Oír el habla, no estudiar el lenguaje, es el trabajo del investigador en la calle
Por Eduardo Zeind Palafox , 13 febrero, 2017
Por Eduardo Zeind Palafox
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Es común que el investigador de mercados realmente profesional, formado por sociólogos y economistas, sea amigo de oír y lleve lo oído en la calle a los altos conceptos. El arte de conceptuar nos lleva al de enjuiciar, arte de artes, y éste al de razonar, quehacer dilecto de la época actual.
Las ideas en sí, para el investigador atento, no existen. Lo que existe son las descripciones de lo fugaz. Los juicios del prójimo le parecen simples manifestaciones del perspectivismo humano, que todo lo mutila. Los razonamientos, más que argumentos de filósofos afanosos de la perfección lógica, se le figuran simples persuasiones enderezadas a vanagloriarse a sí mismas. Descripciones, perspectivismo y persuasión son los elementos del habla que el investigador, al oír a los mercados, debe registrar.
Al oír al prójimo, estemos o no dialogando con él, debemos recordar que una cosa es la lengua, el sistema que la gramática regula, y otra cosa el habla, que es método por el cual la gente se comunica (Introducción a la Lingüística, 32). Leyendo los documentos del Derecho y de la Política, ora la Constitución o los libros de O´Gorman, ora los discursos escritos de los candidatos políticos o declaraciones de afrentados quejosos, conocemos la lengua, los ideales de la sociedad. Oyendo las pláticas urbanas o leyendo poesía, sean las que dos amantes disponen para embelesarse o las que escriben sobre las paredes los jóvenes apasionados, conocemos el habla, la realidad de la sociedad.
Sin ideales no hay realidad y sin realidad aquéllos se vuelven mera utopía. O en palabras de Saussure, “la lengua es necesaria para que el habla sea inteligible” y el “habla es necesaria para que la lengua se establezca” (ibidem).
Al oír pláticas, el habla, no debemos llevar lo oído a los conceptos del lenguaje. El lenguaje debe ser usado como código con el cual se descifra, más no se interpreta, lo oído. En la gramática, en el diccionario, por ejemplo, no hallaremos significados unívocos para las descripciones del turista, para el perspectivismo del político de café ni para las persuasiones del caballero.
Describir, relativizar y persuadir, esto es, trazar literariamente lo visto en la mente del otro para que nos comprenda y acepte nuestras razones, es urdir proposiciones, y toda proposición, según la filosofía existencialista, indica, predica y comunica (El ser y el tiempo, 173-174). Indicar es señalar algo, aquello en que nos ocupamos. Predicar es decir algo sobre ese algo. Comunicar es procurar que lo predicado sobre lo señalado se vuelva un mensaje inteligible para quien lo recibe. Tal recepción, diría Heidegger, exige “emancipar la gramática de la lógica” (184). La lógica, vemos, estorba la comunicación, y la gramática, que regula el lenguaje, la ayuda, pero no la acaba.
Al escuchar el habla española notamos, sugestionados por nuestros clásicos del Siglo de Oro, que es lengua vulgar, hecha de refranes “nacidos del vulgo” (Diálogo de la Lengua, 9). Del vulgo, es decir, de lo cotidiano. La cotidianidad se diferencia de la vida excepcional, apartada, por obligar a la gente a actuar sin saber qué es lo que hace.
La vida cotidiana y el habla vulgar se aprenden haciendo y hablando, no en manuales de política ni en libros de lingüística. Juan de Valdés lo dijo: “he aprendido la lengua latina por arte y libros, y la castellana por uso” (4). La lengua, así, es artificial, no declara los secretos de la opinión pública, pero el habla sí, pues es inconsciente, honesta, ingenua.
El habla del ingenuo se distingue del discurso del pensador por ser víctima de la “lógica de la ilusión” o dialéctica (Crítica de la razón pura, 415). “Lógica de la ilusión”, es decir, diálogos interiores entre conceptos que representan falsos objetos, intuiciones falsas (ens imaginarium). Los conceptos nacidos de esos diálogos, al indicar, predicar y comunicar ante otras gentes, al hablar, parecen principios, máximas, que usadas sin conciencia multiplican los paralogismos o falsos silogismos, enarbolándose, así, el caos mental que toda sociedad que vive en lo cotidiano ostenta.
El habla de la cotidianidad, que bebe de la fuente de la experiencia, confundiéndolo todo acaba basada en una imaginaria intuición pura y no en la realmente empírica. Es decir, anda mucho en el error, que “se produce simplemente por la inadvertida influencia de la sensibilidad sobre el entendimiento (415-416). Sea el lector indulgente con tan áridas prosas, que son necesarias para explicar lo siguiente.
Escuchando las pláticas de dos señoras elegantes, pequeñoburguesas, registramos las siguientes palabras referentes a una niña: “A ella le gusta estar con su tío porque él siempre le da sus dulces”.
Atendamos, sobre todo, la palabra “sus”. ¿Quiso decir la señora que la niña nació siendo dueña de unos dulces que por avatares del Hado están en manos del tío mencionado? Las ideas de “predestinación”, de “dulzura”, de “sensualidad” y de “delicadeza” están en la palabra “sus”. La niña gusta de lo dulce, se piensa, por ser dulce, es decir, por ser ente que se incita por los sentidos. Los niños, según el decir, son dulces, no salados. ¿En la mesa, al comer, serían representados en forma de postre, de cosa postrera?
Ahora comentemos someramente los decires “con base” y “en base”. La manera correcta, según la gramática, es “con base”, mas la gente, al hablar, dice “en base”, expresión que parece más apegada a lo físico. “Con base” regala la idea de “acompañamiento”, de algo que está a lado. A lado, esto es, da la “intuición pura” de “horizontalidad”, de la que se desprende la idea de “cotejo” y la de “tiempo”. “En base”, en parangón, regala la idea de “punto de partida”, de la que sale la “intuición pura” de “verticalidad” y la idea de “creencia”, que es un “espacio” donde se está.
Quien ingenuamente dice “en base” está declarando que las razones que esgrime para indicar, predicar y persuadir nacen de la realidad, no de la idealidad, y que está hablando inductivamente. Sirvan las anotaciones dispensadas para que el investigador de mercados perfeccione el oído.–
Fuentes de consulta:
DE VALDÉS, Juan, Diálogo de la Lengua, Editorial Porrúa, México, D.F., 2000.
GIMATE-WELSH, Adrián S., Introducción a la Lingüística, Fondo de Cultura Económica, México, D.F, 1990.
HEIDEGGER, Martin, El ser y el tiempo, Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 2015.
KANT, Immanuel, Crítica de la razón pura, Losada, Buenos Aires, 2003.
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