Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto
Por José Luis Muñoz , 18 enero, 2016
Robo el título de una excelente película de cine negro español que protagonizara Victoria Abril a las órdenes de Agustín Díaz Yáñez. Me sirve para hablar del rápido olvido que rodea a los muertos en unas fechas, estas, en las que, revisando mis contactos telefónicos y mis mails, he dado de baja a unos cuantos colegas más: Gregorio Morales y Manuel Villar Raso. Ya no podré hablar más con ellos. Como tampoco con Bigas Luna.
En una breve conversación, previa a la presentación de mi último libro, con dos colegas, Nani Riera y Cristina Fallarás, exiliados ambos en Madrid tras haber vivido en Barcelona, reparamos en algo que nos negábamos a admitir: el mundo literario se ha olvidado por completo de Manuel Vázquez Montalbán. Se ha olvidado, fundamentalmente, el mundo editorial que lo iba publicando hasta su repentina muerte en el aeropuerto de Bangkok hace doce años a la edad de los 64 años, la edad que acabo de alcanzar.
Si uno busca libros de Manolo por los anaqueles de las librerías, difícilmente los encontrará. A muchos años de su muerte, y sin que el régimen por el que había que brindar haya caído, las nuevas generaciones de lectores españoles van a tener muy poca noticia de ese escritor profundamente ético, y estético, que con pluma acerada e inteligente dio impulso y refuerzo a la menospreciada novela negra y le ofreció un halo de intelectualidad ante tanto crítico pacato. Así que habrá que reivindicar de nuevo su nombre, decir que fue el irónico creador del detective Carvalho, una suerte de alter ego, comunista desencantado, gastrónomo y lector despiadado que quemaba obras infames en su chimenea de Vallvidrera, el mirador desde el que Vázquez Montalbán miraba su Barcelona a sus pies, cuando cumplió el sueño de ir de la parte sur de la ciudad a la norte, y más allá de la norte: salirse.
Manuel Vázquez Montalbán era un escritor polivalente. Una de las veces que le entrevisté, en su chalet, tenía un busto de Marx en su despacho junto a otro de Franco, comprensible por cuanto estaba escribiendo la autobiografía apócrifa del Dictador y quería tenerlo delante. Un Vázquez Montalbán juguetón y pesuquero (tuvo el carnet del PSUC siempre), capaz de asesinar a su secretario general Santiago Carrillo en Asesinato en el Comité Central y a un director argentino en Asesinato en Prado del Rey porque no le gustó como adaptó para televisión su Carvalho.
Gaznate exquisito y paladar de oro, no pudo asistir a la decadencia de la cocina española, desmoronada con la crisis y con la entrada en los fogones de estajanovistas venidos de oriente, ni al cierre de su restaurante emblema de Barcelona, Casa Leopoldo, por donde su espíritu anduvo rondando hasta que echó el cierre. Tampoco vio, así es que morir también tiene sus ventajas, cómo esa vieja e insólita librería, que el quijote Paco Camarasa había montado en la calle La Sal de la Barceloneta, bajaba la persiana para siempre y los negrocriminales nos quedábamos sin club adonde ir a comer mejillones con vino negro.
Manuel Vázquez Montalbán escribía divertidas novelas policiacas, algunas paródicas, trepidantes thrillers como ese Galíndez que lo enemistó a muerte con los Trujillo, y novelas con enjundia literaria como El pianista. Un tipo cercano y tímido, en las antípodas de Juan Madrid, que casi nunca tenía un no en la boca, y eso también lo mató, y ayudaba con espíritu de militante al recién llegado a las lides literarias mientras otros te echaban las manos al cuello para ahogarte.
Él escribía novela negra, me decía, mientras yo las escribía de todos los colores del arco iris, fucsia, entre otras, con su sentido del humor que siempre le acompañaba.
Ese Vázquez Montalbán lúcido e intelectual comprometido que, antes de dar esa vuelta al mundo premonitoria (la serie Carvalho acababa con otra, y los dos, detective y autor, emularon al Julio Verne de La vuelta al mundo en ochenta días) y morir en un asiento del aeropuerto de Bangkok (los aeropuertos son agotadores y, en vez de asientos, deberían tener camas), por donde sobrevolaban sus pájaros, escribió un premonitorio artículo previendo que este siglo, el que vivimos y él apenas rozó, sería el de las migraciones y los negocios mafiosos en torno a ellas.
Manuel Vázquez Montalbán, a quien despedimos con todos los honores y emociones en un sonado acto en la Universidad Central de Barcelona, y del que los editores se han olvidado para que no lo conozcan los nuevos lectores.
Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto.
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