Nunca más
Por José Luis Muñoz , 29 enero, 2020
Lo siento, pero Nunca más suena a un deseo retórico. La historia de la humanidad está jalonada de barbaridades, se ha escrito con sangre, aunque la barbarie nazi supere todo lo imaginable por la cuantía de sus víctimas y la sistematización de los asesinatos masivos. Escribo esto cuando se cumplen los 75 años de la entrada del ejército rojo en el campo de exterminio de Auschwitz, Polonia, y las imágenes del mayor genocidio de la historia de la humanidad empezaron a dar la vuelta al mundo.
Si los turcos habían aniquilado al pueblo armenio durante la Primera Guerra Mundial sin que la comunidad se lo hubiera reprochado, Hitler se veía legitimado a hacer lo mismo con los judíos de Europa. Desechada la migración forzosa a Madagascar, que era compleja desde el punto de vista logístico y onerosa en lo económico, se perfiló la solución final de la que fueron arquitectos Heinrich Himmler, Reinhard Heydrich y Adolf Eichmann. El primero se suicidó tras ser apresado, el segundo murió en un atentado perpetrado por resistentes polacos lanzados en paracaídas desde Inglaterra en las calles de Varsovia y el tercero fue ahorcado en Israel tras ser secuestrado en Argentina.
La solución final que se aplicó a los judíos supuso la eliminación sistemática de seis millones de seres de esa raza a los que hay que añadir más de un millón de gitanos, miles de homosexuales, izquierdistas, testigos de Jehová y eslavos. En los campos de exterminio, una vez fueron sustituidos los traumáticos, para los verdugos, fusilamientos que implicaban gasto de munición, la desagradable sangre y el estresante ruido de las descargas por el cómodo y eficaz gas Zyklon fabricado por la industria Bayer (sí, la de las aspirinas, como Hugo Boss diseñaba los uniformes de las SS) la muerte se convirtió en una industria eficaz y lucrativa gracias a la tecnología alemana: nada de los “procesados”, eufemismo para designar a los asesinados, se desaprovechaba: ropa, maletas, cabello, dientes de oro, piel para pantallas, grasa (la poca que tenían) para fabricar jabón… Y así uno de los pueblos más ilustrados de Europa, el que había alumbrado a pensadores como Kant, escritores como Goethe y músicos como Beethoven se convirtió en psicópata tras elegir a un tipo mesiánico para dirigirlo hacia la victoria a costa de convertir Europa en un inmenso cementerio.
Los nazis hacían redadas de judíos, gitanos, homosexuales, comunistas, resistentes ante la indiferencia de sus vecinos que, muchas veces, cuando se convertían en delatores, recibían como recompensa los bienes de los delatados. Los polacos contemplaban sin pestañear esas enormes columnas de humo con hedor a carne quemada que brotaban de las entrañas de ese matadero industrial llamado Auschwitz. Las fuerzas aliadas sabían de la existencia de los campos de exterminio y tampoco se dieron prisa en liberarlos sino cuando los encontraron en su camino. Hitler no ocultaba su carnicería. Höss, el jefe del campo de Auschwitz, se congratulaba como buen burócrata de la eficacia mortífera de esa fábrica de la que era director: una punta de 24.000 cuerpos al día convertidos en humo, muchos de ellos sin necesidad de pasarlos por la cámara de gas porque morían por desnutrición, enfermedades y agotamiento.
El Holocausto no es un fenómeno aislado. Los aztecas masacraban a sus vecinos en sus guerras floridas y miles de sus prisioneros pasaban por sus pirámides convertidas en mataderos para ser ofrecidos a los dioses y ser devorados luego por los sacerdotes. Josef Stalin mató con hambrunas planificadas y deportaciones forzosas a millones de compatriotas. Pol Pot, abanderando un comunismo que hiciera tabla rasa con toda civilización anterior, masacró a la población de Camboya a la que llevó al año 0 diezmándola hasta la mitad con hambre y asesinatos masivos. El odio hacia el diferente estuvo en las matanzas de Ruanda que se perpetraron ante la criminal pasividad de la comunidad internacional. La ex Yugoslavia sufrió un baño de sangre en su guerra de odio alentada por sus dirigentes políticos y serbios, croatas y bosnios se pasaron a cuchillo en esa orgía de violencia que se orquestó en el centro de Europa.
Por eso ese Nunca más que se pronuncia cuando llega este día, y se subraya porque se cumplen 75 del descubrimiento del horror de Auschwitz, me parece una frase hueca y retórica mientras millones de ciudadanos europeos, millones también en España, votan a partidos que llevan en su ADN el odio al diferente e incuban en sus entrañas el huevo de la serpiente tal cómo hicieron los millones de alemanes que encumbraron a Adolf Hitler y pusieron en sus manos su destino y el del mundo.
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