alguna triquiñuela para atrapar de nuevo nuestra atención.
Lógicamente, casi todo el peso de la película recae sobre su múltiple protagonista. Y sólo caben elogios para James McAvoy, que sale con honores de este variado desafío de personalidades que debe adoptar, a veces en cuestión de segundos. Y aunque él también se vea algo afectado por el delirio final (eso sí, sin resultar histrión, tan solo descontrolado, algo del todo inesperado en un director de actores tan brillante como Shyamalan), su interpretación es compleja y arriesgada, y logra desde su primera aparición que uno deba estar pendiente de cada uno de sus gestos, porque en todos sabe cómo modular la ambigüedad, y lo imprevisible se asoma a sus ojos en todo momento.
Ah, y por supuesto, hay final sorpresa.
Es marca de la casa.
Aunque este, además de sorpresa, viene aderezado de controversia.
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