Orlando de Virginia Woolf. Teatro de Fondo. Soberbio retablo transgénero. Teatro López de Ayala.
Por Francisco Collado , 17 abril, 2019
Fue Sally Potter (Orlando. 1992), quien en su día nos ofreció su personalísima y hermosa recreación de esta novela “difícilmente clasificable”, en palabras del genial escritor Jorge Luis Borges. Si bien, la traslación a la pantalla de este fascinante cuento de hadas, reivindicativo y militante, ya contenía la dificultad de adaptar la potente prosa de la escritora, Potter resuelve a nivel visual los obstáculos narrativos de la novela. Su traslación al teatro podría parecer aún más árida y llena de escollos, hasta que se tiene el placer de asistir como espectador a la adaptación que Vanessa Martínez y Teatro de Fondo han dibujado con la tesis narrativa de Woolf. La compañía desarrolla un espectáculo deslumbrante donde los estereotipos de género, el travestismo, el rol social y la transgresión nos llegan de la mano de un ácido (e inteligente) sentido del humor, respetuoso con la obra genésica y enriquecedora con su referente novelístico. Orlando es la historia de un tránsito, pleno de referentes, guiños irónicos, intrigas y reflexiones.
Vanessa Martínez y Teatro de Fondo, han sabido destilar los heterogéneos momentos históricos, adaptándolos a los cánones del medio teatral, desarrollando esta “falsa biografía” como si de una investigación se tratase. Dotando a los sucesivos acontecimientos de vitalidad y amplia frescura escénica. Este artefacto conceptual, funciona con precisión y dota de frescura las escenas. Juega con el humor, la sátira o la reflexión, sin perder el ritmo dramático en ningún instante. El binarismo del personaje, arrasa con las rígidas clasificaciones sexuales, su androginia camina hacia la búsqueda profunda del ser humano, hacia una eliminación de la polaridad y las fronteras de género. En la novela; en el instante en que Orlando despierta tras su metamorfosis; las prendas elegidas son una casaca y bombachas turcas. Ambas metafóricas prendas unisex. Toda la potencia irónica de la novela se mantiene, aligerando la densidad de algunos pasajes y dotando de vitalidad los instantes de esta fascinante exploración sobre la identidad sexual. Los actores; en modo coral; también se travisten en diversos personajes, peregrinando por ellos con soltura, sentido del ritmo, versatilidad y amplio dominio del lenguaje corporal. El desdoblamiento es loable. Los diversos personajes perfilados por Gustavo Galindo: la cómica archiduquesa, la hipocondríaca Florinda, el burocrático Swift. También la Sra. Bartholomew; o el histriónico Greene, creados por Pablo Huetos. La jocosa Isabel I, de Pedro Santos, la deliciosa (y engañadora) Sasha, interpretada por Gemma Solé. Son tan sólo un ramillete de la amplia panoplia de certeros personajes desarrollados en escena. No por ello, la intensidad de los mismos se resiente. Las pinceladas de esta paleta cromática son certeras y; con apenas unos esbozos; nos sirven para adentrarnos en sus vivencias y perfiles. Un mérito del elenco, que hace de la versatilidad su marca. Incluso hay un instante en que regalan una canción de claras reminiscencias renacentistas. Una adaptación del Riu, riu, chiu, atribuido a Mateo Flecha el Viejo.
No duerma más, despierte ya señor,
Mire que el sol pregunta ya por vos.
Haga el favor, que son más de las dos
La obra se apoya sobre otros pilares, amén de las excelentes interpretaciones. La formidable escenografía (Alessio Meloni), el uso del maping (Chiken Assemble), con ilustraciones de Luis Frutos, que enriquece el ritmo narrativo, el vestuario (Paola de Diego), que dota de modernidad la propuesta, y el apoyo sonoro de un ensemble de alto nivel. Es fácil reconocer; entre otras; una versión de la obra del laudista isabelino John Dowland. La famosa “Come Again”, perteneciente al disco “Andreas Prittwitz –Looking Back Over The Renaissance-”. Este es otro de los puntos fuertes del montaje. La respetuosa utilización de la música, adecuada a cada periodo histórico y la utilización de instrumentos de época (viola de gamba, archilaúd), de la mano de Andreas Prittwitz y su grupo “fusión” entre instrumentos del renacimiento y actuales. Uno de los instantes más relevantes del texto, cuando la reina le pide a Orlando: “No envejezcas, no te apagues nunca, no dejes que te marchiten”, es adornado con la “Lacrimae Antiquae” de Dowland.
La compañía hace un irónico uso de un atrezzo inexistente, donde espadas, copas y otros elementos, están hechos “literalmente” de aire en un homenaje al mundo del clown o del mimo.
Los juegos verbales y referencias; incluso las morcillas; en su justa medida, con ocultos “homenajes”. Como ese dialogo humorístico con Sasha, donde en medio de un ruso macarrónico se nombra a Boris Pasternak y su obra doctor Zhivago.
Este Orlando goza de un potente ritmo narrativo, gran sentido del timing y una potente dirección, que da cohesión a la rica paleta de personajes, niveles narrativos y propuestas. Esta membruda arquitectura esta apoyada sobre la frescura interpretativa de Rebeca Sala*, que recorre diestramente todo el paisaje anímico de Orlando. Desde el inseguro adolescente de la primera época, hasta la mujer fuerte y señera del epílogo. Dotándolo de diversos planos narrativos y una rica textura para regalarnos un soberbio retablo transgénero.
*Rebeca Sala, ganó el premio a mejor actriz por el cortometraje «Estocolmo» en el XVI Festival Ibérico de Cinema de Badajoz.
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