No és això, companys, no és això
Por José Luis Muñoz , 27 agosto, 2017
Las manifestaciones son actos de catarsis colectiva que en muy contadas ocasiones (sí en Rumanía y Ucrania, por ejemplo) pueden implicar un viraje de los acontecimientos (la guerra de Irak se llevó a cabo desoyendo el clamor de millones de manifestantes de todo el mundo). Las emociones se retroalimentan en esos actos multitudinarios que implican una comunión entre los asistentes, y más cuando detrás hay un hecho atroz que ha sacudido a la sociedad. La espontaneidad de los asistentes, con su sensibilidad a flor de piel, sobrecoge.
Muchos sabemos que el desencadenante de los brutales atentados terroristas de Catalunya está lejano geográfica y temporalmente. Muchos sabemos que hay tres personajes siniestros, que todavía nadie ha llevado ante un tribunal internacional de justicia, a los que debemos los atentados suicidas que se cometen en Europa y las masacres de musulmanes que tienen lugar en un sinfín de países sacudidos por la lacra terrorista. Derribar a los sátrapas que ellos mismo pusieron (Irak y Libia) ha propiciado el presente caos del que Estados Unidos, desde hace muchísimo tiempo, es un actor principal e interesado. Hillary Clinton, en un alarde de sinceridad, admitió en una entrevista la responsabilidad indubitada de su país en el nacimiento de Al Qaeda e ISIS. La inseguridad es una fuente de negocios y Estados Unidos está muy lejos de Europa para sufrir directamente los efectos de ese desbarajuste. A la potencia americana le interesa una Europa débil, desunida y sumisa.
Muchos nos indignamos de la doble moral de buena parte de los políticos y de que España sea un destacado exportador de armas a países como Arabia Saudita, gran violador de los derechos humanos e implicada en las masacres de civiles que se están produciendo en estos momentos en Yemen, sin ir más lejos, y de que quien ostenta la máxima representación del estado, Felipe VI, haya ido recientemente a ese país que está detrás de la difusión, mediante mezquitas e imanes, de la visión más radical del islam, el wahabaismo, que profesan los terroristas del Estado Islámico.
La manifestación contra el terrorismo de Barcelona ha visibilizado la división de la sociedad catalana en un día que debería ser de unión, silencio y respeto por las víctimas. Cada uno es libre de portar la bandera con la que se identifique, la cuatribarrada o la independentista, como también la rojigualda. Los que llevaron la enseña nacional de España en la manifestación de Barcelona fueron tratados poco menos que como apestados a pesar de que estaban allí para sumar. Se podrían haber mostrado en esa manifestación banderas canadienses, marroquíes, francesas o inglesas y no se habrían producido momentos de tensión. Está bien que se denuncie que nuestros gobernantes y su máximo representante, Felipe VI, comercien con los que conculcan los derechos humanos (las dictaduras medievales del Golfo que esponsorizan, por cierto, tanto al Barça como al Real Madrid, y también la todopoderosa República Popular China en donde las libertades brillan por su ausencia), pero no podemos reprocharles su solidaridad con lo acontecido en Catalunya. ¿Son culpables del atentado? ¿Hasta dónde llega su responsabilidad en lo que ha pasado?
En nombre de nuestra sacrosanta libertad de expresión, la misma contra la que atentó ese grupo de jóvenes que decidieron cercenar sus vidas y la de otros tantos ciudadanos que paseaban por Barcelona y Cambrils, buena parte de la ciudadanía que fue a la manifestación de Barcelona gritó y abucheó a Felipe VI, el Borbón, y a Mariano Rajoy en un acto que parecía destinado a mostrar el músculo nacionalista catalán frente al estado español opresor. Eso está implícito en el sueldo del presidente del gobierno y del Rey. Quizá no era ni el momento ni el lugar adecuado para hacerlo aunque hubiera ganas y motivos y la ocasión difícilmente se podía repetir. Quizá se politizó en exceso lo que debería haber sido un acto unitario contra la barbarie terrorista que sumara y no restara.
No és això, companys, no és això, cantaba mi admirado Lluis Llach cuando sólo ejercía de cantante y era mi voz. De Barcelona me quedo con esos coches policiales convertidos en floristerías ambulantes por el fervor popular, los abrazos de los musulmanes, el parlamento de Rosa María Sardá y Miriam Hatibi y el Cant dels ocells de Pau Casals. Las Ramblas, más que nunca, es la de las Flores.
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