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Nuccio Ordine: La utilidad de lo inútil

Por Pablo Brañanova , 18 septiembre, 2014

 

9788415689928

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pretende advertirnos Ordine —en este pequeño tratado que va ya por su séptima edición―, acerca del riesgo de extinción que corren la lectura sosegada, la reflexiva y sensible experiencia del arte, o el afán de saber minucioso y altruista. Para ello pretende reivindicar, como ya reza el título del libro, esa utilidad de lo inútil, contraponiendo los conceptos de belleza y beneficio, o los de conocimiento y productividad. Es así como el autor nos brinda esta ensalada de citas y anécdotas ―algunas de ellas deliciosas― que van haciendo víctima a su texto de aquello que condena: el conocimiento parcial, fragmentario, difuso y confuso de que viene imbuido el alma postmoderna.

Del mismo modo, el calabrés constata la realidad de un sistema educativo, el europeo, burocratizado y convertido en laboratorio de los poderes económicos, donde se degrada la enseñanza mediante la especialización y la profesionalización a que se somete al alumnado. Luego, con adorable candidez, insta a los políticos europeos a leer el discurso que Victor Hugo pronunciara en la Asamblea constituyente allá por 1848. Nada sería más desconcertante y divertido que imaginar un sistema actual ―el educativo, éste que padecemos pero que más padeceremos― tal y como a Ordine y a mí nos gustaría: una gigante fábrica de diletantes y filósofos. Pero, por desgracia, lo que se cuece dentro de las aulas siempre va en consonancia con lo que ocurre fuera, porque todo lo cubre el espíritu de cada momento histórico.

Conviene, además, llamar la atención sobre aquello que aquí se llama inútil ―por boca, claro está, del ente dominante― y lo que, de forma atroz, se ha tachado ya hoy de innecesario ―cuando no de molesto― por su incapacidad de transformarse en vil metal. Sólo ahondando en las causas de esa implacable censura, veremos sus efectos con mayor claridad. Pero el problema surge cuando queremos combatir en el terreno del oponente y, además, con sus propias reglas ―puede que ya él y nosotros seamos uno mismo―: reclamar la utilidad del pensamiento filosófico o el goce estético hoy, es darlos a uno y otro por perdidos. No han de ser Kant, Leopardi, Ovidio o Dante ―por mencionar algunos de los que aquí se citan― en absoluto útiles ―aunque lo sean, y tanto―; son necesarios en y por sí mismos para aquél que los trata y los conoce, así como inservibles y lejanos para quien no ha tenido el gusto ni la suerte.

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