Nuestra impotencia, 10 años
Por Nicolás Melini , 12 marzo, 2014
España como país ha estado jodido, pero no me refiero a la crisis, no; antes que económicamente, España se jodió moralmente; el país, su realidad política y mediática, se volvió mentira; el cinismo nos alcanzó a todos, a unos como activos practicantes y a otros como pasivos sufridores. Algunos le echarán la culpa a los terroristas islamistas que pusieron las bombas en Madrid el 11 de marzo de 2004, pero hay un daño que no nos han estado haciendo ellos ni sus bombas, sino la respuesta que las élites políticas y económicas españolas le dieron (empezando por Aznar y Acebes inmediatamente), y que tantos han continuado ad nauseam. Fueron las bombas, sí, pero la gestión… Se cumplen 10 años de impotencia tras una masacre execrable que nos borró la sonrisa y nos sumió en el silencio durante días a nosotros y durante años a los familiares de las víctimas mortales, y se cumplen 10 años soportando día tras día una infamia que nos impedía pasar página, daño sobre daño, dolor sobre dolor, injusticia sobre injusticia: mentira sobre verdad. No hace mucho nos enseñaba Jordi Évole el sabor de la falsedad histórica, me preguntaba yo por aquí qué certeza nos asiste cuando hemos vivido en una burbuja económica, los medios de comunicación vendiéndonos día tras día el éxito que luego ha sido fracaso, pero el relato de España se torció (lo torcieron definitivamente) algo antes de nuestra pérdida de la inocencia económica, justo tras aquel atentado, hasta el punto que no sabría decir qué es más significativo para la historia, si el día de autos o la falsedad retorcida a la que hemos tenido que enfrentarnos luego. De las bombas se supo sus autores. De las mentiras, también. Algunos, si pudieran, borrarían mucho de lo que han dicho en público, a viva voz y por escrito, durante estos 10 años. Sus mentiras deberían inhabilitarles parcialmente. Ellos lo saben. Intentando salvar su culo (en algunos casos, ganando dinero, ya que sus paranoias atraían clientes) han enlodado el país.
Algunos ya venían robando desde las instituciones y desde las cajas y desde el cohecho, pero si es posible mentir sobre algo tan grave como ese atentado, y no pasa nada, ancha es Castilla en el país cuyo modelo de crecimiento ha sido el del “palco del Bernabéu y el despacho de Bárcenas” (Luis Garicano dixit). Pienso en algunos principales beneficiados de la confusión generada por la teoría de la conspiración y no puedo evitar preguntarme si no sería tan importante mentir sobre los atentados, precisamente, porque estaban robando (cuando no lucrándose de un modo soez hasta la quiebra del país). Aún habrá que andar para purgar la ensuciada ética de muchos de nuestros “próceres”, pero estamos aprendiendo grandes lecciones para el futuro.
En cualquier caso, hoy –escribo esto el 11M—, es un día de llanto, de emoción, como no lo habían sido los anteriores aniversarios de los atentados del 11M. Toca a su fin la impotencia que nos ha generado la teoría de la conspiración. La prensa se ha volcado en darle la vuelta y poner las cosas en su sitio. Algunos dirigentes del PP han dado el paso de desvincular lo sucedido realmente y lo contado con tan mala fe. El Mundo se ha desmarcado de su etapa anterior con unas líneas sucintas aunque imprecisas en el editorial (no en titulares, no), para que, si acaso sean otros los que le confieran la importancia que tiene y digan por ellos lo que ellos deberían decir. Con Pedro J. Ramírez fuera de la dirección les ha salido fácil el cambio de pie: minimizando el daño para la empresa, se desmarcan con la boca pequeña obviando que el actual director también estaba ahí.
Escuchas que alguien sugiere que algunos deberían pedir perdón y se te saltan las lágrimas. Deberían pedir perdón. Algunos ya lo han hecho. Tal vez los que lo tienen más sencillo, como el periodista Federico Quevedo, por no haber sido de los más beligerantes y porque dejó el asunto hace ya tiempo. A los que siguen con la matraca “conspiranoica” les va a costar un poco más arrepentirse y pedir perdón. Tal vez ya sea tarde para ellos. Con el paso del tiempo, la hemeroteca será cada vez más corrosiva. Las mentiras, en el fragor, confunden; pero en perspectiva adquieren un cariz grotesco, de sainete chusco, intolerable, que, con un poco de suerte, los va a dejar tan inhabilitados como a Urdaci; o Tejero.
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