Odio
Por José Luis Muñoz , 16 mayo, 2014
El asesinato a sangre fría y por la espalda de la presidenta de la Diputación de León y del Partido Popular de la provincia Isabel Carrasco a manos de madre e hija, militantes ambas del mismo partido—no quiero imaginar lo que hubiera sucedido si las asesinas hubieran sido militantes de un partido de izquierdas—, un crimen vil, cobarde, deleznable y condenable, ha quedado probado que ha sido debido al manifiesto rencor de las victimarias hacia la victima que arrancaba de años atrás y que se ha ido cociendo a fuego lento día a día hasta desembocar en tan lamentable suceso. De conocidas y tener una buena relación personal pasaron esas tres mujeres a sentir entre ellas una aversión mutua que ha tenido como resultado ese lamentable final. Como si se tratara de dos psicópatas de una truculenta película negra norteamericana, madre e hija planearon en familia durante años el crimen que en varias ocasiones intentaron hasta que finalmente lo pudieron llevar a cabo. La saña con la que la madre Montserrat González descargó el cargador de su pistola en venganza por un litigio entre la Diputación y su hija Montserrat Triana Martínez, exfuncionaria de la misma, habla de su odio, y su posterior confesión del crimen, no mostrando ningún síntoma de arrepentimiento, sino todo lo contrario, se lo merecía por el daño que ha hecho a mi familia, pone los pelos de punta a cualquier persona bien nacida. ¿Les hizo realmente la todapoderosa Isabel Carrasco la vida imposible a esas dos mujeres? Nos faltan elementos de juicio y no sé si saldrán a la luz cuando se celebre el proceso, por lo que no podemos hacer otra cosa que elucubrar sobre esa inquina personal.
De que la víctima era una persona enormemente controvertida por su forma de ser, su despotismo, sus maneras secas y cortantes, la acumulación de poder público sobre su persona, hasta doce cargos oficiales, no parece haber ninguna duda. Puede que Isabel Carrasco tuviera muchos más enemigos que amigos por su carácter y sus acciones, pero terrible es que esos, los primeros, los enemigos de la política popular, se hayan alegrado de su muerte, celebrándola incluso.
Nadie puede segar la vida de una persona, ni en nombre propio ni en el del estado. Asesinar es el crimen más execrable que existe porque, al contrario de otros delitos, no hay reparación posible, no se puede resucitar a la víctima.
Pero junto al crimen se ha producido, sobre todo en las redes sociales, un linchamiento obsceno del personaje desaparecido y desde el anonimato, principalmente, se ha dirigido a la finada toda clase de epítetos ofensivos que han matado a la víctima por segunda vez con un tiro en la nuca verbal. Muchos opinan que se lo merecía; otros saludan que ya no sea ETA sino los ciudadanos de a pie los que asesinen a políticos; otros afirman que quienes siembran vientos recogen tempestades y hay quien anima a hacer lo mismo con otros políticos: una barbaridad. Pero como decía, con la sabiduría que le caracteriza, el Gran Wyoming en su telediario el Intermedio, las redes sociales son la calle o la taberna, y en ellas la gente dice muchas barbaridades, la mayor parte de las veces sin pensarlas realmente, suelta exabruptos.
El sinfín de amenazas que han vertido quienes disparan con palabras evidencia, también hay que decirlo, el hartazgo de la ciudadanía hacia una clase política a la que ven mayoritariamente como privilegiada, corrupta, ajena a los problemas de la población, agravándoselos en muchísimas ocasiones, y responsable en buena parte de la generalizada situación de miseria que sufre una parte importante de la población española.
Ninguna ejemplaridad puede exigírsenos cuando se gobierna desde la mentira permanente, cuando se incumple sistemáticamente el programa político por el que fueron elegidos—fraude se llama eso—, cuando el partido que nos gobierna se financia, según las investigaciones judiciales en curso, con dinero negro, es decir, de forma ilegal, y cuando sus dirigentes cobran sospechosos sobresueldos que no se sabe de dónde han salido, o sí. O hay una regeneración drástica de la casta política, y regeneración quiere decir que los propios partidos políticos sean, además de los jueces en los posteriores procesos, quienes diriman los casos de corrupción dentro de ellos y expulsen de inmediato a los corruptos, o la situación social puede tensarse hasta límites insospechados e indeseados.
Una venganza personal contra una persona que gozaba de más antipatías que simpatías se ha convertido, de repente, en un crimen de intencionalidad política sin serlo. De una frustración extrema puede salir un odio irracional, y el odio es el mejor cultivo de la violencia.
Que el verbo no se haga acción.
Una respuesta para Odio