Octavio Paz: poesía fundacional que no se apaga
Por Pablo Brañanova , 31 marzo, 2014
Ya han pasado cien años desde que el tembloroso México de la revolución viera nacer a un autor solamente ubicable en el panteón de los grandes titanes de la poesía contemporánea. La prolífica obra e inclasificable poética de Octavio Paz, resultan aún hoy —como sólo sucede con pocos— difíciles de sintetizar bajo el estricto límite de estas escasas líneas.

El modernismo del Darío fundador dio los primeros pasos hacia la utópica idea de gran nación poética —la hispanoamericana—, y fueron autores como Huidobro, Neruda, Vallejo o el propio Paz los encargados de inventar su propia tradición, y de integrar al mundo una identidad lírica tan rica y multiforme. De entre todas las brillantes y complejas teselas que componen este mágico mosaico poético, quizá sea la de Borges y su fabulación metafísica la que más se acerque a la del mexicano, que también dio inestimable valor a la imaginación como elemento único, creador de la palabra y del propio universo del poeta. También para Paz la realidad era inventada al tiempo que era escrita. En dicha paradoja, la historia literaria recompone su pasado a medida que avanza hacia el futuro. El lugar del poeta se aleja de la gran estructura dicotómica que sitúa en sus extremos al arte por el arte y al férreo compromiso, para hallar su morada «en medio de la frase», en el centro del verso, donde creador y estrofa permanecen en eterno proceso de composición y recomposición.
Esta profunda relación de Paz con la palabra le hizo cultivar verso y ensayo con la misma maestría. A lo largo de un dilatado bagaje intelectual y geográfico que incorpora tan diferentes universos estéticos como los rescatados de las ruinas de América, Europa y el continente asiático, se extienden casi una veintena de poemarios e innumerables reflexiones ensayísticas, que fijan el valiosísimo corpus que la Academia sueca premiaría en 1990.
Afrontar la lectura de Los hijos del limo o El mono gramático, algunos de sus ya imperecederos clásicos, nos sirven hoy para acercarnos al inconformista y personal lirismo de este autor, que se escapa de la banal atribución de cualquier etiqueta.
Comentarios recientes