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No son los árboles enemigos de la vida

Por Oscar M. Prieto , 10 septiembre, 2014

Al olmo viejo, hedido por el rayo / y en su mitad podrido, / con las lluvias de abril y el sol de mayo…

Sin duda el poeta Antonio Machado tendría material, madera para un poemario con los árboles y ramas vencidos y caídos en la ciudad de Madrid en lo que fue la primavera y lo que llevamos ya casi cumplido del verano.

Dice muy bien el Jefe de Horticultura del Jardín Botánico, que todos los años cae más o menos el mismo número de ramas y de árboles, el problema es que este año había personas justo debajo, en el sitio exacto en el que fueron a caer esas ramas. Pura casualidad, argumento rotundo. Sobre el hecho de que estos incidentes se hayan concentrado especialmente en el parque del Retiro, el experto responde: “El, parque del Retiro tiene un uso que,  más que un uso, es un abuso. En el Jardín Botánico o en el parque del Oeste, la cantidad de gente que pasa es menor que en el parque de El Retiro y, por tanto, la probabilidad de que caiga una rama y que caiga sobre alguien es mayor en el Retiro que en otra parte. Es pura probabilidad”.

Irrebatible. Casualidad y probabilidad, condiciones inherentes a la vida humana. Explicación científica, more geométrico, que diría Spinoza. Aséptica, sin corromperse por ningún patetismo ni sentimiento de pérdida o tragedia. Si escandaliza –a quien escandalice, no a mí- es por esa distancia con la que juzga, esa objetividad que sólo atiende a lo cuantificable y medible, por la elección de las variables que considera para emitir un juicio, una valoración profesional, para la que no cuenta ni nada cambia el hecho de que una de las personas que, para su desgracia, se encontraba bajo una de esas ramas abatidas, fuera padre de dos hijas.

Más que de árboles, hablemos de la fragilidad congénita a todo lo humano, de lo que nos sucede cada día, del devenir encajado siempre entre la casualidad y la probabilidad de que suceda o no. La vida en sí no es más que una improbabilidad estadística, casi un error. En el argot científico se podría definir como una capsula da entropía negativa que se mantiene unida a costa de una gran cantidad de energía. La vida es una casualidad estadísticamente despreciable. Estadísticamente han caído los mismos árboles que caen todos los años, el problema es que estos últimos meses ha coincidido que había personas bajo ellos.

La vida nos desborda y no pasa de ser una ingenua ilusión la de pretender acotarla y controlarla dentro de nuestros baremos de seguridad y de predicción. Tiempo perdido el que dediquemos a sopesar qué árbol es mejor para arrimarnos. No sabemos si fue bien plantado, si tratándose de un pino, por exceso de riego, están podridas las raíces, si la podredumbre y la enfermedad lo corrompen por dentro, no sabemos si va a caer encima de nosotros o no.

Como tampoco sabemos, ninguno de ustedes ni yo, si mañana nos levantaremos, si estaremos aquí. Este hombre padre de dos hijas, militar, había participado en misiones militares en el Líbano y en Kosovo, escenarios de guerras en los que la muerte es más probable, pero fue a encontrarla en un parque apacible, a la sombra de un árbol, este verano. A otro le cae una losa encima, mientras tomaba unas cervezas en una terraza con sus amigos. A otro le alcanza un rayo, cuando iba en bicicleta,… Son tantas las muertes, tantas la maneras en que la muerte se presenta, que algunas veces nos sentimos ridículos, muñecos de trapo, poca cosa, viendo cómo nos zarandea su aliento mortal, cómo se puede presentar en cualquier momento, cuando nadie la espera, sin necesidad de invitación siquiera.

La muerte, irreductible, eficaz, maleducada, no se aviene a aceptar nuestros anhelos de seguridad, a cumplir nuestros pronósticos, no nos permite pensar a largo plazo. Queremos hacer planes para cuando nos jubilemos, ahorramos, guardamos, esperamos, dejamos para luego, luego lo haremos, “mañana le abriremos”, postergamos, esperamos una ocasión mejor para abrir la mejor botella de vino que tengamos, ya iremos otro día a verlo, hoy no nos bañamos, el lunes que va a estar soleado. Siempre dejando, posponiendo, cuando la realidad, nuestra realidad como seres humanos, frágiles y al albur de infinidad de circunstancias y variables que en nada dependen de nosotros, es que seguramente el lunes esté soleado, pero no es seguro, nadie puede asegurarnos, que el lunes estaremos en pie para ir a bañarnos.

No debe atenazarnos esta única certeza, la de que la muerte es una humorista con muy poca gracia que gusta de bromas demasiado pesadas, al contrario, bien visto, debería liberarnos, debería animarnos a vivir, a abrir la botella ahora mismo y brindar con quien ahora mismo tengamos a nuestro lado, porque no sabemos si mañana habremos de vivir.

No seamos tontos. No ahorremos el corazón para tiempos no llegados, para porvenires que están por venir –“te llaman porvenir porque no vienes nunca”-. No tengamos miedo y vivamos, vivamos cada día como si fuera el último, no le demos a la parca el gusto de pillarnos sin haber vivido. Olamos las rosas mientras estemos aquí.

Salud

www.oscarmprieto.com

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